El nieto del dueño de una famosa cadena de zapaterías, dominado por la ambición, masacró a su padre y dos mujeres tras haber interpretado de modo equivocado una historia repetida por su abuela sobre un supuesto tesoro oculto en su residencia.

"Tu abuelo siempre dijo que en esta quinta tenía su tesoro". Norma contó varias veces la historia de su fallecido esposo, que había creado una de las cadenas más importantes de zapaterías de la Argentina: Pepe Cantero.

En el 192 de la calle 20 de Junio de la ciudad de San Vicente, la casona con pileta rodeada de un parque de casi media manzana, fue un paraíso terrenal para el empresario que se hizo famoso auspiciando programas de televisión de los '70 y comienzos de los '80.

A Pepe Canteros (a diferencia de la marca, su apellido era con "s") los vaivenes del país le dieron un golpe mortal. El empresario, tras una quiebra, quedó casi en la ruina. Murió cuando sólo tenía una propiedad: su tesoro.

Uno de sus hijos, Jorge Canteros (51), se mudó a la quinta. Allí, luego de divorciarse, vivió junto a su nueva pareja, Giselle Edith Minod (34), y su madre, Norma (78).

Alex, el hijo menor, vivía con ellos. Estaba cansado de repartir lavandina con su padre en los comercios del Sur del Conurbano. Soñaba con el pasado millonario de su familia. Y creía, como si fuese un guión de una película, en la historia de la abuela Norma. Pero para él, el tesoro tenía otro significado: el abuelo Pepe, en algún lugar del parque, había enterrado diez millones de dólares.

El joven, cuando tenía 18 años, llegó a discutir con su padre para que le permitiese buscar el tesoro. "Dejáte de joder con pavadas", escuchó una y otra vez Alex. Pero no le creía.

Ocurrió en realidad que su amigo y confidente, Eugenio Gustavo Tito Muñoz, había realizado rituales pseudorreligiosos, en los que "había confirmado" sus sospechas: a un paso de un árbol de mandarinas, en botellones enterrados, se amontonaban los fajos de billetes de cien dólares.

El plan lo estudiaron varias veces. Muñoz, por entonces de 31 años, aportó ideas. Alex pensó y pensó hasta que, finalmente, tomó la decisión. Era la noche del 10 de enero de 2004 y hacía varias horas que estaba lloviendo.

Fue Alex el que dio aviso a la Policía. Dijo que había regresado a su casa a las 2.30 de la madrugada del día 11, que había encontrado a todos muertos, que había corrido a pedir ayuda y que no tenía la menor idea de lo que había ocurrido.

Jorge había recibido un balazo en la cabeza con una pistola Pietro Bereta calibre 7.65 que los asesinos habían encontrado en la casa. Norma y Giselle tenían dos impactos de bala cada una. Los tres habían sido sorprendidos en el quincho de la quinta mientras miraban televisión, luego de comer un asado.

La masacre era inexplicable. Para sumar confusión a los primeros minutos de la investigación, surgieron dos elementos llamativos: los cuatro perros doberman y el ovejero alemán, que no dejaban acercar a nadie al parque, habían sido encerrados mansamente en una habitación.

Además había dos pozos, recién cavados, cerca de un árbol de mandarinas.

Un policía de San Vicente, cuando entró a la quinta, se paró a un costado de la casa y observó la escena mientras frotaba sus zapatos en el pasto, tratando de sacarse el barro que le había quedado pegado en el calzado. Fue en ese momento en que tras mirar a Alex, se dio cuenta de algo que sería el comienzo del esclarecimiento: las zapatillas de Canteros estaban limpias.

El chico había contado a los investigadores que trataban de esclarecer el triple homicidio que esa noche había viajado en colectivo a Temperley. En el armado de su coartada aportó que había estado en un shopping, que había regresado de madrugada y que, cuando vio a su familia muerta, había salido corriendo para pedir ayuda.

Cuando le repreguntaron por la salida nocturna, Alex mostró los boletos del colectivo y un ticket de una compra en el supermercado. Pero la coartada apenas aguantó dos días.

La coartada no duró mucho

Darío, un amigo del barrio, declaró que él había viajado a Temperley con su novia, y que Muñoz le había dado 25 pesos, con la condición de que le entregara los boletos. Alex nunca más volvería a declarar.

El fiscal Marcelo Martini envió a la cárcel a Alex y Tito, a quienes acusó de triple homicidio calificado.

El juicio oral y público se realizó en La Plata, en el año 2008. Los jueces Juan Carlos Bruni, Emir Caputo Tártara y Gloria Berzosa los condenaron a perpetua.

Habían escuchado al fiscal Carlos Gómez, en el alegato, decir que "prepararon con antelación el escenario con un macabro plan, casi de película, para matar a tres personas y apoderarse de una suma de dinero fantasiosa o no, pero ese fue el motivo que los llevó a cometer una masacre despiadada".

Dos años después de la masacre, una vecina contó que tenía miedo, que cuando caía el sol escuchaba ruidos y veía luces en el lugar donde había tenido lugar el crimen de Canteros y las dos mujeres que lo acompañaban esa noche fatal del 10 de enero.

La explicación para los extraños sucesos que atribulaban a la mujer no tardó en llegar: ocurría que de noche, evidentemente, ingresaban lugareños para seguir la tarea que había iniciado Alex, cavando en el terreno y haciendo huecos en los pisos de las habitaciones.por si lo del tesoro allí enterrado podía llegar a cobrar visos de realidad. Ya no quedaba nada del paraíso de Pepe Canteros. Se asemejaba a una casa bombardeada en medio de una batalla.