Silvia era joven y hermosa. Cuando tuvo a su hija con Grisolía, lo ocultaron porque él aún estaba casado, por eso hubo un casamiento arreglado con un empleado, para disimular. Ella llegó a ser la gerente de la empresa gastronómica que, allá por los comienzos de los '90, se había convertido en la más importante de ese rubro en la ciudad de
La Plata. Silvia trabajaba todo el día, cada vez más. Le había dado un impulso a la firma.
Pero algo estaba sucediendo y ella no lo sabía, ni siquiera se lo imaginaba. Según se pudo reconstruir en el juicio oral y público, el odio de los hijos del primer matrimonio, que veían a Silvia como una competidora desleal, iba creciendo con el paso del tiempo. Nunca se pudo probar quien dio la orden. Si es que alguien dio la orden o fue un impulso personal de un hombre que confesó ser un enamorado platónico de
Delia Delfina, hija de Grisolía. La motivación del brutal asesinato, pese a las hipótesis que se manejaron en la causa, jamás se podrá llegar a probar con la suficiente fuerza como para que alguien lo pueda afirmar sin temor a equivocarse.
Lo cierto es que el 28 de julio de 1995, Silvia conducía su camioneta Renault Express por las afueras de La Plata, en Tolosa. Iba escuchando música con el volumen alto. Se detuvo en un semáforo en el cruce de la avenida 19 con la calle 526. Hubo una frenada y un hombre, que cubría su rostro con una capucha, disparó en cinco oportunidades. Los balazos impactaron en el pecho de la mujer, que murió en el acto. Después, aceleró el Ford Escort en el que viajaba y escapó a toda velocidad. Los testigos dijeron haber visto a dos personas dentro del vehículo.
El brutal asesinato, con tinte mafioso, generó gran conmoción en la "ciudad de las diagonales". Ese día nadie imaginaba que detrás de tan bárbaro y cobarde homicidio se escondía una historia de
amor y odios. De pasiones y dinero.
Mucho dinero.
José Grisolía había comenzado de muy abajo. Había trabajado como lavacopas y albañil. Ya siendo un hombre de 40 años fundó Grisolía SA y no paró de crecer. Con su mujer, Elfa, tuvo cuatro hijos. Todos trabajaban. En los '80, la firma era la principal proveedora de alimentos del Estado bonaerense. Il Tetto, su salón de comidas, había crecido de una forma vertiginosa. Por aquellos años José conoció a Silvia, cuando la joven trabajaba en un ministerio.
En los '90, la relación entre José y Elfa estaba rota. Para entonces Silvia Garriador ya tenía un cargo importante en la empresa. Un testigo contó que la paternidad de la hija de Silvia llegó a los oídos de la primera familia del empresario porque alguien colocó un micrófono oculto en la oficina. Contaron también que a partir de ese momento hubo
amenazas, pero nada hacía presumir que la tragedia estaba por llegar.
El juez
Guillermo Labombarda fue el primer investigador del caso junto a policías de la Brigada de La Plata. La información comenzó a llegar al expediente. El magistrado, con la prueba recolectada, ordenó la detención del ex policía Luis Abel Pratto y de su amigo Pedro Jadra Tau.
Pratto confesó sin rodeos. Pero dijo que él quería tanto a la familia, especialmente a Delia Delfina, la mayor de los cuatro hijos del primer matrimonio de Grisolía, que planeó y llevó a cabo el crimen solo, sin ayuda de nadie. Dijo que su amigo era inocente. Pero
sólo le creyeron en parte. El juez también ordenó la captura de la mujer, quien estuvo prófuga varios meses, fue detenida y, finalmente, fue liberada por falta de pruebas.
El juicio oral y público estuvo a cargo de la Sala IV de la
Cámara Penal de La Plata. Los jueces María Ruisech, Alberto Ocampo y Sara Berta de Rodríguez escucharon decenas de testigos. Fue uno de los juicios más impactantes de la historia penal platense. El empresario Grisolía, cuando le tocó testimoniar, dijo: "fui un hombre que busqué siempre la felicidad, la encontré tarde y me la mataron". También declaró: "el próximo en la lista puedo ser yo". Por eso, cuentan, por entonces sacó un seguro de vida y puso como única beneficiaria a la nena que era hija de su unión con Silvia.
Jadra Tau, el cómplice, siempre juró ser inocente. No le creyeron, por lo que fue condenado a 8 años de prisión por su presunta participación. Cumplió la pena y fue liberado. Mientras que Pratto, el confeso asesino, recibió una dura condena de
20 años de cárcel. Pratto sería noticia una década después, cuando ya con salidas transitorias, se dedicó a "cuidar" a un joven que había sido secuestrado. Cuando llegó la policía y descubrieron el lugar de cautiverio,
escapó por los techos. A una cuadra cayó muerto de un ataque cardíaco.