La primera reflexión es la siguiente: si entre dos pegadores como Golovkin y Canelo -que van al frente, pegan y aguantan-, la pelea termina por puntos, sin caídas, ni cortes, ni hinchazones, ni conmociones… es porque algo salió mal, o no respondió a las expectativas. De lo contrario, debió haber quedado registro de los golpes.
Sin embargo, se habló de peleón. Y la gente lo repite.
Fue buena, pero un peleón es otra cosa. Y por respeto a ellos, excluiremos a ésta. Cierto es que venimos de Mayweather-McGregor, donde muchos esperaban algo de lo que prometieron, pero no por eso confundamos hinchazón con gordura.
De haber sido un peleón, alguno de los dos debió haber generado efectos de algún tipo sobre el otro, pero el sábado en el T-Mobile Arena de Las Vegas eso no ocurrió, lo cual no se condice con la calificación del combate. ¿Cómo denominar entonces a aquellas donde hay caídas mutuas, sangre, drama, golpes netos y palo y palo en el centro del ring?
Si encima el resultado es empate -y peor aún, injusto-, el combo se destiñe un poco, aunque se crea que eso favoreció a una revancha que de todos modos se haría, quizás con mayor expectativa si hubiese habido un ganador.
Y si como valor agregado se disputa el empírico trono del libra por libra, y quienes luchan por él son el 1 y el 2, no solamente el cetro quedará vacante, sino que además ambos tenderán a retroceder en ese hipotético podio.
Alguien de quienes conducen el negocio del boxeo deberá darse cuenta algún día que nada es más negocio que la transparencia y la credibilidad, más aún en un deporte como éste, tan arbitrario y apreciativo, porque dentro de esa apreciación hay reglas de fierro, que conviene respetar.
Si en vez de Saúl Canelo Álvarez y Gennady GGG Golovkin, estos se llamaran Juan Pérez y Luis Gómez, ¿esta misma pelea tendría el mismo concepto? Más de uno acotaría “cómo escapa el colorado” –con otras palabras-, o que al ruso le falta pimienta.
Dentro de lo aceptablemente buena, no superó este año a la de Joshua-KJlitschko, Cotto-Kamegai, o Chocolatito González-Sor Rungvisai I, por nombrar algunas.
Pero al margen de eso hubo algo peor: nos quisieron hacer creer que ganó el Canelo, cuando no solamente defraudó –fue abucheado por gran parte del público en el estadio-, sino que se traicionó a sí mismo yendo todo el tiempo hacia atrás, pegando solamente para sacarse de encima a Golovkin, y tratando apenas de no ser noqueado.
Logró su objetivo, se mostró mejor en defensa que en ataque, pero jamás un retador le gana a un campeón escapando, tirando y pegando menos manos, sin ninguna que lo conmoviera o pusiera en riesgo –salvo en el 10, en que lo desestabilizó, pero sin tenerlo sentido-. Y eso es regla para todos, sin excepción, por más que se llame Canelo Álvarez y pelee en Las Vegas, bajo la organización de su mánager, Oscar de la Hoya, o que pongan a un “barrabrava” de comentarista que nos diga que pasa lo que no pasa, y quiera convencer de que el Canelo parecía Alí, y salía a atacar, cuando se quedaba contra las cuerdas.
Hagamos un ejercicio: miremos solamente el 1º round, sin audio, sólo contando manos que ambos arrojan y pegan, viendo quién fue el que tomó la iniciativa y el centro del ring buscando la pelea, y veamos de nuevo quién dominó. Los tres jueces se lo dieron al Canelo, lo mismo que en la transmisión. Sería bueno saber en qué argumento se basaron.
Es más; le dieron los 3 primeros, cuando apenas ganó el 2º, y con lupa. En los demás fue siempre dominado sicológica, física y boxísticamente, salvo en los 3 últimos –sólo la parte inicial, porque luego se quedaba-, donde recuperó un aire que casi nunca tuvo, porque su stress se lo comió.
Miremos toda la pelea de nuevo sin audio, analicemos y comparemos. Nos llevaremos una sorpresa de cómo influencia nuestra opinión la de los demás, máxime cuando la acción no es tan clara, o cuando hay dudas sobre qué tomar en cuenta para fallar. La inseguridad propia compra inocentemente la palabra ajena, suponiéndola más idónea, ya sea porque éste boxeó, o es un especialista.
Se puede hinchar por alguien sin perder sensatez. El problema es cuando el deseo distorsiona la realidad sin la menor autocrítica.
El fanatismo no deja ver ni razonar, por eso es incompatible con la tarea periodística, de la que no es responsable el fanático si la ejerce, sino quien lo contrata.
Si se armó adrede una mesa para satisfacer a una parte de la audiencia, olvidándose del resto, se generó el efecto contrario, y por ende, el malhumor por sentirlo como acto irrespetuoso.
La falta de objetividad irrita porque invade el ánimo por exceso o defecto, porque desvirtúa el neutralismo natural automáticamente, provocando rechazo o acatamiento, y ni una ni otra cosa son posturas neutras, indispensables para disfrutar en paz de un espectáculo como este.
¿Casualidad? ¿Que uno de los jueces de este gran duelo fuera la señora Adelaide Byrd, la misma que dio empate en 114 la del Canelo contra Floyd Mayweather, que le pegó un baile descomunal, fue casualidad?
¿Era necesario poner a ella, con tantos jueces que hay? ¿Era necesario además mexicanizar tan fanáticamente una transmisión que va al resto del mundo de habla hispana, tan respetable como la población azteca?
Guarda. Guarda con cortar la única cadena confiable entre el espectador y el espectáculo. Respeto por este peligroso juego, hasta ahora virgen, donde el espectador está acostumbrado a recibir mensajes honestos que bajan de la opinión, buena o mala, pero ecuánime y neutra, del único aliado puro que le queda: el comentarista deportivo. Sería lo último que falta para manchar del todo al boxeo.