En un tiempo no muy lejano, Sergio Massa supo ser el favorito para ganar esta elección presidencial. Fue a partir de las elecciones de 2013, en las que obtuvo un resonante triunfo sobre el kirchnerismo en la gigantesca provincia de Buenos Aires, y contrariamente a lo que habían sugerido sus detractores, "el helado no se derritió en el verano".
Logró estar en la cresta de la ola hasta fines del año pasado, cuando el oficialismo dejó claro que no había que darlo por vencido, mientras Massa dividía votos con Macri, perdiendo en consecuencia el primer lugar.
Pero todavía le faltaba lo peor, cuando comenzaron las fugas y las mismas alcanzaron a sus figuras más prominentes: el Frente Renovador quedó en serio riesgo de desaparecer. Tuvo una "prueba de carácter" con el acto realizado en Vélez Sársfield, donde el massismo mostró una gran capacidad de movilización, pero no pudo disfrutar demasiado, pues esa misma semana se reanudó el éxodo.
Lo demás es historia reciente: el PRO descartó de plano un acuerdo para un gran frente opositor; un cierre de listas donde se rearmó con lo que pudo, y unas PASO en las que logró mostrarse competitivo con un 20% de los votos. Pero sobre todo, una campaña electoral para la primera vuelta en la que, perdido por perdido, Massa se animó a hacer las propuestas más extremas, a resguardo del fuego oficialista o de sus colegas opositores, lo que le daba la posibilidad de jugar a fondo sin tener que dar explicaciones. Solo así se entiende que se haya animado a sugerir la intervención de militares en la lucha antidroga, sin que se le arrojaran a la yugular. Propuso endurecer las penas, Ley de Derribo, 82% móvil y hasta amenazó a los maestros sin que nadie lo confrontara.
En ese tren de jugadas audaces, hasta podría haber sugerido una suerte de retorno del servicio militar, sin levantar polvareda en su contra.
El resultado fue la ponderación general por su cantidad de propuestas. También hay que reconocerle haber podido mantener a su alrededor un equipo destacado, producto de lo que alcanzó a cosechar cuando tenía completo su poder de fuego y sus posibilidades intactas. Logró retenerlo, aunque no se sabe por cuánto tiempo.
Massa cumplió el difícil objetivo de mantenerse en el podio de la competencia. Corriendo desde atrás, conservó los votos de agosto cumpliendo un curioso papel doble: fue un lastre que le impidió crecer a Cambiemos, pero resultó tapón para evitar que el oficialismo pudiera ganar en primera vuelta como se había propuesto. Pasadas las elecciones, consiguió otro hecho meritorio al mantenerse en el centro de la escena a pesar de estar fuera de carrera.
En efecto, la puesta en escena realizada en el Hotel Hilton tres días después de las elecciones es un ejemplo de ello. Se mostró allí con sus aliados más encumbrados y recogió la atención general, como si todavía tuviera posibilidades competitivas. Tiene su explicación: más de cinco millones de votos no pueden pasar desapercibidos. Con eso, los rivales que protagonizarán el balotaje saben que el tigrense puede tener la llave del triunfo para cualquiera de los dos. Saben también que no se la regalará a ninguno.
Era obvio que no pronunciaría ningún apoyo para el balotaje. No tiene sentido que lo haga; inclinarse para un lado le generará rispideces con el resto y él quiere retener todo. Aunque se ha cansado de repetir -en una exhibición de la humildad que no le sobra- que los votos no le pertenecen a nadie, sabe que en política eso cotiza como oro y no piensa rifarlo, con lo mucho que le consiguió mantenerse donde está.
Pero también es consciente de que mayoritariamente se trata de un voto opositor, de ahí que en su discurso post primera vuelta esbozara mayor hostilidad hacia el candidato oficialista. Disfruta, eso sí, de ver al mismo recogiendo sus propuestas, y se quedó pasmado cuando inesperadamente le ofreció el lunes sus disculpas por el episodio del espionaje en su domicilio, que sobre todo su esposa no le piensa perdonar.
No se jugará por Mauricio Macri, está claro. Pero también resulta obvio quien quiere Massa que gane el 22 de noviembre. O quien le conviene, mejor dicho. Para una definición en primera vuelta podría haberle dado casi lo mismo. Un triunfo de Daniel Scioli el 25 de octubre le hubiera dado supuestamente la razón respecto a su propuesta de una gran interna opositora -o al menos un gran acuerdo con Cambiemos-, y habría dejado muy mal parado al líder del PRO, sacándolo posiblemente del camino presidencial para el futuro. Un triunfo oficialista en primera vuelta se hubiera debido a una mejor cosecha de UNA, en detrimento de Cambiemos. Y al día siguiente de la elección, Sergio Massa hubiera comentado a cimentar su papel de gran opositor del presidente Scioli.
Ahora le conviene que gane Macri, y él comenzará a edificar ese mismo rol para sí mismo, con el agregado de que el peronismo, en derrota, entra en estado de conmoción interna. Por más que en el Hilton haya aclarado que su objetivo es hacer crecer el Frente Renovador, desligándose de la suerte del PJ, que lo suyo es una búsqueda más transversal, Massa piensa para el caso de que Scioli pierda avanzar sobre el desbande justicialista. Pasa además que, en caso contrario, el desbande lo sufriría él con su fuerza. Cosa que le hubiese pasado sobre todo con un triunfo del FpV en primera vuelta, pero que sucederá también si en octubre el oficialismo se mantiene en esa condición.
El peronismo derrotado saldrá a buscar responsables y pocos se librarán de ese karma. Ya le pasó a Aníbal Fernández, que vio el 25 de octubre cómo sus expectativas de convertirse en hombre fuerte del PJ quedaban de lado. Le pasaría al candidato presidencial. Y les pasará a otras figuras que piensan tallar en el futuro del peronismo, como Juan Manuel Urtubey, para quien no será lo mismo seguir edificando su perfil atractivo con su aliado Scioli en el poder, que sin él. No le será sencillo tampoco a Florencio Randazzo salir indemne de las facturas. Y no saldría bien parada tampoco Cristina Kirchner, a quien más temprano que tarde le facturarían una derrota de tamaña magnitud.
Con ella le gustaría lidiar a Massa en su disputa por el peronismo. Sería un favor extra que le prestaría al eventual presidente Macri. Y no sería el único, pues como tercera fuerza lo necesitarán en el Congreso nacional y en la provincia de Buenos Aires, para asegurar gobernabilidad.
Hay un ejemplo que Sergio Massa no quiere repetir es el de José Octavio Bordón, que en 1995 cosechó 5.095929 votos, que dilapidó en la intrascendencia. El piensa usar sus 5.211.705 votos como plataforma para seguir transitando un camino que espera algún día lo instale en la presidencia. A los 43 años, tiene mucho tiempo todavía para eso.
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