La forma de hablar nos define en gran medida, tanto como lo que decimos. Una voz impersonal y un relato aburrido no llaman la atención de nadie. Pero qué pasa si a nuestra charla le sumamos alguna incidencia, algún detalle picante, y es más, en ese detalle dejamos escapar a través de nuestra garganta toda la sensualidad de que somos capaces. Pensemos por un momento cómo sonaría eso en los oídos de un hombre, y por ejemplo cómo los enloquecería oír con una voz seductora que nuestra zona erógena es el cuello. Los matices de las voz y la infinidad de temas sensuales que podemos abordar en una conversación hacen que se convierta en una fuente de sensualidad y atracción.