Sin sociedades efectivas no hay fútbol. O hay menos fútbol. Esto va más allá de los tiempos. Y de las recetas o contenidos tácticos. Y de los entrenadores. Y de las líneas y los estilos. Es una cuestión central del fútbol de ayer y de hoy. Porque las sociedades (más pequeñas o más amplias) en todos los sectores de la cancha suelen simplificar lo complejo.
A Lionel Messi, por ejemplo, en la Selección, le falta un socio que interprete su juego. Lo era Agüero, pero quedó postergado por acusar un desgarro frente a Nigeria. El Kun expresaba al socio ideal de Messi, aunque en el Mundial no logró concretarlo por los evidentes problemas físicos con los que arribó a la competencia, hasta desembocar en lo que desembocó.
La consecuencia directa es que Messi está padeciendo la ausencia de un talento complementario o de una segunda guitarra que lo acompañe en el ritmo ofensivo, en las descargas a un toque y en la construcción de una pared real o falsa.
Este Higuaín tan disminuido en sus capacidades físicas hasta condicionar notablemente su estatura futbolística, por estos días no está en condiciones de asumir el rol de socio eventual de Messi. Rodrigo Palacio tampoco. El Pocho Lavezzi, menos. En lugar de acercarse a Messi para intentar tejer algo juntos, se alejan, buscando una pelota larga y profunda en campos saturados de adversarios.
Angel Di María es el único que hoy puede sintonizar una frecuencia similar a la de Messi y de hecho lo reveló el golazo que armaron, en sociedad, ante Suiza, en la agonía del partido.
Pero, en general, Di María, por sus características, frecuenta las bandas y no la zona central por la que transita Messi, en sus búsquedas de encontrar los espacios a espaldas de los volantes rivales.
El daño colateral se dejó ver en los 4 partidos que disputó Argentina en la Copa del Mundo: Messi se debate con más soledades que compañías y aunque el abra surcos con las pelotas que pone sobre los laterales, se ve obligado a resolver individualmente en muchas oportunidades y en clara inferioridad numérica. Quizás más de las aconsejables. Igual, con todas las dificultades, es capaz de generar el desequilibrio que solo su presencia puede promover.
No es que está desabastecido Messi. El tiene un compromiso muy activo con el juego. Le dan la pelota o la va a buscar a 50 metros del arco adversario. Pero le falta la otra puntada. Y será muy difícil que de aquí en más la conquiste, salvo una gran recuperación de Higuaín que por ahora no se vislumbra o un regreso milagroso de Agüero en semifinales, en el caso de superar en cuartos a Bélgica.
Si estas dos opciones no se producen, Messi tendrá que seguir siendo solista, aunque no lo empuje ese deseo. Es que la segunda guitarra hasta el momento está colgada en el ropero.