Al hombre de la voz eterna se lo conoce como Néstor Fabián. Pero en realidad nació como José Cotelo, un 30 de noviembre de 1938 en la esquina porteña de Humberto Primo y Tacuarí, como el mayor de 5 hermanos que vivían en un conventillo de más de 50 piezas.
Niño de la calle, a los 5 ó 6 años ya trabajaba como repartidor en un mercadito de la esquina, situado en Humberto Primo y Bernardo de Irigoyen, llamado “Mercado Proveedor del Sur”, además de hacer cualquier otra changa que surgiera y le diera unos mangos.
La calle y las circunstancias le despertaron una pasión oculta que pocos conocen, y de la cual no pudo separarse más: el boxeo.
A tal punto, que a los 7 u 8 años se metió en un gimnasio a despuntar el vicio, y aunque sin licencia, fue boxeador, e hizo media docena de peleas.
Esta es su apasionante historia:
“Yo en realidad lo primero que descubrí y de lo que me enamoré fue del cachacascán –NdeR: catch as catch can, lucha libre-. Sucede que el hombre para el que yo trabajaba y le hacía el reparto, Pascualito, me mandaba a llevarle el pedido nada menos que a Martín Karadagián, que tenía su carnicería en otro mercado cercano llamado “BEN”, que estaba en la otra esquina, frente a la iglesia. Y así, de tanto ir a llevarle los pedidos, me hice amigo suyo. Es que Martín tenía dos hermanas que se ve que al verme tan chiquito se encariñaron conmigo; me veían como si fuera un hermanito menor, qué sé yo, y entonces comencé a acompañarlos al Luna Park cuando iban a entrenar. Te estoy hablando del año 1945. Fines de la Guerra Mundial”.
- Una casualidad increíble.
- Sí, sí, pero me gustaba. Y los días de combate, en que hacían las peleas donde el Luna Park se llenaba –imaginate, la TV no estaba ni en pañales en ese momento- lo acompañaba hasta la puerta, pero él entraba y me dejaba ahí. Yo me quedaba esperando, hasta que de repente el acomodador, un tal Adolfo, cuando veía la posibilidad me decía “vení pibe”, y me dejaba pasar. Yo chocho. Imaginate.
- ¿Y a quiénes veías?
- En aquel entonces estaban El Hombre Montaña, Capitán Zum, Renato Molinari –que era uno de pelo largo, algo así como el más feminizado de todos- Alí Bargach, el Vasco Goitía… Después vinieron muchos otros, cuando se transformó en Titanes en el ring.
- ¿Cuál era el mejor de todos para vos, o el que más te gustaba?
- El Vasco Goitía, creo. Era el mejor, el más plástico. Pero era un boom todo, el estadio siempre lleno.
- Y eso que era de mentira.
- Sí, pero muchos quedaron mal por accidentes. Era mitad y mitad. Ahora, cuando vi el boxeo, dije no… esto es otra cosa. Y ahí me enamoré del boxeo. Y encima agarré la mejor época.
- ¿Por ejemplo?
- Kid Cachetada, Alfonso Senatore, Mario Díaz, Luis Federico Thompson, Ricardo Calicchio, José “Cucuzza” Bruno -¡cómo pegaba!-… Pero mi favorito era Adalberto Ochoa. No lo conoce nadie.
- Sí, cómo no…
- (sorprendido) ¿Sí?
- Claro. Por referencias, pero sí. Famosa su pelea con Martiniano Pereyra, al que le iba ganando todos los rounds, y en el último Martiniano lo calzó y lo noqueó.
- Fulminante. Le estaba dando un paseo, pero Martiniano pegaba. Y en el 12º lo colgó de las cuerdas.
- ¡Qué épocas!
- La mejor. Bueno, todas tuvieron lo suyo, pero a uno le queda la primera que vivió.
- ¿Y cómo siguió tu amor por el boxeo. Realmente querías ser boxeador?
- Sí, porque ahí cerca había un club al que iban a practicar varios boxeadores profesionales, incluso el Mono Gatica. Era La Misión de los Marineros Ingleses, donde iban todos los marineros que venían del puerto a pelear y a entrenarse allí, todos ingleses.
- ¿Cómo caíste ahí?
- Porque resulta que yo además era vecino de Lázaro Kosci, el DT y mánager de Gatica, de quien también me hice amigo por llevarle pedidos. Por acompañarlo a él entré a La Misión, y me quedaba viendo pelear a los muchachos. De ahí sacaba Kosci a muchos valores. Con él iba un pibe llamado Obdulio Corro, que era boxeador, no profesional, pero ya más grande. Yo tenía 8 años, y me puse los guantes contra otro pibe como yo, y así empecé.
- ¿Eras bueno?
- No, era zapallero.
- ¿Pero eras peleador callejero?
- Sí, era bastante peleador. Cobré varias veces también, ojo.
- ¿Pegabas duro?
