El nuevo Rey de los pesados puede lucir con orgullo su corona por destronar al kazajo Wladimir Klitschko de un cetro empírico que aún conservaba sin ser campeón, en un contexto, ante un rival y en una pelea acorde a la ocasión. ¿Surgirá ahora un Nuevo Orden para esta emblemática categoría, que venía desteñida?

Hagamos un repaso por los grandes campeones mundiales pesados de la historia, así como vayan apareciendo en la memoria:

Alí, Frazier, Foreman, Louis, Lennox Lewis, Tyson, Marciano, Jack Johnson, Patterson, Dempsey, Holyfield, Holmes, Bowe… Klitschko (Vitali y Wladimir).

Si falta alguno, es porque no tuvo la llegada ni el predicamento necesarios, por la razón que fuese.

Pero, ¿qué tienen en común estos y por qué se los destaca?

Casi todos son yanquis.

Casi todos son negros.

Y podría armarse un árbol genealógico, organizado de principio a fin, de modo tal de formar una especie de dinastía, donde un hilo conductor los contuviera a todos, como a las perlas de un collar. Un linaje selecto.

El último eslabón de ese collar fueron los hermanos Klitschko –el sobreviviente final fue Wladimir-, que dominaron la categoría por alrededor de 15 años, con intermitencias, donde alternaron otros nombres entre soviéticos, ingleses y africanos. Pero siempre ellos recuperaron terreno y marcaron fuertemente la época.

Los últimos yanquis que reinaron esporádicamente, en los 4 diferentes organismos, fueron: John Ruiz (AMB) hasta 2004, Hasim Rahman (CMB) en 2006, Chris Byrd (FIB) hasta 2006, y Shannon Briggs (OMB) en 2007.

¿Ud los recordaba?

Ninguno, absolutamente ninguno, logró tener verdadero reconocimiento popular de campeón mundial pesado como los mencionados anteriormente, como sí lo hicieron los hermanos Klitschko, y en particular ahora Wladimir. Ni siquiera lo tiene Deontay Wilder, el yanqui invicto que hoy reina en el CMB.

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Habrá que explicar luego en otra columna qué estuvo pasando en estos últimos años en el boxeo universal, para que después de más de un siglo, en una división que era dominada por negros estadounidenses, hayan cambiado tanto los parámetros, y de pronto ésta pasara a ser bastión de blancos europeos, en especial ex soviéticos, aunque sólo los Klitschko tuvieran real predicamento.

Fue así que en medio de esta anemia semiacéfala en que se encontraba envuelta la categoría, con el aburrido ocaso de los hermanos “ucranianos” (se criaron allí, pero Vitali nació en Kirguizistán y Wladimir en Kazajistán), se necesitaba un triunfo como el del último sábado en Wembley, ante más de 90.000 personas, para un cambio de Era. Algo que la marcara a fuego. Y con una victoria como la que se dio, en una pelea como se dio, ante el último eslabón de la cadena, último descendiente de linaje Real, que simbolizó la Dinastía Sagrada de la máxima división.

Anthony Joshua, un inglés de raza negra, tan alto, tan pesado, tan gigante como Wladimir Klitschko, con 27 años y un record imbatido de 18-0-0 con 18 KO (ahora son 19), se alzó al mundo con esa herencia al batirlo por KOT 11, en el emblemático estadio de Wembley, a cielo abierto, para que lo vea el mundo.

En lo que fue la pelea del año, donde ambos cayeron y sufrieron (en el 5º Klitschko, en el 6º Joshua), con las emociones vivas, la sangre caliente, el abismo a un paso, y un veterano de 41 años que quería recuperar su terreno perdido dando una clase de profesionalismo y entereza física, Joshua encontró el camino que se le había ido en el 5º, y derribó dos veces en el 11º al kazajo para dar vuelta la historia y empezar otra nueva.

Joshua se alzó al mundo con esa al batir por KOT 11 a Klitschko, en el emblemático estadio de Wembley, a cielo abierto, para que lo vea el mundo.

Primero acertó un uppercut diestro que fue el principio del fin, y que casi le vuela la cabeza a un increíble Klitschko que se mantuvo en pie de milagro, por lo que debió complementar la maniobra con un cross zurdo.

La segunda fue con otro cross de izquierda.

Joshua

La tercera caída la evitó el árbitro David Fields, cuando paró la lucha ante lo irremediable, aunque al británico le costaba cerrar lo que estaba cocinado. A Tyson o a Alí no se le hubiesen escapado fácilmente, pero esa es otra historia, y otra época.

Todo lo que sucedió en Londres el sábado fue de película, al filo de la navaja. Cuando se consumía la mecha y parecía que lo viejo se imponía sobre lo nuevo con inesperada vigencia. A contramano de la lógica, porque ésta decía que Joshua en la pelea corta, Klitschko en la larga. Uno la impetuosidad, otro la paciencia. Y fue al revés.

Aunque para no perder la costumbre, las tarjetas injustamente estaban desentonando con la gloriosa noche y en cuestionable criterio encerraban una localista ventaja para Joshua en dos de ellas (96-93 y 95-93).

Sólo una lo tenía arriba a Klitschko (95-93) -para este columnista había 4 puntos para él: 96-92-, que en el mejor de los casos –si el ex soviético se imponía en los dos rounds finales- no hubiese podido impedir un dibujado empate que le mantuviera la corona FIB en su cabeza al británico, y seguir con la de la AMB vacante para organizar una revancha que ahora igual se justifica. Pero hasta esto corrigió Joshua con su KOT, ordenando la mágica velada sin que nada lo salpique.

Aunque para no perder la costumbre, las tarjetas injustamente estaban desentonando con la gloriosa noche y en cuestionable criterio encerraban una localista ventaja para Joshua en dos de ellas (96-93 y 95-93).

La diferencia fue que mientras Alí y Frazier se odiaron, despotricándose con insultos y burlas; mientras Tyson mordió la oreja de Holyfield y bajó del ring rodeado de un fuerte operativo de Seguridad; y mientras otras peleas de pesados terminaron en escándalo generalizado, o fueron emblemas políticos, Joshua y Klitschko terminaron abrazados, respetuosos, caballeros, hidalgos, hombres.

Y que de las casi 95.000 personas que había en el estadio de Wembley, ninguna que no correspondiera subió a invadir el ring.

Augurios quizás de una Nueva Era, más que de boxeadores, de sociedad.

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