Pep Guardiola ya se había desvinculado como entrenador del Barcelona hacía una temporada y las señales del equipo blaugrana estaban en franco descenso. Martino arribaba entonces a Cataluña como el profesional que debía despertar a un gigante anestesiado, alumbrado por el genio de Leo Messi y por la llegada del brasileño Neymar, en una obscena operación económica atrapada por la corrupción.
De arranque, Martino habló de recuperar "la presión alta y la dinámica permanente" que reivindicó Barcelona en el máximo nivel bajo la gran gestión de Guardiola. A 10 meses de esas definiciones que el técnico argentino buscó plasmar en la cancha, la realidad fue contundente: Barcelona, eliminado sin objeciones por Atlético de Madrid en cuartos de final de la Champions League y demasiado errático en la Liga (más allá de la posibilidad que se le presenta de definir el título en la última fecha ante el Atlético del Cholo Simeone), denunció que ese extraordinario ciclo que lo había encumbrado como el paradigma de la excelencia futbolística, acabó por cerrarse.
Guardiola, quien se había ido del Barsa en junio de 2012 después de conquistar todo lo que tuvo a su alcance, advirtió por aquellos días, que luego de 4 temporadas, su muñeca y su pensamiento iban a encontrarse con respuestas del plantel más blandas y más laxas. Y se tomó un año sabático, hasta que volvió en junio de 2013 como entrenador del Bayern Munich.
"Guardiola los tiene cagando a todos. Es que para mantener ese ritmo de presión y movilidad, si no los tenía cagando, no lo mantenían", argumentó Menotti en la entrevista citada. El Flaco hacía foco en el altísimo nivel de exigencia estratégica, física y mental a los que Pep sometía al plantel. Les pedía todo durante todos los partidos y los exprimía al mango para que nadie se guardara nada. Aquel que no soportara esa demanda, no tenía lugar en el plantel.
El equipo, ya sin Guardiola, siguió peleando arriba, sostenido más que nada por la jerarquía de sus individualidades. Pero no era el mismo de antes. Había resignado ferocidad en la presión, circulación agresiva de la pelota y funcionamiento para imponer condiciones en cualquier sector de la cancha.
Messi continuó ganando varios partidos, como en el último cruce con Real Madrid, en el Santiago Bernabeu, cuando anotó 3 de los 4 goles. Pero faltaban luces. Y hambre. Martino también vio esas ausencias. Hasta que en un ejercicio infrecuente de sinceridad brutal, admitió hace un par de semanas a la prensa española: "Uno no dio la talla y no ve necesario pedir una segunda oportunidad". Cualquiera podría recordar aquel viejo axioma que recitan los abogados: a confesión de partes, relevo de pruebas.
Luis Enrique tiene todas las fichas para ser el hombre elegido para reemplazar a Martino en la próxima temporada. Aunque Barcelona aún pueda consagrarse campeón, el sueño del rosarino terminó. "Fácil no le va a ser", afirmó Menotti cuando el Tata arrancó. Si fracasó o no, lo sabrá él.
Porque como inmortalizó el Negro Jefe, Obdulio Varela, en el Maracanazo de 1950, en determinadas circunstancias que trascienden juicios ajenos, "los de afuera son de palo". Y a veces los de adentro, también.