Eso ocurrió hace 30 años en México, más precisamente el 22 de junio de 1986 durante el Mundial que se disputó en el país azteca, durante el enfrentamiento entre ingleses y argentinos, donde un tal
Diego Armando Maradona tuvo la oportunidad de ponerse a la altura de un Van Gogh, un Rembrandt o un renacentista como
Leonardo Da Vinci y crear la obra de arte más grande de la que tenga memoria futbolero alguno.
De nada hubiese servido ver caer a los soldados ingleses que le salían a su paso o que se chocaban entre sí de no haber inflado la red con la pelota y salir gritando y saltando la conquista. Durante esos escasos segundos,
el relator uruguayo Víctor Hugo Morales lo retrató de barrilete cósmico, en lo que también se convirtió en una obra de arte por la emoción de sus palabras, cargadas de poesía y lágrimas.
Es por eso, como lo hacen los críticos de arte, que muchas personas decidieron inmortalizar ese momento en relatos. Y como lo hizo Maradona, dejan con la boca abierta a más de uno al recordar aquel fresco del fútbol que se pintara durante la disputa de un partido entre ingleses y argentinos en México.
Lejos de la postura del escritor y filósofo Juan José Sebrelli, quien sella su casa durante los mundiales de fútbol para no contaminarse de una pasión popular y de un fanatismo, que según sus palabras "suele conducir al asesinato", plumas como las de Roberto Fontanarrosa, Eduardo Sacheri, Eduardo Galeano, Osvaldo Soriano, Ariel Scher y Hernán Casciari dejaron volar sus recuerdos y mediante la literatura deslizar la posibilidad de que Maradona le siga haciendo el mismo gol al arquero Peter Shilton.
ME VAN A TENER QUE DISCULPAR
El escrito
r Eduardo Sacheri, en su "Me van a tener que disculpar", ensalza la figura de Maradona, nuestro Diego cuando hace proezas o simplemente su apellido cuando su figura está emparentada a causas cuasi policiales. Pero también sintetiza esa proeza del 22 de junio de 1986 cuando dice: "Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera.La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre.
Y los va liquidando uno por uno, moviéndose al calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero sí sienten un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante...". El final lo conocemos todos, Diego los terminó burlando como lo había hecho con el árbitro en el primer gol, el de la Mano de Dios.
El siempre inmortal
Roberto Fontanarrosa relaciona el partido entre ingleses y argentinos con la confrontación bélica por las Islas Malvinas en su "Aquel gol a los ingleses". El Negro, fiel a su estilo futbolero, relata la jugada (perdón, la obra de arte) y dice: "
Y entonces, Diego, mientras cae sacudido por el trancazo postrer del último pirata, mientras imagina el rictus amargo de la Thatcher mirando la TV allá en su reino, le da a la pelota un empujón cordial con el empeine, bien rastrero, y le dice ´metete allá´, entre las redes, antes de caer sintiendo el gusto verde del césped entre los labios".
Argentinos y uruguayos no sólo comparten vecindad río mediante, sino la pasión que le ponen al fútbol. Y esa pasión, en muchos casos, se convirtieron en batallas campales dentro de un campo de juego, dignos modelos para que cualquier artista los transformara en óleo. Sin embargo, Eduardo Galeano, en su "El fútbol a sol y a sombra" le tiene destinado un capítulo a "Maradona" donde desentraña la imagen del astro argentino, su eterno choque contra el poder de la FIFA y sus vínculos con la cocaína.
10.6 SEGUNDOS
Fue Hernán Casciari quien se tomó el trabajo, cronómetro en mano, de precisar el tiempo que duró la obra de arte de Diego Maradona aquel 22 de junio de 1986. "10,6 segundos" es uno de sus relatos más logrados y que aparece, por primera vez, en la revista Orsai Nº11 y en el libro "Messi es un perro y otros cuentos". El Gordo, como se lo conoce, aunque un jugueteo de su corazón hizo que le ganara una batalla a la balanza, hizo poesía de los amagues y la carrera del astro, que obligó a muchos a mantener la boca abierta por esos casi 11 segundos.
"Menos de once segundos antes, cuando el jugador argentino recibe el pase de un compañero, el reloj en México marca las trece horas, doce minutos y veinte segundos. En la escena central hay también dos británicos y un hombre algo mayor, de origen tunecino. El deporte al que juegan, el fútbol, no es muy popular en Túnez. Por eso el africano parece el único que está en actitud de alarma atlética", relata Casciari en su cuento.
A 30 años de aquella proeza millones de argentinos aún mantienen en sus retinas o en el disco rígido de su cerebro la desazón de los británicos de no poder darle caza. Patadas al aire y revolcones varios ilustran la obra de arte que Maradona pintó ese 22 de junio de 1986, donde un lienzo verde de 110x75 metros (metro más, metro menos) sirvió de escenario para la conquista del mejor gol de la historia del fútbol.