El caso ocurrió en la madrugada del
20 de marzo del año pasado. Adriana (42), que pertenecía a una acomodada familia de industriales de
San Pablo, Brasil, se había separado de su marido, el contador y empresario
Carlos Vázquez. El matrimonio tenía tres hijos: las dos mayores mujeres: F. (15) y C., de 14 años. El más chico, Martín, tenía 6 años cuando se convirtió en la víctima de una noche de locura.
Poco más de un mes antes de la tragedia, Adriana había querido matar a sus tres hijos, lo que motivó una primera denuncia penal. Según declararon las nenas, la madre les había intentado dar
pastillas para dormir y, a la vez, había colgado una soga de un tirante del techo. Los tres se fueron con el padre pero, unos días antes del crimen, F., la mayor, y Martín regresaron con Adriana al country. C. nunca quiso volver, se quedó con su padre. La mujer, tras el
divorcio, había sufrido un cuadro
psiquiátrico y había sido internada en una clínica de
Quilmes. La mencionada internación había sido en noviembre de 2011.
La madrugada del horror, F. y Martín miraban televisión en una habitación de la casa. Adriana se había quedado con un celular de su ex marido, que comenzó a revisar hasta que encontró la foto de la nueva pareja del
empresario. Eso le generó un ataque de furia, por lo que rompió a martillazos el aparato.
F. le contó al fiscal que la madre apareció en la habitación, le dijo que se durmiera y se llevó a Martín. La adolescente escuchó el ruido del agua, por lo que se dio cuenta que su mamá estaba llenando el
yacuzzi. Después oyó un quejido de su hermanito, aunque pensó que el nene no quería bañarse. La adolescente se quedó dormida.
La mujer había ahogado a su propio hijo. Pero tuvo, además, la idea de dejarle un mensaje a su hija mayor, a su otra hija, C., no le dedicó
ningún mensaje.
La mujer estuvo varias horas con el cadáver de su hijo hasta que F. se levantó y no escuchó a su madre.
Asustada, telefoneó al padre y buscó a la empleada doméstica que acababa de llegar. Fue un empleado de seguridad del country el que entró a la habitación.
Adriana había tomado medicamentos, se había provocado cortes en las muñecas y había intentado matarse golpeando con su cabeza la pared de su dormitorio. Ella sólo estuvo unas horas internada, después fue llevada a declarar y de allí trasladada a la Unidad Penal 45 de Melchor Romero, en las afueras de
La Plata. Cuando salía de la fiscalía en un auto policial un cronista le acercó el micrófono y le preguntó por qué lo había hecho. Ella, fría, respondió: 'maté a mi hijo para cagar al padre'. El fiscal pidió la preventiva, lo que fue finalmente aceptado por el juez de
Garantías Juan Pablo Massi. El paso siguiente fue ordenar una serie de peritajes psicológicos y psiquiátricos, que se harían en un total de siete entrevistas. Sólo pudieron hacer una porque la mujer se
suicidó en un baño del penal.
A casi un año del brutal caso, que horrorizó al país, todavía surgen interrogantes sobre lo que pudo haber generado semejante acto de
salvajismo. Pero esas preguntas, con la muerte de la asesina, ya no tendrán respuestas.