Hace casi 78 años, un nene fue la primera de sus víctimas. Los aterradores detalles en esta nota
"Uno se envicia. Come y después siempre quiere comer". El concepto, que podría ser una confesión reciente de cualquiera que hubiera incurrido en excesos alimenticios durante las fiestas navideñas, en realidad pertenece a un oscuro personaje que hace casi 78 años perpetraba en Santa Fe un crimen aberrante: secuestrar, violar, matar y comer a un niño de 11 años. Y lo peor es que ese aquelarre bestial del antropófago no sería el único.

Aparicio Garay, uno de los nombres de los tres que tenía este brasileño indocumentado, cobró triste notoriedad como El Caníbal del Paraná y si bien tras ser detenido fue recluido en un hospicio porteño, donde su historia se desvanece, todo indica que las víctimas de su voracidad demencial habrían sido más de una.

Garay, quien también decía llamarse Nazario Palmas o Agustín Zamora, ejercía el oficio de nutriero en la zona del Paraná medio y la tarde del 19 de enero de 1936, en la localidad santafesina de Cayastá, situada a la vera del mencionado río, consumó el primero de los actos de una tragedia criminal inenarrable.

Eusebio Lugones tenía 11 años y estaba con su hermano mellizo y otros amigos jugando en la orilla del río cuando, no está claro aún, aceptó la invitación del nutriero a que subiera a su canoa para un viaje que tendría, para el chico, el peor de los finales.

La pequeña embarcación, a la que muy pocos vieron partir, terminó su derrotero en un islote situado frente a Cayastá, donde Garay se asentaba de un modo más que precario, casi salvaje.

Las falencias en la investigación policial no es un vicio de estos tiempos. Ya en 1936 las autoridades policiales santafesinas tardaron cuatro meses en profundizar la pista del niño desaparecido, al que si bien daban por ahogado, la demora en encontrar su cuerpo en el río y el testimonio original de un par de testigos que señalaban haber visto al niño subirse a una canoa cuyo remo estaba en manos de un adulto, bien podría hablar de un secuestro.

La patrulla policial llegó el 23 de mayo al islote donde habitaba Garay y se encontró con un cuadro aterrador. Vísceras humanas colgaban de ganchos y dos damajuanas contenían grasa derretida de lo que había sido el cuerpo del pibe Lugones.

Matorrales aún ensangrentados marcaban la escena donde Eusebio fue descuartizado luego de ser violado y asesinado de un disparo de escopeta cuando intentaba escapar de su calvario.

Garay fue detenido y trasladado primero a la cárcel santafesina de Las Flores y más tarde, al hospicio de la Merced, en la Capital Federal, donde lo último que se sabe del antropófago es que mató a un interno que no lo dejaba dormir con sus gritos de locura.

Sin embargo, la sombra de Garay no dejó de proyectarse sobre el Paraná porque el tormento padecido por Eusebio Lugones, devorado por el nutriero, no habría sido único: Carolina Cordero, que tenía 7 años por el 36, es una chica que como otros niños de esa zona bañada por el Paraná, un día desapareció como si la hubiera tragado la tierra. O quizás, Aparicio Garay.

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