El juego ubicado en Traful y avenida Sáenz pertenece a Carlos Pometti, uno de los pocos calesiteros que van quedando en la ciudad. Historias, secretos y anécdotas que le entregó a Porteño del Sur en un mano a mano.

"Es esto lo que sé hacer”, dice Carlos Pometti. Hay un notorio orgullo cuando se define como calesitero y habla de la calesita que tiene en Traful y avenida Sáenz. Desde esa plaza ubicada en pleno centro del barrio de Nueva Pompeya vio cambios: chicos que se volvieron adultos, nuevas costumbres y el barrio en sus mejores épocas. Con la sortija en la mano, es el gran rival momentáneo para esos niños que por unas pocas monedas se suben a los caballitos de la ‘Calesita Pedrito’ y fantasean con ser los mejores jinetes.

La profesión se traspasó de padre a hijo, como eslabones que continuaron formando una gran cadena. ‘Mis hijos también son calesiteros y, cuando yo no puedo, se encargan un poco ellos. Me dan una mano’, cuenta Carlos.

Su padre Pedro Pometti adquirió la gran máquina en 1958 luego de ir a reparar sus engranajes y encontrarse con el deseo de dos farmacéuticos que querían venderla. ‘Desde 1939 hay una calesita en la plaza. Antes de ésta, que la construyeron en Rosario en 1949, había otra mucho más antigua’, recuerda en diálogo con Porteño del Sur.

Pero el sueño de Pedro no fue fácil. La oportunidad le llegó en un momento de idas y vueltas económicas en el país y en medio de la asunción del presidente Arturo Umberto Illia. ‘Tuve que sacar una hipoteca, que se la dio el abuelo ¡Imaginate lo que era sacarle un mango a un abuelo tano!’, ríe mientras rememora cómo veía disfrutar al papá durante los fines de semanas en los que los chicos del barrio llegaban por decenas, como si fueran parte de un ritual y acompañados por las familias.

Jugaba, pero también ayudaba. De pequeño, Carlos aprovechaba sus tiempos libres para acercarse a la calesita y dar una mano en el negocio al papá. ‘Empecé de muy chico en esto y eso me ayudó a aprender bien todo’, detalla.

Esa experiencia lo forjó de un sólido valor cuando Pedro le ofreció el manejo íntegro de la calesita. La sortija, las cuentas, el cuidado y el hacer divertir a los chicos del barrio quedaron en sus manos. No dejaba de ser un compromiso importante. Esta vez el contexto económico también era complicado: los primeros meses de la presidencia de Carlos Saúl Menem. ‘Fue para 1990. Me había casado y necesitaba más plata. Entonces mi papá decidió dejarme acá’.

‘A esta plaza venían todos. Se llenaba de gente, pero después, con el vandalismo y los robos, dejaron de venir’, comenta con angustia. Carlos ve un presente complicado. No deja de comparar con el pasado. Le resulta imposible no hacerlo. Hay un dejo de tristeza. ‘Había más vecinos, pero ahora hay una confianza que se perdió’.

‘Los pibes ahora tiene ocho años y ya se sienten grandes’, lanza, como en un intento de encontrarle una explicación más cercana a los pocos visitantes que recibe la ‘Calesita Pedrito’.

Los giros interminables y las risas de los más pequeños acompañaron durante toda la vida a Carlos. Asegura que la calesita lo seguirá acompañando, a pesar de que piensa en traspasársela a sus hijos, como lo hizo su padre. Un ciclo que vuelve a repetirse.i

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