Tal vez en algo estemos todos de acuerdo los argentinos, y es en lo que no queremos.
Lo demás es subjetivo, valoración personal y opinable, como el resultado de un combate, o el gusto óptico acerca de una pelea.
La que hicieron el sábado pasado el Nº 1 del ránking argentino de los medianos, el entrerriano Marcelo “El Terrible” Cóceres y el porteño Germán “Martillo” Palacios -ganó el primero por puntos-, en el microestadio de Huracán de Parque Patricios, fue para destacar, al menos en la opinión de este escriba.
Hubo acción continua, sangre, golpes por doquier, rostros magullados por la reciedumbre de un pleito en serio, dominio alternado, caídas, y dos voluntades indómitas que se prodigaron en los buenos momentos, pero más especialmente en los malos, sin entregarse.
Transmitieron empatía, y fue imposible no identificarse con uno u otro, o posesionarse en la lucha, sintiendo ser parte de ella.
No importó quién era quién, por qué peleaban, y cómo estaban rankeados. De hecho, Palacios no lo estaba, pero en el ring no se notó.
Tranquilamente pudo haber sido una pelea por la corona nacional, que en realidad ostenta el bonaerense Francisco Torres, o por una sudamericana, que porta -aunque con los plazos ya vencidos- el también bonaerense Marcelo “El Pitu” Cáceres (con “a”), aunque sinceramente, en este caso, el título no le hubiera aportado nada a la pelea de dos casi desconocidos para el gran público.
Es cierto que hoy en día importan más las peleas que los títulos, y así se manejan las más importantes cadenas televisivas en USA, la meca del negocio del boxeo.
Allí se habla más de nombres propios que de espectáculos para alimentar la venta previa, el ruido, el circo, el negocio. Pero a falta de nombres –como en este caso- lo que interesa es lo producido dentro de las cuerdas, sin que nadie pregunte qué hay en juego.
Por eso indignó lo que pasó abajo del ring, más precisamente en la promoción del combate, que se “vendió” innecesariamente como un título “sudamericano alternativo”, incluso desde la gacetilla de prensa, cuando en realidad la FAB jamás hubo aprobado ningún título de esa naturaleza, que hasta figuraba en la página boxrec.com, referente en datos boxísticos.
Indigna, irrita y enfada, no sólo la mentira –de la que nos hicimos eco inocentemente varios colegas- sino la deslealtad dolosa de un promotor, que se vale de su agente de prensa -un trabajador como nosotros, al que suponemos igual de inocente- para desparramar una falsedad tan vulnerable, que más temprano que tarde quedará al denudo y se volverá en contra, porque no habrá más remedio que rectificar y desmentir.
¿Cuál es el objetivo del engañar en estas cosas? ¿Engañar por el engaño mismo? ¿Qué beneficios aporta? ¿Alguien pondrá un dinero extra si el combate va por un título sudamericano alternativo, que sin él? Y de ser así, ¿es válido? ¿Es honesto?
No acaba acá la cosa. En el pesaje, donde se reúnen todas las autoridades de la velada, más promotores y boxeadores, alguien habrá advertido sobre la situación. Por empezar, todavía había un campeón sudamericano regular. Y para terminar, uno de los retadores (Peralta) no figuraba siquiera en el ránking argentino como para ser aspirante a una corona en receso, que por regla deben disputársela entre los tres primeros.
De allí que como por arte de magia apareció otro título: el FEDEBOL mediano AMB vacante. Y nadie dijo nada. Y la FAB lo aprobó.
Cabe consignar que los títulos FEDEBOL fueron una creación de la AMB –que hasta admite que sean a 9 rounds- para países de la región bolivariana, es decir, Colombia, Venezuela, Bolivia, Perú y Ecuador. ¿Había algún púgil perteneciente a tales países?
Que dos argentinos se disputen una corona FEDEBOL –que dicho sea de paso, es irrelevante y poco seria- es tan absurdo como que dos colombianos se disputen un título argentino, o más aún, uno europeo. Un ridículo total.
Hubiese estado todo mucho mejor si hubiese sido un simple combate a 10 rounds, sin mentir, sin impostar, con sensatez. ¿Qué le sumó esta corona al peleón que hicieron?
Ya que andamos escasos de nivel, de figuras, y sin campeones, tengamos al menos decencia. Empecemos por reconstruirnos con seriedad, porque esta batalla sólo depende de nosotros, y los rivales somos nosotros mismos. El pueblo argentino no merece más burlas, más mentiras, y más engaños, porque ya tuvo bastante. Y paradójicamente, luego somos los primeros en quejarnos cuando somos las víctimas de las malas conductas de los gobernantes.