Silvia, que es empresaria, recuerda con sonrisa y nostalgia aquellos días de acción que bien podrían plasmar un libreto cinematográ co que represente la historia de amor que escribió en abril de 1982, cuando enamorada como estaba de un joven que había conocido cuatro años antes en su Mar del Plata natal, se escapó de su casa para instalarse en Puerto San Julián, el lugar donde estaba a ncado el cuartel donde su novio y otros soldados se preparaban para una eventual invasión británica al continente.
Con bellos 21 años encima, Silvia optó por viajar a San Julián al enterarse que su chico, Omar Ferrari, la estaba pasando muy mal en el cuartel donde el exceso de fajina y ejercicios bélicos tenían como contraprestación poca comida y mucho frío, tal como la joven rubia e inquieta que lo iba a confirmar en carne propia.
“Le dije a mi madre que me quedaba a dormir con las hermanas de Omar pero me vine a Capital de donde viajé en avión a Comodoro Rivadavia”, recordó Silvia a HISTORIAS DE VIDA, para empalmar ese relato con el sacrificado viaje en micro hasta San Julián, que la recibió con viento, frío y la sensación térmica de guerra.
Ahora Silvia tiene 52 años y conserva el temperamento que la llevó a consumar la aventura en la Patagonia, donde constató más rápido que tarde que las condiciones en que estaban los soldados era realmente diíciles. “La pasaban mal y permanentemente hacían ejercicio raros. Uno tenía la sensación que la guerra estaba allí y no a 800 kilómetros de distancia, en Malvinas”, señaló.
Silvia tiene presentes los oscurecimientos, las maniobras de los soldados y el vuelo rasante de los aviones, como así también los zafarranchos de ataque a continente que obligaban a los pobladores “a tirarse al piso y esperar la orden que se podía volver a la normalidad”.
Por la reivindicación“A mí me consta lo que esos muchachos sufrieron en el sur a pesar de no haber ido a Malvinas” apuntó, mientras rememoraba con fotos tomadas por aquellos días distintos pasajes de su estadía en el lugar, donde estuvo alojada en el Hotel Central, un punto de reunión de los soldados cuando estaban de descanso y “en el que aprovechaban los guisos que cocinábamos con hielo que juntábamos de las galerías del edificio durante la mañana para que se descongelara en la olla”.
A pesar del esfuerzo realizado y del disgusto de sus padres que se enteraron dos días después que se había ido que la nena estaba en San Julián al lado de su novio, durante su aventura Silvia vio muy pocas veces a Omar. Al mes, la joven volvió a su casa y el novio quedó en San Julián hasta el fin del conflicto armado, siempre afectado al continente.
Cuando se reencontraron en junio en Mar del Plata, increíblemente, las cosas no fueron igual. “Omar había cambiado mucho. Nunca más fue el chico encantador que se había ido del ADA 601” precisó. Es más, dejaron de frecuentarse, y cada uno hizo su vida por su lado. La de Silvia es la historia aquí reseñada; la de Omar terminó hace varios años, asesinado en Brasil, a donde lo había llevado su destino.
Desnudos cubiertos por el secretoDespués de mucho bregar, Silvia Ortells fi nalmente consiguió trabajar como fotógrafa pero no en los medios hostiles donde se desenvuelven los corresponsales, tal como era su sueño original en los días que fue al sur detrás de su novio, sino para retratar la batalla que hombres y mujeres libraban por la estética y la belleza.
En ese terreno esta mujer que ya una vez casada fue empresaria de correos y actualmente se especializa en la novedosa modalidad de alianzas estratégicas entre empresas, se desempeñó como fotógrafa de un afamado cirujano plástico.
Su trabajo en el consultorio consistía en retratar a los pacientes antes y después de las operaciones y tratamientos a que se sometían.
Según señaló, mucha gente pasó ante su cámara pero, a pesar de la insistencia periodística, prefifirió resguardar en el secreto profesional a los famosos que durante esa etapa de su vida laboral vio mostrar tímidamente su desnudez en busca de ver reparada determinada imperfección.
"Viaje de 4 días a la convulsionada Rhodesia"Que la aventura es el sabor que más le gusta paladear a Silvia Ortells, lo ratifica el riesgoso viaje que realizó en 1976 por el sur de una Africa convulsionada por guerras internas cuando, como turista que estaba haciendo un viaje de placer por Johannesburgo, emprendió camino hasta la ex Rhodesia, en lo que hoy es Zambia, y que se encontraba por entonces en proceso de separación.
Para llegar a destino Silvia, que tenía por esos días 16 años y necesitó para la peligrosa excursión una autorización firmada por su madre que se quedó esperándola en Johannesburgo, debió cruzar ríos y selvas aprovechando un cese del fuego establecido provisoriamente en la región.
“Yo quería ser corresponsal de guerra y a lo largo del viaje vi cosas estremecedoras- contó Silvia-: desde una mujer negra que me quiso cambiar a su bebé por la caja de chicles que tenía, hasta un casino enclavado en la selva donde los soldados que por esos días disfrutaban el alto del fuego venían sus armas para poder apostar en la sala”.
El cicerone del periplo de cuatro días fue el guía del grupo de turistas que había quedado en Sudáfrica, un argentino del que Silvia recuerda sólo su nombre de pila, Kevin. “Yo me habían hecho amiga de él, que era homosexual y quería aprovechar -precisó- el cese momentáneo de las hostilidades para visitar a su pareja, un joven que vivía en Rhodesia”.