El autor explica que el amor es mucho más que esa tan especial relación de dos que se convierte en uno nuevo, diferente, pleno. El amor es, igualmente, un sentimiento que ha de extenderse a todo y a todos.
En estos tiempos donde el individualismo globalizado prevalece y se advierten tantos signos de egoísmo y miseria espiritual que conducen –ineludiblemente– a las más groseras injusticias, conviene detenerse a pensar en el amor. Esa palabra que los románticos creyeron encontrarla producto de un anagrama: el prefijo griego “a” que debe traducirse como una negación, un “no” y “mor” contracción de “muerte”.
El amor, aquello que no muere. Que tiene un instante signado para su nacimiento pero que no tiene final aunque los enamorados hayan muerto físicamente. Claro está que el amor es mucho más –pero no menos– que ese sentimiento intenso, íntimo, fraternal que une a dos personas haciéndolas sentir un ser nuevo armónico producto de ambas partes, donde ninguno pierde sus esencias particulares pero que nutriéndose de ese modo provocan el nacimiento de un tercero que es la resultante de un entramado, de un tejido. Cuando el amor se ha dado, un inmortal ha nacido.
Pero, decíamos, el amor es mucho más que esa tan especial relación de dos que se convierte en uno nuevo, diferente, pleno. El amor es, igualmente, un sentimiento que ha de extenderse a todo y a todos. Que busca la armonía y el Bien, que arroja Luz allí donde suele haber confusión y tinieblas.
El amor, hay que decirlo, es un producto netamente humano pues no puede explicárselo por los instintos así como tampoco cabe encontrarlo en estructuras genéticos, reacciones físico químicas del cerebro o cadenas de ADN.
El amor no tiene naturaleza física. Ni siquiera circunstancial o pasajera. A punto tal que, psicológicamente, puede afirmarse que las personas no se enamoran de otras personas, sino de conductas encarnadas por el otro.
El amor es un sentimiento provocado por las conductas, de manera tal que es válido decir que se ha perdido el amor hacia alguien. Pero siendo válido, no es correcto en su esencia; puesto que no se ama a la persona física –eso suele ser, generalmente, sólo una fascinación que tiene límites– sino su manera de comportarse, sus acciones; en fin: sus manifestaciones espirituales.
Por esta razón, y no otra, hay relaciones amorosas que resultan inexplicables si no se pone atención para comprenderlas. Lo que incluye a las conductas heroicas y los sacrificios sublimes. Por que, si no es por amor, como entender a una persona que pide ocupar el lugar de otra para realizar una tarea que pone en peligro su propia vida, y que –de hecho– en más de una ocasión termina con su existencia.
Podemos entender que un hombre miserable se disfrazara de mujer para conseguir un lugar seguro en el bote salvavidas del Titanic, ¿pero como explicar si no es por acción del amor que otro haya cedido su sitio a una mujer angustiada por que no volvería a ver a sus hijos que la esperaban en tierra firme? Ese hombre firmaba, de esa manera, su propia sentencia de muerte; pero haciendo uso de su libertad personal lo prefirió de tal manera. Eso sólo puede lograrlo un sentimiento trascendente de amor.
Estamos de acuerdo en que el amor surge de manera espontánea pero que, a partir de allí, se convierte en una construcción intelectual de trabajo cotidiano. La pasión, que en ciertos momentos va de la mano con el amor, es irreflexiva e impulsiva; el amor no. Por el contrario se convierte en fruto madurado de la responsabilidad. Sentir amor otorga derechos, mas genera ineludibles deberes.
Llegado a este punto, conviene transcribir algunos párrafos de la más exacta descripción del amor que se haya hecho hasta el momento. Nos referimos a una de las cartas del Apóstol Pablo a los Corintios. Allí se lee: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor,; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social y magíster en Psicoanálisis. Dirige el Instituto de Estudios e Investigaciones Junguianas de la Sociedad Científica Argentina y preside la Comisión del Libro de Filosofía, Historia y Ciencias Sociales de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Su más reciente libro es “Las búsquedas espirituales de Ricardo Güiraldes y otros escritos sobre escritores y escrituras.” [email protected]