La búsqueda del Tunante, perdido en el Atlántico Sur frente a Brasil, genera angustia, hace pensar en los riesgos de la náutica y remite a relatos épicos de batallas contra las tempestades. Tres navegantes cuentan sus experiencias.

Los cuatro marinos argentinos desaparecidos por el naufragio del Tunante II en aguas brasileñas dispararon la atención sobre los riesgos del mundo de la náutica. Pero hay historias épicas de navegantes que merecen contarse por las peripecias vividas al haber atravesado tempestades o accidentes náuticos.

Los tripulantes del Tunante II fueron atrapados por una fuerte tormenta que giró la embarcación a unos 360 kilómetros mar adentro y quebró la vela. Desde hace 40 días no se sabe nada del oftalmólogo Jorge Benozzi (62 años); su yerno, Mauro Cappuccio (35); el cardiólogo Alejandro Vernero (62) y Horacio Morales (63).

Jorge Farfalla (66) desde hace 40 años construye barcos y actualmente es propietario de un astillero en Quilmes que, en poco tiempo, espera legar a su hijo.

En 2009 viajaba abordo de una embarcación PK 22 junto a su mujer y dos amigos cuando fueron sorprendidos por una espectacular marejada en el río de la Plata. La tripulación había partido de Quilmes hacia a Puerto del Sauce, una pequeña localidad uruguaya cercana a Colonia, y cerca de la costa oriental arreció un temporal.

"Eran las 19 y estábamos a 12 millas de la costa cuando sufrimos un temporal: vientos de 55 km/h con olas de casi dos metros. Teníamos poca vela, para evitar que el exceso de viento haga escorar la nave. Pero en un momento se rompió el palo, por lo que tuvimos que desarbolarnos, es decir, cortar el mástil con una pinza porque, de lo contrario, nos podía hundir el barco", recuerda Farfalla.

En medio de la tensión por el accidente, los tripulantes intentaron poner el motor fuera de borda pero no funcionó. Así que avisaron a Prefectura. "Un amigo estaba acostado en una cucheta y cuando escuchó el estruendo, me preguntó, sorprendido, 'que pasaba'. No lo podía creer", asegura al tiempo que admite que en esas circunstancias "te asustás porque no sabés qué puede pasar con el barco dañado en medio de un temporal".

Finalmente los tripulantes pudieron guiar la nave hacia un arroyo a través del cual arribaron a la costa uruguaya. Dos días más tarde retornaron a la Argentina al improvisar un "aparejo de fortuna", una especia de mástil sustituto, en el PK 22.

Años atrás el hombre también vivió otro accidente naútico, esta vez, mientras navegaba en otro barco por mar rumbo a Mar del Plata. Otra vez el mal tiempo le jugó a la tripulación de por entonces una mala pasada.

Al analizar lo ocurrido con los argentinos perdidos en el Atlántico, Farfalla -que es instructor de navegación-, comenta que "la caída del mástil resultó peligrosa de por sí porque hay que cortarlo rápidamente sino ocurre lo que, al parecer, terminó pasando: que el Tunante se dio vuelta. Es que el palo termina destruyendo la embarcación", por lo que considera muy improbable que los rescatistas "puedan encontrar" a los náufragos. Incluso arriesga que "pudo haber negligencias ya que el informe Meteorológico advertía que el tiempo era duro. Pero, es verdad, que muchos decimos 'no va a pasar nada' y seguimos".

Los avances tecnológicos hicieron olvidar -para Farfalla- prácticas antiguas que evitan siniestros, como el seguimiento de navegación que es una anotación artesanal.

Desde el Puerto de San Isidro, Enrique Celesia (68) ultima detalles de su embarcación -bautizada "Vito Dumas"- con la que planea dar la vuelta al mundo e intentar quebrar el récord del célebre navegante solitario.

Hace 20 años la vida lo puso a prueba mientras desandaba su pasión por la navegación. Corría febrero de 1994 cuando, en compañía de su perro Bubis, navegaba en un velero Bries, de 27 pies, por los mares del Sur rumbo a Ushuaia tras haber partido unos días antes desde Mar del Plata.

Al recordar aquella inolvidable experiencia, Celesia puntualiza que "viajábamos en un barquito más chico cuando, a 30 millas del Cabo Virgen de Santa Cruz, cerca de la entrada al Estrecho de Magallanes, apareció un temporal que se extendió por cinco días, con olas de 8 metros y un viento terrible".

Pero lo peor estaba por venir. "Al tercer día de tormenta, una ola de 4 metros puso el barco de sombrero e hizo explotar una ventana. Así el barco se llenó de agua, que tapaba las cuchetas y puso al perro a nadar", señala Celesia. El temor lo hizo reaccionar rápido. "Con un balde en la mano vacié el barco por el agujero: dicen que no hay mejor bomba de achique que un tipo aterrorizado con un balde en la mano", sentencia, con una sonrisa.

Finalmente pudo llevar a cabo una reparación casera que le permitió arribar a la costa. "Con una bolsa de dormir tapé el agujero, até unos cabos a una madera y así, sin motor y munido con un GPS a pila, pude llegar hasta Puerto Santa Cruz", concluye su historia.

Cuando sopla el Pampero

Para Darío Fernández (51), director del Instituto Superior de Navegación, el río de la Plata es peligroso por dos factores bien determinados: sopla mucho viento -"pampero" de 55 nudos que genera olas cortas, difíciles de navegar- y tiene poca profundidad lo que incrementa el riesgo de encallar en bancos.

Hace cuatro años, una tormenta severa lo alcanzó en el río, a mitad de camino entre los puertos de Colonia y Montevideo, cuando navegaba junto a dos amigos, uno de ellos también marino. "Fueron 12 horas de navegación en medio del peor temporal que pasé por la forma de las olas y el peligro de los bancos. Ibamos en un velero chico con 60 nudos de viento. Pusimos como vela un 'tormentín', que se instala en la proa y lleva una tela especial para evitar quebraduras", sostiene.

Gracias a la pericia y la experiencia al frente del timón, Fernández pudo conducir finalmente la embarcación hasta un puerto intermedio, llamado Santa Lucía, cerca de la capital uruguaya. Y ponerse a salvo.

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