A 43 años de aquel Huracán que salió campeón el domingo 16 de septiembre de 1973, el legado de ese equipo que dirigió el Flaco Menotti aún perdura. Como una flor silvestre en medio del desierto, la aparición del Globo expresando un fútbol de ataque muy creativo, fue contracultural en un medio que reivindicaba el rigor de la táctica y la especulación.
¿Por qué para el Flaco Menotti aquel Huracán campeón de 1973 fue su obra cumbre? Porque Huracán jugaba como Menotti siempre soñó que jugara un equipo. El modelo, el concepto, la idea y la suma de todas las virtudes individuales y colectivas estaba expresada para Menotti en aquella selección de Brasil consagrada campeón del mundo en México 70. Con Clodoaldo como volante central y con Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino intercambiando roles y funciones de mitad de campo hacia adelante.

Menotti, acreditado como enviado especial por un medio de prensa de Rosario, se había deslumbrado con ese Brasil que inventaba sobre la marcha el fútbol que perdura en la memoria de los que estuvieron en México y de los que no estuvieron.

Huracán del 73 representó algo de ese espíritu. No porque Houseman fuera Jairzinho; ni Brindisi, Gerson; ni Avallay, Tostao; ni Babington, Pelé; ni Larrosa, Rivelino; ni Fatiga Russo, Clodoaldo.

Pero ese Huracán que conquistó el campeonato frente a Gimnasia el domingo 16 de septiembre del 73, dos fechas antes del cierre del torneo, exhumaba el perfume del fútbol que Brasil había ofrecido 3 años atrás en la majestuosidad de un mundial siempre recordado.

Brilló Huracán. Los números, como casi siempre, dicen muy poco: 32 partidos, 19 triunfos, 8 empates, 5 derrotas, 62 goles a favor, 30 en contra. Cifras, en definitiva, que no alcanzan para interpretar la dimensión y el volumen de un equipo que sigue siendo reivindicado aún por los negadores seriales que suelen frecuentar todos los espacios.

No copiaba Huracán a Brasil 70. No le bajaba de manera explícita Menotti esa línea a los jugadores. Pero funcionaba el equipo a partir de una versatilidad ofensiva en la que no se distinguían posiciones fijas. Todos entraban y todos salían de la jugada. Y todos convertían goles: Larrosa 16, Brindisi 12, Avallay y Houseman 10, Babington 8.  

El toque como bandera. Y el toque y la pared como testimonio para concluir la maniobra en la red ajena. Estaban los intérpretes para construir esos perfiles futbolísticos inapelables. Y estaba el entrenador dando sus primeros pasos en la profesión (había asumido en Huracán en mayo de 1971, después de haber sido colaborador del Gitano Juárez en Newell's) para liderar desde afuera esas búsquedas y rasgos de calidad infrecuentes.

Muchos años después, el Lobo Carrascosa, lateral izquierdo del equipo, afirmó: "Huracán le cambió la cara al fútbol argentino". Omar Larrosa, por su parte, sumó una opinión ideológica: "Nosotros lo que hicimos fue desdramatizar jugando el fútbol que identifica a los argentinos y que desde hace unos años practica el Barcelona".

Las palabras de Carrascosa y Larrosa tuvieron una dirección inequívoca: rescatar el legado que dejó el Globo en la primera mitad de la década del 70. Cuando el fútbol argentino venía elaborando el duelo por la ausencia de su Selección en Mexico 70, eliminada un año antes por aquel Perú de Chumpitaz, Challe, Cachito Ramírez y Teófilo Cubillas, entre otros, que conducía el brasileño Didí.

Eran tiempos de confusión. De pasión por los sistemas. Y de culto a las tácticas. Con Juan Carlos Lorenzo haciendo punta como técnico del Ciclón, campeón del Metro y el Nacional de 1972. Tiempos de mirar y acompañar el fútbol físico de los europeos aunque el campeón del mundo haya sido Brasil. Tiempos de Enrique Omar Sívori manejando la Selección nacional en las eliminatorias para Alemania 74.

Sívori, al que Menotti considera uno de los jugadores más extraordinarios que haya visto, manifestaba su admiración absoluta por el fútbol europeo. Y especialmente por el rigor tacticista del fútbol italiano, donde descolló en los 50 y 60 actuando en la Juventus y después en el Napoli.

En ese contexto despojado de luces, la notable aparición de Huracán capturando un estilo totalmente ofensivo fue contracultural. "Menotti nos daba libertad para crear y nos repetía que nosotros teníamos equipo para ganarle por goleada a cualquiera. Pero esa libertad que nos ofrecía siempre tenía un orden y un funcionamiento", nos dijo hace unos días Roque Avallay.

El orden y el funcionamiento formaba parte de la idea. Respaldada la idea. Era el piso del equipo. El techo se enfocaba en el talento de los protagonistas. En la creatividad que fluía de tres jugadores formidables: Brindisi, Babington y Larrosa. Lo de Houseman está en otra escala. Houseman fue la construcción perfecta del crack que hace todo con la naturalidad de los grandes elegidos, aún sin saberlo. Era incontrolable René dentro y fuera de la cancha. Esa magia respondía también a la magia que vivía en aquel Huracán que de la mitad hacia atrás estaba sostenido por Roganti, Chabay, Buglioni, Basile, y Carrascosa.

Es cierto, el Globo no cerró de la mejor manera el campeonato que ganó de manera estupenda. En la última recta, la Selección del Cabezón Sívori le llevó algunos jugadores para disputar las eliminatorias ante Bolivia y Paraguay. Los convocados fueron Brindisi, Babington y Avallay. Y los reemplazos a los que acudió Menotti no estuvieron a esa misma altura. Igual, nada opacó la consagración del equipo. Y la victoria de una línea de fútbol que hasta trascendió el folklore de una vuelta olímpica en el estadio Tomás Ducó.

Por eso el recuerdo que envuelve a ese Huracán que dirigió el Flaco Menotti a los 34 años sigue hasta estos días. Como si fuera un equipo que representara a muchos equipos. Y quizás a todos los hinchas.         
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