El santafesino Carlos Ríos se enfrentó en 1999 ante The Money en Michigan, Estados Unidos. Salió al ring con una mano lastimada, perdió, pero al menos disfruta: "Me felicitó por el coraje que había puesto". Estuvo en prisión en España por una causa de narcotráfico de la que le redujeron la pena. "Tuve miedo de mí mismo", dice. Ahora se alejó del boxeo en el sur del país

"El hijo de Santa Fe, ¡Carlooooos Ríos!", lo anunciaba Mark Beiro, el presentador de una velada boxística que se vendía de manera amenazante: "Él vuelve". El boxeador de Santo Tomé estaba ahí, en el cuadrilátero de los sueños perfectos. Reflejado por las luces más imponentes del show business. Aquella noche de febrero de 1999, en el Van Andel Arena de Grand Rapids, Michigan, Estados Unidos, una multitud esperaba a un híper local Floyd Mayweather. Hacía días que había cumplido 22 años. Iba a celebrar en su casa y, de a poco, comenzaría a agigantar un récord bestial que lo puede dejar invicto ante el haitiano André Berto.

Después de Gustavo Cuello, un año antes, Ríos fue el segundo argentino que enfrentó a la estrategia boxística de The Money. Pero a pesar de contentarse por ese escalón en el que pocos se suben (Carlos Baldomir y Marcos Maidana fueron los otros nacionales), se apena: "Fue un mal momento porque una mano la tenía lastimada. No podía darle de baja a la pelea, si no aceptaba, si no peleaba me bajaban del ranking mundial, que estaba en número dos, y, aparte, tenía que esperar dos años para volver".

El púgil aguantó así 12 rounds. Las tarjetas dieron 120-110, 120-109 y 119-108 a favor de Floyd. Un fallo unánime para retener por segunda vez el cinturón Welter del Consejo Mundial de Boxeo. "Lo que me faltó fue técnica, porque no podía hacer nada ni guantear esa cosa", se critica.


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Una vez terminado el combate, el santafesino recuerda: "Fui uno de los argentinos que más bromas le hizo a Mayweather. Tuve diálogo con él, con el padre. Me felicitaron por cómo había encarado la pelea, los huevos que había puesto a pesar de lo lastimado que estaba, cómo le había gustado a la gente".

Ríos asegura que "hubo una posibilidad de revancha, pero con el tiempo ellos ya no quisieron". Tiene un único motivo: "Se la veían venir. Si con una mano les hice esa pelea, le hice sentir...".

Cuando se apagan las luces

"Me ofrecieron llevar a España a un ex pupilo y acepté, pero jamás pensé que me iba a encontrar con esa sorpresa que se descubrió". En febrero de 2007, Carlos fue detenido en el aeropuerto de Madrid por sospecha de tráfico de drogas. Su acompañante tenía escondida en el equipaje la sustancia. Días antes, su familia había radicado una denuncia por desaparición.

Para él había pasado el tiempo. La cumbre quedó lejos. Se enfrentaba a otra vida, y sin libertad. En el Centro Penitenciario La Moraleja, unidad carcelaria modelo ubicada en la localidad de Dueñas, Palencia, veía las rejas cerrarse y un muro de cemento que dividía realidades.

En un principio recibió la condena máxima de 12 años y un día, pero finalmente se la redujeron a 4 años y ocho meses. "Si ahí adentro te hacés el loco, cobrás", cuenta.

Cuando ingresó, varios funcionarios del servicio lo conocían, y así fue "ganando respeto", tanto que le ofrecieron que sea parte de un programa de boxeo recreativo para captar talentos. "He llegado a ser monitor de deportes, seleccionaba a las personas que veía capaz", rememora.

"Fui a competir con pupilos a otras prisiones. De cinco salidas, ganamos cuatro y perdimos una", cuenta con orgullo, aunque cada vez que se abría el portón de la penitenciaría le corría un frío por el cuerpo, y, a pesar de gozar de salidas transitorias, prefería quedarse adentro.

"Nunca salí a la calle por miedo, miedo de no volver, de querer cometer alguna estupidez, porque la vez que salías de esos paredones para competir, cambiabas, se te ponía la piel de gallina. Así que antes de cometer una locura, me quedaba", relata y se le entrecorta la voz.

Respira profundo. Sigue: "En ocho horas estás de España en Alemania en el tren bala. Imaginate vos en ocho horas ya estás en otro país. No confiaba en mí. Me tenía miedo. Mucha gente salía y no volvía".


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La otra vida

Luego de cumplir la condena en 2011, Carlos recobró al libertad. Cree que en España las cárceles son "el día y la noche" en comparación con las de Argentina. "Tenés aire, calefacción si hace frío, televisor, baño...".

Volvió a su Santo Tomé natal. Allí continuó el lazo con el pugilismo. Entrenó a jóvenes en el gimnasio local con ayuda de la municipalidad. Estuvo por tres años, hasta que la necesidad económica y una posibilidad de trabajo como delegado de la UOCRA le obligaron cambiar de aire. Se fue al sur. Vive en 28 de noviembre, una pequeña localidad en Santa Cruz. Reniega por la mala señal que tienen los celulares. Dice que es por culpa de una antena chilena.  Pide disculpas varias veces porque el llamado se corta. "Esto es pésimo, pésimo".

El hombre que logró llegar a la meca del boxeo mundial no le quita méritos al mejor libra por libra. Lo considera un sobresaliente: "Él es un tipo muy inteligente, muy profesional". Asegura que el dinero de aquella noche no le fue rentable ("Era poca plata"), pero que el combate le "abrió muchas puertas".

Si no hay intermitencias en el cable, verá la última vez de Floyd Mayweather y recordará que él estuvo ahí.


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