No se sabe bien cómo ni cuándo, pero un día en los primeros años de este nuevo siglo (XXI), crisis del 2002 mediante, la FAB decidió cambiar su política organizativa en cuanto a su programación boxística, y sobre todo, económica.
Eran épocas de abundancia y no se notó de entrada, pero hoy, a la distancia, se ve claro que fue ése el principio del fin, o para no ser tan apocalípticos, de la crisis existencial del boxeo argentino, que quizás el sábado haya dado el primer paso de resurrección.
Básicamente la FAB delegó por aquellos tiempos, todo en los promotores: bolsas, cargas sociales, prensa y parte de la cartelera semanal (la pelea de fondo).
Se apoyó lentamente en dos -Osvaldo Rivero y Mario Margossián, después de varias intentonas fallidas con otros-, quienes poco a poco fueron adueñándose de tales programaciones boxísticas.
Eso y la responsabilidad económica de las veladas les dio prácticamente todo el poder, en cierto modo, lógico, y en cierto modo, necesario, porque ellos fueron el escudo que la FAB necesitó ante los ataques políticos e ideológicos de la época.
Los enemigos que la FAB supo conseguir –o no supo evitar-, sea por resentimiento, por intereses creados, o por cuestiones de piel, comenzaron a atacar por el lado de la transparencia financiera con denuncias a la DGI por liquidaciones, impuestos, etc, que decantaron en una persecución semanal sin éxito alguno, pero que molestaba.
Lo mismo que “La Coordinadora” Radical, entonces manejada por el “Coti” Nosiglia, quien emprendió una “guerra” entre la Comisión Municipal de Box y la FAB por el manejo del boxeo en la Capital Federal, especialmente en cuanto a la elección de las autoridades de las veladas en Castro Barros 75 (árbitros/jueces), y equivalencias de combates.
La tragedia de Cromañón fue otra excusa de la Municipalidad usada para poner palos en las ruedas, clausurando el estadio, imponiendo una serie de requisitos obligatorios para habilitarlo como puertas ignífugas, bomberos, personal de evacuación, etc, con los gastos que ello acarreaba, y demás impuestos municipales que incluían hasta SADAIC por cualquier música o cortina musical que se pasara.
La FAB ganó las batallas, pero perdió la guerra. Primero porque comenzó a abandonar el boxeo en su estadio para irse al interior o al Conurbano, descentralizando algo que históricamente funcionó centralizado. Luego porque comenzó a dar paso a la política, gremios, intendentes, gobernadores, que con el afán de autopromocionarse no les importó el producto, desprestigiándolo al avalar con su ignorancia interesada cualquier cosa. Y finalmente porque los promotores no tardaron demasiado en pelearse entre sí y armarse su propia escudería, boicoteándose, robándose boxeadores, mezquinándolos, etc.
Los promotores no son buenos ni malos, simplemente basan todo en su negocio particular –incluyendo los fallos localistas o “promotoristas”-, y el boxeo es un simple trampolín que pasa a segundo plano. Eso sí: obraron de escudo ante la FAB, porque para cualquier problema, la responsabilidad legal, económica y deportiva ya era de ellos.
Esto dividió al país boxístico, porque los intereses creados de cada cuál prevalecieron por sobre el del boxeo, evitando cruces entre las figuras y achicando el plantel de elección para nutrir carteleras, política que terminó a la larga devorándolos a ellos mismos, y con ellos a todo el pugilismo argentino. Está a la vista.
El sábado la FAB pegó un volantazo. Inauguró las “Fechas FAB”, que no son ni más ni menos que un volver a las fuentes poco a poco, inteligentemente, necesariamente.
Significa que cuando haya alguna pelea que interese entre púgiles de diferentes promotores, la FAB las llevará a cabo retomando el timón, siempre y cuando no haya ninguno que quiera o pueda organizarlas. Y pagará las bolsas (mejores, seguramente), porque tiene el respaldo de TyC Sports, que garantizará el mejor espectáculo para su pantalla.
No es que reemplazará el rol del promotor, sino que lo hará cuando exista imposibilidad en ellos de montar algo, donde haya al menos dos cruces interesantes. No hay fechas asignadas previamente a las que responder, ni cantidades. Será sólo por necesidad eventual. De algún modo, como sucedía en la última etapa del Luna Park, aunque allí siempre era bajo el ala de un promotor.
Arrancó en el Microestado del Club Lanús el último sábado, y pese al pésimo fallo que le dio la victoria a Jeremías Ponce sobre Leonardo Amitrano en fallo dividido (NdeR: Ponce conquistó el título sudamericano superligero), la velada estuvo a la altura de lo que se esperaba, coronada por la victoria por KO 6 de Agustín “El Avión” Gauto –el mejor prospecto actual del boxeo argentino- sobre el salteño Mauro Liendro.
Lo de Ponce empañó la noche, pero más que nada se empañó él mismo, porque desnudó sus falencias, en especial técnicas. Debe aprender a boxear, y sobre todo, a pegar, para acompañar así sus condiciones naturales y juventud.
Lo peor que puede hacer es creerse que ganó, él y su equipo que comanda Alberto Zacarías, asumiendo que siempre hubo un Arce Rossi para un Juan Martín Coggi, o un Lorenzo García para un Locomotora Castro.
Ponce es el futuro, no Amitrano. Pero el sábado ganó Amitrano, aunque las tarjetas dijeran lo contrario. Y a Jeremías le hubiese hecho mucho mejor, tanto en su cabeza como en su formación tener en la licencia una derrota, en vez de una engañosa victoria.
Mas eso es lo anecdótico. El fondo es lo otro, lo macro, lo que interesa en función de futuro, que puede revertirse o no con esta nueva propuesta, pero que al menos es el primer paso.