Aunque el dibujo y la pintura son manifestaciones artísticas que lo seducen, la vocación esencial de Gustavo Volpin es el teatro aunque ésta haya estado algunos años subyacentes y saliera a la luz en el marco de una terapia familiar cuando la adolescencia empezaba a bajar su telón para dar paso a un entreacto en su vida.
Hoy su propia casa en Alvarez Thomas al 1400 da cabida al espacio teatral "La cueva de Colegiales", un ámbito de estudio para la formación de actores que es la resultante del tiempo que destinó para forjarse con los maestros más grandes importantes del rubro.
Carlos Gandolfo, Agustín Alesso, Raúl Serrano y Augusto Fernández marcaron para Volpin, de 55 años, un recorrido que sumó también los aportes de Carlos Rivas, Mary Sue Bruce, David Amitin, Mariana Stolkiner y Néstor Raimundi.
"En 2007 tomé la decisión de dedicarme a enseñar teatro, después de haberme formado varios años como actor y estudiar Psicología Social, porque la docencia me tiraba mucho", afirmó Volpin a HISTORIAS DE VIDA.
De aquella revelación en la terapia cuando ante la pregunta de qué quería hacer en el futuro su respuesta fue teatro, a su primer contacto con el mundo al cual comenzaba a apuntar, pasó muy poco tiempo.
"Estaba en Mar del Plata, donde había ido ver la obra Boeing-Boeing al Provincial y a la salida me acerqué al actor Claudio García Satur, que la estaba protagonizando, para pedirle un consejo. Ahí comencé mi recorrido por distintos maestros de formación actoral", señaló, en lo que considera una "cocarda" que lo caracteriza.
La corriente del Movimiento Rítmico Expresivo, de Susana Milderman, fue otra de las fuentes de las que abrevó quien sostiene que para llegar a la categoría de artista "es necesario que se sepa la verdad de cada uno".
"Yo busco que los alumnos expresen su verdad y reconozcan su cuerpo y en ese sentido -aclaró- muchos quieren soltarse pero cuando lo hacen, algunos se asustan y se van".
El concepto que defiende como docente de teatro es que "el trabajo de actor consiste en vencer los temores que cada uno tenemos antes los desafíos que nos impone la vida".
En su hoja de ruta hay distintas actuaciones como parte de diversos elencos, pero también las exposiciones de dibujos y pinturas que presentó en centros culturales y en la Sociedad Hebraica Argentina.
De su trabajo como formador de actores, Volpin considera que la actividad le permite vivir con dignidad y en este momento, estar más cerca de las problemática de sus padres ya ancianos que requieren de su asistencia.
Ser o no ser
"Fui independiente de joven pero cuestiones puntuales y de reparación me ponen en la circunstancia de estar junto a ellos y entender este momento particular como el haber logrado un acuerdo con la vida", destacó.
Cuando termina su actividad en el espacio de formación teatral que encabeza, Volpin utiliza su página de Facebook para escribir y desarrollar las ideas que lo abordan en su condición de teatrista.
Casi con duda shakespereana, Volpin considera que entre los conceptos actor o maestro de actores, elige el último pero uniendo ambos términos. "Uno enseña todo el tiempo, pero lo mío -puntualizó- también es seguir aprendiendo".
Un buen ejercicio: vender en el colectivo
No siempre la subsistencia de Volpin vino por el lado del teatro. Es más, desarrolló distintas actividades en el rubro comercio, fue paseador de perros y hasta vendedor de artículos varios en medios de transporte.
"Trabajar en los colectivos te entrena" ironizó al recordar aquella faceta de su vida alineada, si se quiere, con un concepto que señala en sus clases: "la realidad del actor es que uno afecta al otro".
Para Volpin, la observación es vital para el actor a quien le resulta "mucho más cercano percibir que capitalizar un discurso racional".
En su experiencia como actor, una vez tuvo que interpretar a un paciente esquizofrénico y como nunca valoró lo que el psicólogo social Alfredo Mofatt, apuntó sobre que la actuación "permite entrar a la locura y salir", dijo. "Cuando terminé, si bien estaba conectado, quedé por largo rato abstraído a raíz de un ejercicio muy profundo de concentración para vincularme al personaje que nunca más volví a hacer", concluyó.
Estar codo a codo con Emilio Disi fue toda una señal
Gustavo Volpin está seguro de lo que hace es su verdad. Es cierto que evalúe que de haber sido actor de televisión hubiera tenido "más chapa" para la actividad que ejerce, pero sin embargo está convencido que con su actualidad "se siente más genuino".
Dueño de fino sentido del humor, Volpin se define como "judío pero no fanático" y recuerda que cuando fue al Hotel Provincial la noche que escuchó las sugerencias de García Satur que le abrieron la puerta al mundo teatral, tuvo en encuentro que lo marcó.
Volpin cuenta que tras dialogar con el protagonista de "Rolando Rivas, taxista", fue al baño de provincial. "De repente -apuntó- en el mingitorio de al lado del que yo ocupaba se acercó (el actor) Emilio Disi. Que orináramos uno al lado de otro -subrayó- me hizo ver que todo iba a ir bien".
También atesora cuando en una clase de improvisación para un casting, la malograda Cipe Lincovsky, a la que no conocía, lo incitaba con un mudo "dale, dale" a poner firmeza en su rol.
De sus contactos con famosos, Gustavo tiene presente que fue uno de los actores del grupo de Carlos Gandolfo que el recordado Hugo Guerrero Marthineitz invitó a su programa de televisión.
Y una vez, en un preestreno en la SHA, un tipo "vestido saco naranja, pantalón rojo y corbata amarilla" le causó gracia. Un rato después se dio cuenta que era Pedro Almodóvar.