En cada subida por los estrechos senderos de los cerros hay que evitar los pelotones. Que varios caballos se junten en un mismo espacio que lidia con el vacío y los miedos internos puede ser fatal. “Cuando subís allá arriba se ve el Aconcagua”, dice un periodista sanjuanino. Allá arriba es medio kilómetro empinado con un caballo que contrae y expande sus músculos como pistón de tren a vapor y jadea por el polvo que se le atora en la trompa. Aunque creo que también es por los tres días que le antecedieron a éste, al último antes de cruzar Los Andes, pero no el último de la travesía: después hay que volver durante tres días.
El "allá arriba" del sanjuanino no es el fin del esfuerzo, es el comienzo de otros. Es un espacio cuadrado plano con algunas piedras enormes y poco pasto, o lo suficiente para que el animal pueda comer ese amarillento filamento tierno que se cuela entre las rocas milenarias del suelo. En el horizonte se traza la huella que se deberá seguir: un camino por el que apenas pasa un jinete y parece infinito. Al vértigo nunca se acostumbra.
Descansado el animal (“descansado”, seguramente) comienza a girar su cuerpo hacia el camino. Lo hace lento, sin ánimos y hasta con hartazgo. La cabalgata no es solitaria, sigue todo en un pelotón riesgoso, pero son pocos los expertos que saben cómo maniobrar en un solo tiempo, “en una baldosa”, se diría en un partido de fútbol 5.
A la par del sendero aparece otro, más arriba. La colectora de una autopista a Chile. En el silencio de montaña se escuchan voces en aumento por detrás. Un militar está solo y detenido con su caballo, pero mira en sentido contrario. Tiene una sonrisa notoria. Con una mano agarra las riendas. Con la otra sostiene su sombrero sobre el pecho. El murmullo comienza a ser más claro. Va a la par de los galopes. “Por acá, por acá”, dice alguien, que debe ser otro militar. Escoltada por uno que sostiene una bandera argentina y otro que hace lo mismo con la del Ejército Argentino aparece Patricia Bullrich. Atrás tiene dos o tres personas más que la siguen. Vinieron con y por ella. No tienen la campera del Cruce de Los Andes.
La ministra de seguridad no comenzó la travesía desde el primer día, no sufrió las bajas temperaturas de Las Frías, tampoco el apunamiento de los más de 4.000 metros de altura de El Espinacito ni mucho menos durmió en una carpa sin baño. Un helicóptero la trajo junto a Rogelio Frigerio, ministro de Interior, hasta el Refugio Ingeniero Sardina. De las pocas habitaciones disponibles, una es para mujeres, en otra hay un improvisado almacén en donde se guardan provisiones. Arriba hay dos: en una se lo ve entrar a Sergio Uñac, gobernador provincial, y a veces a Marcelo Lima, vice. La que queda es para los funcionarios que arribaron. “No sabés la ducha que tienen ahí adentro”, cuenta un periodista de Telefé. La proeza sanmartineana está más cerca de los expedicionarios.
El día anterior el helicóptero aterrizó a pocos metros del refugio. Se sabía que era el día del arribo. Los militares y gendarmes se movilizaron en los minutos previos con rapidez. Rompieron con la tranquilidad de la jornada de descanso. Los esperaron al lado del mástil para bajar la bandera. Un grupo de periodistas (casi todos los expedicionarios) les acercaron sus micrófonos, grabadores y celulares. “A este cruce lo tenía entre mis pendientes hace mucho tiempo”, responde Bullrich. Luego realizó una entrevista en vivo para el Canal 8 de San Juan. Le preguntaron sobre la posibilidad de “hacer el cruce completo”. “Varias veces se lo he planteado a mi marido, pero por una cosa o por otra no lo hicimos, pero bueno, alguna vez quizás lo haga. Hoy con la tarea que tenemos es difícil irse tantos días”, contestó. A la noche, luego de la cena, tocó el bombo. Fue la percusión de unas zambas de bienvenida. Frigerio se animó a cantar, a hacer un coro folclórico.
La ministra aparece en la escena andinista vestida con un poncho. Tiene botas y bombacha de campo. También un sombrero gauchesco claro. Se ríe de algo que le dicen y mientras habla, mira la clina del caballo. A veces se acomoda el sombrero. Sabe cómo tomar las riendas en las bajadas y cuando es necesario que el galope merme. Talonea la panza del equino. No demuestra miedo ante el terreno extremo por el que pasa. Muy pocas veces no está inmersa en un diálogo con un compañero de grupo.
Los cerros se abren como una ventana hacia la montaña más grande de Sudamérica. “Mire el Aconcagua, ministra”, le ofrece un militar. “Sí, sí, ahí lo vi”. No se detiene. Se le mojan los pantalones por la corriente potente de un arroyo, no por una situación de apuro, como una fotografía intentará plantar en su llegada a Buenos Aires. Su caballo paró un poco a tomar agua. Faltan pocas horas para la llegada al límite. Frigerio va adelante, también rodeado. Su cabeza blanca se distingue entre lo gris y marrón del paisaje. Junto a Uñac y Lima serán las únicas autoridades de ambos países que estarán en ese lugar ecuménico.
La llegada tiene una emoción superlativa. Es el punto de encuentro de las dos naciones que liberó San Martín hace 200 años. Los himnos derraman lágrimas frente al monumento al prócer y a Bernardo O´Higgins. La ministra dice unas palabras. Es un discurso breve. Junto a su compañero tomarán el helicóptero.
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