la bebida se asocia
a la hospitalidad y el nacimiento divino habla precisamente de un favor por recibir de la mejor manera a un visitante.
La leyenda de la yerba mate proviene de la tradición oral de la zona del Litoral, por lo que se conocen diferentes versiones acerca del origen mágico de este cultivo que contribuyó al desarrollo de la región.
Sin embargo, todas las historias que se contaron a lo largo de los siglos coinciden en un punto esencial: la hospitalidad. En ellas, son los dioses quienes agradecen a los moradores de la tierra por su atención y los recompensan con este vegetal. De todos modos, los “adornos” que rodean a estas leyendas son los que las hacen tan atractivas al oyente, ya que era a través de la palabra la forma en que se pasaba el mito de generación en generación.
Según la leyenda, una de las tribus nómades de la zona del Litoral, abandonó el lugar donde se encontraba momentáneamente instalada para buscar nuevas tierras, pero uno de ellos, un anciano llamado Yará, agobiado por el peso de los años, no pudo seguir los pasos de los demás.
Por eso decidió abandonar la marcha y permanecer en el lugar desobedeciendo el espíritu errante de su pueblo. Pero no quedó solo, su hija, la hermosa Yarí se resistió a continuar su camino para quedarse al cuidado de su anciano progenitor. Así, prometió aprender a cazar y buscar alimentos para mantener a esa pequeña familia unida.
La historia cuenta que una tarde, cuando el sol bajaba, llegó hasta la humilde morada que Yarí y su padre habían instalado, un extraño personaje, que por el color de su piel y por su rara indumentaria no parecía ser oriundo de esos lares.
El viejito, hospitalario, le ofreció comida al desconocido visitante. Al recibir tan cálidas demostraciones de afecto desinteresado, el invitado, que no era otro que un enviado de Tupá -dios supremo de los guaraníes al cual el anciano y su hija rogaban a diario por su protección- decidió recompensarlos.
Como premio, este enviado divino decidió hacer brotar una nueva planta en la selva, nombrándola a Yarí como diosa protectora y a su padre, como custodia. Además, les enseñó a tostar o “sapecar” sus ramas al fuego, y a preparar la infusión, que constituiría la delicia de todos los visitantes de los hogares misioneros y sería el símbolo de la unión y compañía en Argentina, Paraguay y Uruguay.
Bajo la protección de Caá Yarí y la vigilancia del anciano Caá Yará, la yerba mate crece lozana y hermosa. Dicen que la naturaleza esculpió en las rocas de las Cataratas del Iguazú, epicentro de esta cultura, la figura de la diosa protectora de la infusión nacional.