- Pegaba, sí, sobre todo con la izquierda, porque soy zurdo, aunque me paraba como diestro. Pero no me gustaba que me pegaran, jajaa…
- ¿Eso significa que te dolía, o que te enojabas?
- Las dos cosas. Me dolía y me enojaba. Pero en el boxeo no te va bien si te enojás, así que eso me jugó en contra. Yo se ve que no era un tipo muy aguantador. Pero este pibe, Obdulio Corro, cuando me vio pelear me empezó a enseñar un poco a sacar las manos desde la guardia, sin llevarlas tan para atrás como hacemos todos, cosa que te quita potencia. Más cortito. Y de alguna manera fue mi DT, aunque él no lo era. Me enseñaba por enseñar.
- ¿Cuántas peleas hiciste?
- Yo era chico, habrá sido entre los 9 y 10 años. Habré hecho 6 peleas más o menos. Pero con árbitros, jueces y todo, eh? O sea, en aquel tiempo, aunque no tuvieras licencia peleabas igual, y por más chico que fueras peleabas en serio, con fallo y todo. Es más, estaba William Boo, que era jurado de boxeo profesional y venía a la Misión Inglesa a fallar las peleas.
- ¿William Boo, el árbitro malo de Titanes en el Ring?
- Sí, ése… Pero ahí hacía de jurado. Después se convirtió en un personaje, claro, pero era árbitro en serio.
- ¿Y cómo te fue en esas peleas?
- A ver… gané 2, perdí 2 y empaté 2, ponele. Creo que fue así.
- ¿Tu estilo?
- No, yo era más bien de querer boxear, aunque para ver me gustan más los pegadores.
- ¿Por qué no seguiste boxeando?
- Porque una vez, ya más de grande, digamos a los 12 ó 13 años, peleando con otro pibe, un poco mayor que yo, me metió una piña que me rompió la nariz. Bah, no me la rompió, pero yo sentí como que me la rompió. Y me asusté. Entonces a partir de ahí dije no… Además yo ya estaba empezando mi carrera como cantante. Ya me tenía que cuidar.
- ¿Ya a esa edad cantabas?
- Yo canto desde que tengo uso de razón. Desde los 5 años.
- ¿En dónde?
- Yo vivía en la calle. Era chico de la calle. Mi madre falleció cuando yo tenía 5 años, después de tener a mi quinto hermanito. Tenía algo así como un problema de defensas bajas, y falleció de tuberculosis. Y mi viejo, cuando yo tenía 7, falleció de lo mismo. Mis hermanos fueron a parar a otras familias para ser criados, pero yo no quise. Y me fui de la pieza, porque vivía con un hermanastro. Mi viejo de un matrimonio anterior tenía otros 5 hijos, y uno de ellos –más grande- vivía con nosotros, y cuando falleció se adueñó de la pieza. Yo no me llevaba bien con él, entonces me fui. Además, a mí me gustaba la calle. Y no sé, cantaba. Escuchaba y cantaba.
- ¿Pero te pagaban?
- En algunos lugares sí, en cantinas, en bares. En clubes. Me daban unas monedas, propinas. Y así fui creciendo. Yo cantaba con el seudónimo de Carlos Riera. Además, era de los Bomberos Voluntarios de Avellaneda y ahí a veces también se cantaba. Yo era Capitán Bombero, y el Jefe era José Marrone.
- ¿Pepitito Marrone, el cómico?
- Sí. Era Jefe de Bomberos. Era mi jefe. Yo era Capitán. No teníamos misiones, pero éramos voluntarios. Un día me invitaron a una fiesta por la zona de Avellaneda, una fiesta judía, que me llamaron para cantar. Yo tendría 12 ó 13 años. Canté y cuando terminé me dijeron que había una señora que me quería conocer, Doña Rosa, una señora que era algo así como una benefactora, que vivía en una Unidad Básica, donde se hacía de todo.
- ¿Le habrá gustado como cantaste?
- Supongo que sí. La fui a ver y me invitó a la casa, a comer. Cuando fui, había un clima familiar tan lindo -porque ella además albergaba a chicos, tenía como un Comedor-, que sentí esa sensación de bienestar. Yo la verdad es que dormía donde podía, en la calle. Y cada vez que veía a la policía temblaba, porque pensaba: en cualquier momento me llevan. No me gustaba que me adoptara nadie, pero cuando vi ese clima, la comida, el trato… agarré y le dije a Rosita: “mire, yo estoy en la calle, tengo miedo de que me lleve la policía… ¿me puedo quedar?”. “Está bien, para vos hay un tiempo más”, me dijo. Y me quedé. Y ella fue mi mamá. “Mamá Rosita”.
- ¿Y a cantar en serio cuándo empezaste?
