Falleció un sábado, justo el día del boxeo. Como uno de esos tantos en los cuales se habrá preparado desde temprano para ir al estadio sin descuidar detalle: desde sus ingestas, hasta su frecuencia digestiva, su vestimenta, su equilibrio orgánico, su elasticidad, flexibilidad, resistencia y ductilidad muscular, su reacción, sus reflejos. Su inspiración mental y su fortaleza… espiritual. Arriba del ring nada podía fallar, al menos que dependiera de él.
Si algún día tenía que morir, está bien que haya sido un sábado, Marvin. Y es un acto de justicia con la vida que haya sido en plenitud corporal, tal como lo conocimos, aunque se ignore el motivo de su deceso. Inesperado, como contó su esposa Kay en la cuenta oficial de su marido, donde aprovechó para pedir respeto a su privacidad, por lo que aún no se divulgaron las causas.
Parecía tallado en ébano. Imponente, pétreo, escultural. Brillaba como el charol y parecía envuelto en una armadura de acero medieval. Pero era él, y recién se notaba cuando la plasticidad de sus movimientos lo mostraban humano, aunque poseía perfección robótica.
¿Qué habrá pasado para que se fuera de la nada, cuando resistió batallas con Tommy Hearns, Ray Sugar Leonard, Mano de Piedra Durán, y hasta con “nuestro” Martillo Roldán, quien se le adelantó en el camino el año pasado, sin sospechar que en tan poco tiempo se iban a reencontrar?
Respeto a la privacidad sí; pero desde lo legal, y principalmente, desde ese respeto -y admiración- que despertaron sus hazañas que cautivaron multitudes, es que todos queremos, necesitamos y tenemos el derecho a saber qué pasó. A causa de qué falleció el Gran Marvin Hagler, Marvelous –como le gustaba que le dijeran, así en inglés- un hombre que parecía inmortal, y que lo seguirá siendo en la memoria de los amantes del boxeo.
Así lo recordaremos; como uno de los máximos animadores de la época dorada del boxeo moderno si cabe el término, del “nuestro”, el boxeo a color.
No importa si fue el mejor mediano de todos los tiempos, porque hay otros que le disputarían palmo a palmo el trono, algo que no sólo sería opinable, sino injusto y carente de parámetros por las diferencias de épocas y contextos, además del insuficiente material fílmico.
No sabemos si le hubiese ganado o no a Carlos Monzón. Ni si fue el mejor de aquellos cuatro fantásticos con quienes animó los ’80, como Leonard, Hearns y Durán.
Venció a Hearns por KO 3 en la pelea corta más formidable de todos los tiempos, y también venció a Durán. Perdió con Leonard en polémico fallo de una puesta donde tal vez no haya dado todo, vaya a saberse por qué, pero se lo llevó a la tumba.
Lo que sí podemos afirmar es que fue el más “serio” de todos. Siempre fue “mediano”, no subió ni bajó de peso, no hizo locuras, no se drogó, no participó de escándalos, ni anduvo en negocios raros o en conductas dudosas.
Y algo más destacable aún, máxime en los tiempos que corrieron luego: cuando se retiró, se retiró. Jamás siquiera amagó volver a los rings, pese a tentaciones. Nunca se expuso a dar lástima. Siempre fue un Señor.
Se ha ido un verdadero peso pesado en estatura deportiva. ¿Qué es lo que pasa que en poco tiempo han partido tantos gigantes en plenitud de sus vidas, como Kobe Bryant, el Diego, Martillo Roldán, Leopoldo Luque, Paolo Rossi, Miguel Ángel Castellini, Alejandro Sabella… Despaciosamente, se nos están yendo nuestros grandes y recientes ídolos, los referentes, como un acuerdo divino. O como conciencia del tiempo. Algo pasa, Dios, que nos estamos quedando solos.