i e La Muñequita peleó durante varios años con varias adversidades para poder dedicarse a un deporte que le permitió consagrarse campeona del mundo gallo de la AMB, título que defenderá a fines de mayo.
Una familia obrera, con limitaciones como cualquiera que habite dentro del proletariado. Un padre metalúrgico (Ramón), hoy cerca de jubilarse, una madre (Mabel) ama de casa, y un hermano mayor (Fernando, de 31 años), trabajador de aguas gaseosas. Esa familia cobijó, y lo sigue haciendo, a Sabrina Pérez, la campeona del mundo gallo de la AMB (el 31 de mayo defenderá por tercera vez su corona). Hoy comparte sus días con su entrenador y pareja, Diego Arrúa y disfruta de sus sobrinos Brandon y Mahia, hijos de su hermano y de su cuñada, Sabrina. Nada le fue fácil a la Muñequita (así la bautizó su hermano), pero se recostó en el amor por el boxeo para derribar vallas.

Nació y se crió en el barrio San José de Isidro Casanova, en donde acunó el deseo por el boxeo. "Dejé la escuela en el secundario porque los horarios no me daban, ya que los entrenamientos eran por la tarde y se superponía con el colegio. Me rateaba para ir a boxeo, en el club Islas Malvinas en la calle Seguí", cuenta Nery, como le dicen en familia.

Tenía 16 años, asistía al colegio Nº50, pero dejó en segundo año. "En casa se enteraron dos meses después, ya que tuve que blanquear porque quedé libre", dice. Sabrina Pérez dejó los libros y empezó a trabajar. "Con el hermano de una amiga trabajé en un taller de zapato. Me alcanzaba para el boleto, las vitaminas, pagar la cuota del gym y viáticos", se enorgullece.

Pero la traba estaba en el hogar, en donde "no me entendían, me pedían que lo pensara. En la primera exhibición no me fue bien, mi mamá me trataba de convencer para que dejara, que no era para mí, pero seguí y ella siempre estuvo conmigo", explica y agrega: "Mi papá y mi hermano no iban. No les gustaba no creían que iba a ser una carrera, pero cuando vieron que mi idea estaba firme, ahí me empezaron a seguir".

Cuando arrancó, el boxeo femenino no era el de hoy. "Estaban la Tigresa Acuña y la Leona Quirico y Bopp recién empezaba", recuerda y afirma: "En aquella ocasión le dije a mamá que me gustaba que me encantaba entrenar, subir al ring, pelear y ganar".

Y cuando el DNI marcaba 17 años, en el gimnasio, conoció a Diego Arrúa, su entrenador, su pareja. "El no entrenaba mujeres, pero luego me dijo si quería hacer una pelea. Así debuté en Catán", cuenta. "Diego fue y es un enorme apoyo, siempre me incentivó; me caía pero me decía que siguiera, que el obstáculo cuanto más grande es entrega más satisfacción poder saltarlo. Diego fue el primero que creyó en mí".

Las imágenes de la adolescencia junto a su hermano, jugando hoy siguen diáfanas en la memoria de la campeona del mundo. "Antes de arrancar en el boxeo me peleaba muchísimo, pero después no me llamaba la atención pelearme en la calle", dice.