La función del falso nueve pareció quedar registrada como un horror futbolístico cuando la implementó Sampaoli en Argentina, sin embargo la historia rescata a estupendas selecciones y equipos que jugaron en plenitud reivindicando esa función, avalados por grandes funcionamientos.

Desde que el vapuleado Jorge Sampaoli armó en aquel partido en que la Selección cayó 4-3 frente a Francia por los octavos de final de Rusia 2018, resignando la presencia de un nueve clásico y apelando a la consigna del falso nueve, se instaló de inmediato en el ambiente doméstico la descalificación total de esa variante futbolística.

Se planteó que el falso nueve expresaba poco menos que el desconocimiento del juego en sintonía con la pobre respuesta de Argentina en esa derrota ante Francia que terminó abonando la despedida urgente de Sampaoli.

Es cierto, Sampaoli pegó un volantazo inesperado en aquel partido: dejó afuera a Higuaín, le dio un lugar a Messi de falso nueve y desplazó de arranque a Agüero, hasta que el Kun, de buen Mundial, ingresó a los 21 minutos del segundo tiempo y conquistó de cabeza el tercer gol de la Selección.

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Pero lo que quedó impregnado en la superficie como si fuese un residuo tóxico fue la inutilidad del falso nueve, que el Barcelona de Pep Guardiola supo utilizar en algunos partidos con Messi entrando y saliendo de la jugada por el centro del ataque.

Dinamitar la función que puede desarrollar un falso nueve es también dinamitar la dinámica del fútbol. Ese maravilloso Brasil 70 que se consagró en México como la mejor selección de todos los tiempos, jugaba con un falso nueve. Era Tostao. Un media punta muy versátil y talentoso del Cruzeiro que debió retirarse del fútbol a los 26 años por un desprendimiento de retina de su ojo izquierdo.

Jairzinho arrancaba por derecha, Rivelino por izquierda, Clodoaldo (un crack parecido en el juego a Fernando Redondo, aunque fuera diestro) era el volante más retrasado, el zurdo Gerson armaba y distribuía en el medio y Pelé aparecía y arrancaba en tres cuartos. Tostao, pedido por Pelé y Gerson al Lobo Zagallo (el entrenador) para que sea el titular, no se metía entre los centrales rivales ni jugaba fijo de espaldas al arco. Flotaba por las inmediaciones del área.

“Yo recibía, tocaba, descargaba, iba al espacio. No me gustaba mucho porque en el Cruzeiro yo era el diez, pero en el scratch fui útil”, nos dijo durante la disputa de la Copa América en Bolivia en 1997, cuando trabajaba como periodista cubriendo a Brasil. La labor de Tostao en Brasil 70 era entrar y salir de la maniobra ofensiva como lo hizo en algunos momentos Messi en el Barça. Y ese Brasil brilló de allí hasta la eternidad.

Otro ejemplo en una dirección similar lo encarnó Holanda 74, una verdadera orquesta sinfónica que aun sin ganar el Mundial de Alemania, dejó un legado impresionante que todavía perdura. Johan Cruyff era el falso nueve. Rep volaba y metía la diagonal desde la derecha, Rensenbrink enganchaba y desbordaba por la izquierda, el zurdo Van Hanegem armaba como un interno por la izquierda, Neeskens por la banda derecha iba y volvía y Cruyff desparramaba su calidad y talento extraordinario por toda la cancha, en especial de mitad de campo en adelante. En definitiva, Cruyff revelaba lo que podía elaborar un falso nueve en aquella Holanda inolvidable que dirigía Rinus Michels.

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También pueden recordarse dos versiones valiosas de Boca y River jugando con falsos nueve. Boca lo hizo con Juan Carlos Lorenzo de técnico saliendo campeón de la Copa Libertadores en 1977 con el Toti Veglio aportando en esa función, acompañado por Mastrángelo en la derecha y Felman en la izquierda. Veglio nunca fue un nueve clásico. Ni en San Lorenzo ni en Boca. Siempre fue un falso nueve con estupendos recursos y mirada panorámica.

River, por su parte, en el campeonato que ganó con holgura durante la temporada 1985-1986 que condujo el Bambino Veira, tenía como falso nueve a Enzo Francescoli, moviéndose en tándem con Morresi. Ambos aparecían en el área adversaria para definir sin marcar referencias respecto a su posición. La posición era no tener un territorio asignado. Era apropiarse de un territorio en el momento que indicaba la resolución de la jugada.

Los casos de Brasil 70, Holanda 74, Boca en una etapa de los 70 y River en un período de los 80, son apenas episodios influyentes que ponen en perspectiva que jugar con un falso nueve no obstaculiza ni condiciona la llegada ofensiva. El dato de la realidad es que para hacerlo se necesita algo fundamental: que el equipo registre un muy buen funcionamiento. Y que los intérpretes sean muy sensibles a los matices y a las necesidades estratégicas de ese funcionamiento.

Tomar decisiones espasmódicas y desesperadas como las que tomó Sampaoli ante Francia o como las que está obligado a realizar Ariel Holan en Independiente después de la partida incomprensible de Gigliotti a México (el goleador declaró que lo empujaron para irse, en obvia alusión a Holan), colocando a Benítez o al paraguayo Cecilio Domínguez de falso nueve, en todo caso reflejan las deudas de los entrenadores que apelan a lo que el folklore denomina manotazos de ahogado.

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Los jugadores en la emergencia y con equipos despojados de funcionamiento, quedan expuestos. Y la amplitud conceptual no denunciada en la cancha de lo que significa jugar de falso nueve solo sirve para construir juicios terminales. La verdad es que el falso nueve es casi tan viejo como el fútbol. Bastaría con mencionar a Adolfo Pedernera en la Máquina de River de la década del 40. Pedernera era el falso nueve. O el nueve y medio. O el que jugaba “a media agua”, como decían las páginas de la revista El Gráfico hace más de setenta años.

Los que hoy estigmatizan al falso nueve quizás desconocen la historia. Y aquellos que intentan utilizarlos como una salvación providencial (Sampaoli y Holan seguramente no serán los únicos) son algo así como los náufragos del oportunismo. Y de la impericia.

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