Bayan Mahmud es ghanés, tiene 18 años, actualmente integra el plantel de cuarta división de Boca Juniors, sueña con llegar a triunfar en el fútbol argentino y arrastra una historia de vida increíble que vale la pena ser contada.
Hace poco más de dos años, sobre el cierre de 2010, Bayan escapó de su pueblo para no ser víctima de una guerra de tribus que ya había arrasado con sus padres. En medio del caos perdió de vista a su hermano y se subió a un barco, viajó durante tres semanas sin saber cuál sería su destino y llegó a Buenos Aires.
A través de una persona que lo vio jugar en una plaza, el muchacho llegó a Boca. El club lo cobijó, lo alimentó y lo ayudó en su proceso de refugiado y en todos los trámites que tienen que ver con la documentación. Finalmente, este año, se consiguió la habilitación para que pueda jugar en AFA y ahora espera que le den pista para mostrar sus condiciones como volante por derecha o lateral.
"Yo dormía atrás de un contenedor, en el piso. Estuve ahí escondido un día y medio hasta que salí. Si no, iba a morir. Los que me vieron me dijeron que no saliera mucho y me traían comida. Yo no sabía que estaba viniendo a Argentina. Me subí a cualquier barco, tenía que escapar de la guerra. Mis padres habían fallecido en 2005 en la guerra de tribus. Yo soy de la tribu Kusazi y nos venían a perseguir de otra tribu. Ellos se reconocen por una marca que llevan en el cuerpo. Si me veían, se iban a dar cuenta de que no tenía ninguna marca porque nosotros no nacimos en la capital. Y me podían matar", explicó.
Vive en la pensión del club y se entrena todos los días en el complejo Pedro Pompilio. Admira a Riquelme y a Hugo Ibarra, dice "jodido" y "boludo" y sueña con ser 'el primer africano en jugar en la Selección Argentina.
"Cuando me bajé del barco estuve tres días sin hablar. Hasta que me encontré con un par de senegaleses y nos pusimos a charlar del mundial de Sudáfrica. Me mandaron a una pensión de refugiados en Flores. Los sábados siempre pasaba por la plaza en la que jugaban al fútbol hasta que un día me preguntaron si quería entrar y empecé a ir seguido: Una persona me vio jugar, me trajo a Boca, me tomaron la prueba, jugué muy bien y quedé", agregó.
Hoy por hoy, Bayan ya es todo un porteño y un bostero más. Está por comenzar segundo año del secundario, come asados y va seguido al cine. Sin embargo, hay una costumbre que no abandona: reza cinco veces al día.
"Sin Dios, no podría estar acá. Es el que me da fuerzas para seguir". Por Dios, dice, también localizó a su hermano Muntala. "Fue por facebook. Itatí Encinas, secretaria de presidencia, y una amiga de ella me ayudaron mucho. Un día me dijeron que lo habían encontrado. Ojalá pueda estar el día que me toque debutar", cerró.
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