La historia de la zona que es la "perla" del Sur porteño convoca a miles de personas que lo retratan a través de incontables obras. Su forma sigue la línea que dejó el ramal del Ferrocarril Buenos Aires al puerto de Ensenada

"He venido por última vez, he venido a contarte mi mal”, rezan los versos más boquenses, si de tangos se trata. Es que la calle de 150 metros que inspiró con notorias diferencias a Coria Peñaloza y Juan de Dios Filiberto para la canción que la honra, convoca a lugareños y habitantes de todo el planeta, cual embrujo inmanejable.

Ubicada en el corazón del barrio, frente al Riachuelo en la zona conocida como Vuelta de Rocha, y a 400 metros de “La Bombonera”, la calle Caminito recibe a cientos de turistas por día, deseosos por hacer un viaje a través del tiempo.

Aquel lugar por donde pasaba el tren en 1898, para terminar abandonado treinta años más tarde, terminó convirtiéndose en un paseo público luego de que el reconocido pintor Benito Quinquela Martín y un grupo de vecinos, decidieran recuperarlo, allá por 1950.

Decorado con esculturas y murales, creados por artistas del barrio, Caminito devino casi en un museo ambulante en el que pintores, artistas plásticos o simplemente transeúntes primero y fotógrafos y cineastas, más tarde, intentaron inmortalizar su encanto, a través de sus obras.

Su forma sigue la línea que dejó el ramal del Ferrocarril Buenos Aires al Puerto de Ensenada. De este a oeste, la calle atraviesa en diagonal la manzana limitada por Aráoz de Lamadrid, Garibaldi, Magallanes y Del Valle Iberlucea.

Rebautizada como calle museo, Caminito impacta con un paisaje impensado, a los ojos de la modernidad. Con sus conventillos típicos de chapa y sus paredes multicolores, aquel Puntin (diminutivo de Puente, en dialecto genovés), tal como se la conocía a principios del siglo XX, refiere a un tiempo tan hermoso, como diverso.

En verdad, las casas de madera y chapa, refieren precisamente a las viviendas precarias que a fines del mil ochocientos, albergaban a numerosas familias italianas.

El contraste de los colores primarios en surcos acanalados, que promovió el pintor e impulsor del trayecto turístico, alude a una costumbre urgente por decorar las primeras viviendas, según los recursos de sus pobladores.

Las casas de las calles adyacentes, montadas sobre pilotes o cimientos altos, remiten a las frecuentes inundaciones que sacudían a la zona por los incontrolables desbordes del Riachuelo.

El material utilizado para la construcción de las viviendas fueron las chapas de zinc, las mismas se pintaban con las sobras de las pinturas de los talleres cercanos.

Hoy la tradición de pintar las casas con diferentes colores permanece. Acaso el espíritu solidario de la época con habitantes oriundos de distintas comunidades se vea resumido en los conventillos del barrio.

Allí, la cocina y el patio representaban el lugar común entre diminutas y numerosas habitaciones de amigos, parientes o simplemente nuevos vecinos que llegaban en busca de una oportunidad.

En tal caso, las diferencias que hoy tantas reacciones y críticas generan a dirigentes planetarios, quedaban relegadas a un segundo plano. La subsistencia y la convivencia eran prioridad.

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