Se hizo fuerte entre los
guaraníes: séptimo hijo varón
de Taú y Keraná, víctima de
una maldición
Como la mayoría de las creencias populares paganas, argentinas y del resto del mundo, su origen es incierto y suele ser el resultado de la mezcla de diversas supersticiones.
En cuanto al lobizón, se cree que la historia vino con la colonización europea, como una degeneración del relato folklórico europeo del hombre-lobo, pero hay evidencia que demuestra que los aborígenes autóctonos ya contaban historias de los hombres-bestias en los que se encontraba el hombre-tigre, hombre-puma, etc., siendo éstas las bestias más temidas por la zona. Otra posibilidad es que una leyenda nativa original se haya mezclado con el mito europeo del hombre-lobo.
El lobizón (también conocido en otras regiones sudamericanas como lobisón, lobisonte, lobisome o luisón), es un equivalente al sinónimo sudamericano del hombre-lobo europeo.
La leyenda dice que el lobizón es el séptimo y último hijo de Taú y Keraná, en quien sobrecayó la mayor maldición que pesaba sobre sus progenitores (esto último, según la mitología guaraní), que en las noches de luna llena de los viernes (o los martes, según sea la zona) se transforma en un “animal” que mezcla las características de un perro muy grande y un hombre.
Se dice que cuando se inicia el proceso de transformación, el maldecido comienza sintiéndose mal; por ejemplo, comienza sufriendo dolores y malestares, luego, presintiendo lo que va a venir, busca la soledad de un lugar apartado como las partes frondosas del monte, se tira al suelo y rueda tres veces de izquierda a derecha, diciendo un Credo al revés.
El hombre-lobizón se incorpora con la forma de un perro muy grande, de color oscuro que va del negro al marrón bayo (dependiendo del color de piel del hombre portador de “la maldición”), ojos rojos encendidos, extremidades muy grandes que son una mezcla de manos humanas y patas de perro, aunque otras veces también tienen forma de pezuñas y despide en general un olor fétido.
Una vez que se incorpora lo hace para vagar hasta que amanezca. Dicen que cuando los perros notan su presencia comienzan a aullar y ladrar, pero sin atacarlo, por donde vaya. Se alimenta de las heces de gallinas (por eso se dice que cuando el granjero ve que el gallinero está limpio es porque el lobizón anda acechando por el lugar), cadáveres desenterrados de tumbas y de vez en cuando come algún bebé recién nacido que no haya sido bautizado.
Cómo identificarlo * Son hombres flacos y enfermizos, que desde niños fueron personas solitarias y poco sociables.
* Cae siempre en cama enfermo del estómago los días posteriores a su transformación.
* El hechizado vuelve a su forma de hombre al estar en presencia de su misma sangre, así, al ser herido, recuperará su verdadera forma. Pero se vuelve enemigo a muerte de quien descubre su sagrado secreto y no se detendrá hasta verlo muerto.
Para matar a un lobizón se tiene que hacer con un arma blanca o con una bala bendecida.
Para alejarlo, ante su presencia, se debe arrodillar y rezar un Padre Nuestro, realizar la señal de la cruz, arrojarle agua bendita o un tizón al rojo vivo y/o también botellas rotas. El hombre-bestia puede “hacer pasar” su maldición pasando por debajo de las piernas de otra persona, así él queda curado y el otro hombre queda maldecido. Al matarlo, él se transformará en humano nuevamente y así podrá ser librado del mal que lo acosa.
Las diferentes historias, por lo general, no muestran al ya nombrado lobizón como una bestia agresiva con los humanos sino que es más bien pacífica aunque hay que estar siempre alerta ante un posible ataque, ya que no es una bestia amigable.
El padrino presidente
En Argentina se acostumbra desde el siglo XIX que el presidente de la Nación sea nombrado “padrino” del séptimo hijo varón. Esta extraña costumbre se debió a que los supersticiosos paisanos a veces sacrificaban a su séptimo hijo por el terror que les provocaba la “posibilidad” de que les hubiera nacido un lobizón.
Si bien este padrinazgo se realizaba de modo informal hasta 1907, se tienen registros de que en ese año se hizo el primer bautismo oficial, con el presidente de la Nación como padrino. Ya en 1973, el presidente Juan Domingo Perón dio formato legal a esta costumbre a través del decreto número 848. El decreto otorga además becas totales para estudios primarios y secundarios, a la vez que aclara que este padrinazgo “no crea derechos ni beneficios de naturaleza alguna en favor del ahijado ni de sus parientes”.