- Primero hice una prueba en la orquesta de Aníbal Troilo, Pichuco, que era como jugar en Primera, a eso de los 15 ó 16 años. Pichuco me vio y me dijo que tenía un buen color de voz, muy buen tono, pero que me quería hacer un estudio de cuerdas vocales, porque él me iba a dar mucho trabajo y no quería arruinármelas. Tenía que saber si lo iba a resistir. Me llevaron al Hospital de Clínicas, y el médico me dijo que mis cuerdas vocales eran débiles, que no sé qué tenían, pero que no iba a poder soportar el esfuerzo. Y no pude entrar.
- Increíble. ¿Y entonces?
- No me hice demasiados problemas, porque en realidad a mí me gustaba más la orquesta de Mariano Mores. Yo quería entrar ahí. Y un día, Norberto Aroldi, que le escribía los libretos a Mariano, me escuchó cantar y me llevó a hablar con él a un restaurante. Era un lunes. Mariano mucha bola no me dio, pero me dijo que vaya el miércoles a la radio a dar una prueba. La di, y me dice: “está bien, pibe, buen color de voz. Decime cómo te llamás”. “José Cotelo”, le dije. Me dice: “Hum… pero José Cotelo no… No pega. Buscá otro nombre”. Ahí me acordé de un cantante del barrio que yo admiraba y se llamaba Fabián, y le dije: “Fabián”. “¿Fabián cuánto?”, me dice. Pensé un momento, y el hijo del que me acompañó se llamaba Néstor, así que le dije: “Néstor Fabián”. Y ahí me quedó. Yo no tenía ni documentos. En aquella época era así. Recién los sacabas cuando hacías el Servicio Militar, que yo no lo hice por ser el mayor de mis 5 hermanos.
- Claro. Sostén de familia. ¿Pero también estudiabas algo?
- No. Yo tengo 1º inferior, nada más. Casi ni fui a la escuela.
- Increíble. ¿Y te contrató Mariano Mores?
- No sólo eso, sino que justo le ofrecen un programa de televisión que se abría al sábado siguiente, que si mal no recuerdo se llamaba “Los momentos de Mariano”. La mayoría de sus cantantes estaban de vacaciones, o afuera, por diversas razones. Uno en Uruguay, otro en España, la cuestión es que le faltaban cantantes. Entonces me incorpora a mí a su staff. Y debuté nomás al sábado siguiente, en 3 días.
- No se puede creer… ¿Qué edad tendrías?
- Unos 20 años.
- Lo que son las cosas de la vida. ¿Y cómo te fue?
- Te imaginás los nervios. Pero los músicos me ayudaron todos. Fue bárbaro.
- Volviendo al boxeo, ¿hasta qué época duró ese idilio?
- No, el idilio no terminó más, sigue todavía. El otro día vi a Golovkin… Mamma mía.
- ¿Y boxeo nacional también?
- También, por supuesto.
- ¿Quiénes te gustan de los de ahora?
- Me gustan las chicas. Yésica Bopp. Y la Tigresa Acuña, terrible. Tremenda. Y la otra que me gusta es esa que tiene un físico extraordinario.
- La Locomotora Oliveras.
- Ésa. Fatal. Cómo pega… No sé cómo no tiene más éxito.
- ¿Y de los varones?
- Me gusta mucho el hermanito de Maidana. Es bárbaro. Mucha técnica y buena pegada.
- ¿Y de los de antes, además de Adalberto Ochoa?
- Locche, genial. Bonavena, aunque no fue campeón, pero fue el primero que demostró que Muhammad Alí era humano, de carne y hueso. Yo creo que a partir de ahí Alí no fue el mismo. Monzón, claro. ¡Hugo Pastor Corro! Cirilo Gil, no sabés cómo boxeaba Cirilo Gil. Yo iba al Luna Park con Antonio Carrizo todas las noches.
- ¿Y de los de más acá, de la era post Luna Park?
- Muchos. Me gustaba el Principito Coggi, pero bueno, no tenía eso que tenía el padre. Narvaes, un fenómeno. Lo de Narvaes es increíble. Yo no sé cómo hace siendo tan chiquito, siempre pega él y nunca le pegan.
- ¿Y a qué atribuís esta crisis actual del boxeo argentino? ¿Te animás a dar un diagnóstico?
- Yo creo que el cierre del Luna tuvo mucho que ver en eso. Al perder esa gran referencia, se perdió espacio en los medios. La sociedad cambió también. Antes ir al Luna era un acontecimiento social, no deportivo. Ahora hay miles. Y eso de hacer boxeo un día acá, otro día en otro lado, la gente no se acostumbra.
- ¿Fuiste amigo de Tito Lectoure?
- Amigo no, pero sí de tener buena relación. Compartíamos la misma peluquería. Yo siempre le contaba que de chico le abría la puerta del taxi cuando él se bajaba y no lo podía creer.
- ¿Ves que haya recuperación a futuro en el boxeo argentino, o sentís que la crisis es terminal?
- No, el boxeo nunca va a morir. Hay bajones, pero siempre va a haber boxeadores, porque el boxeo es algo inherente al ser humano, que se lleva en la sangre. Mirá; mientras haya dos hombres, siempre va a haber boxeo.
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