Numerosos teólogos de la antigüedad no encontraban una respuesta certera para adjudicarle a las almas nacidas antes de Cristo un lugar en el más allá. Tanto Adán y Eva como el mismo Sócrates no habían sido bautizados, por lo tanto su ingreso al cielo no era posible, según varios concilios. Finalmente, la Iglesia decidió asignarles un lugar separado del infierno a aquellos que no habían sido bautizados. Esas almas esperaban el juicio final en el limbo, que era la antesala del Paraíso, con la esperanza de ser eximidos de sus pecados y castigos.
En el vocabulario popular, cuando se dice que una persona “está o vive en el limbo”, significa que está distraída o atontada e ignora lo que se dice y pasa a su alrededor. Simbólicamente están siempre esperando en la sala previa a la eternidad celestial.