1) Se llama "El faro de las orcas” y es, esencialmente, una película sobre autismo. ‘No es una enfermedad‘, retruca Lola en dos ocasiones durante los 110 minutos que se extiende el largometraje, aclarando a distintas personas que se trata de una condición o un síndrome. Algo que no tiene cura, si se lo mira con perspectiva médica. Algo que debería contagiarse, si se lo mira con perspectiva igualitaria. ‘Un desorden dentro de su cabeza‘, trata de explicar con paciencia la mujer sobre su hijo de 10 años, a quien traslada desde España hasta la Península de Valdés, en la provincia de Chubut, porque el chiquito se cruzó en un documental televisivo con una imagen de un hombre que desarrolló un vínculo muy especial con orcas, lo observó emocionado y ella, ante la posibilidad de que aquello lo estimule, decidió hacer las valijas y, sin plan alguno, viajar juntos hacia un espacio recóndito del planeta para tener una posibilidad de mejorar la calidad de vida del niño.

2) Es una película sobre autismo basada en una historia que realmente ocurrió, con un hombre llamado Roberto “Beto” Buba que años atrás, en su solitario paraje desde donde protege y estudia hace dos décadas el comportamiento de la fauna marina de la zona que incluye orcas y lobos marinos, recibió la inesperada visita de una madre y su hijo diagnosticado con un trastorno del espectro autista, y relata el modo en que se empiezan a relacionar, entre los tres humanos, con la naturaleza en su máximo esplendor libre de contaminante “civilización” y finalmente con las orcas.

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3) La industria del cine se está decidiendo a contar, cada vez más, y merece ser destacado con menos morbo y mayor delicadeza, historias con eje en el autismo de alguna persona. Dato interesante si tenemos en cuenta que 1 de cada 68 humanos nacen en el mundo con este síndrome.

4) Aquí, en “El faro de las orcas”, se habla de autismo no tanto para exhibir de manera estereotipada lo que ocurre con un niño con este diagnóstico, sino más bien con el horizonte colocado en tratar de generar en cada espectador un espacio de reflexión profundo, acerca del modo en que nos comunicamos con quienes pensamos, catalogamos y etiquetamos de ‘diferentes‘, pero también dónde ponemos las energías en los proyectos que acompañan nuestra cotidianeidad y todo lo que venimos perdiendo cuando le damos la espalda a la naturaleza. O cuando directamente somos responsables de causarle daños enormes y, muchas veces, irreparables.

5) Tristán se llama el niño con autismo de la película (necesario aclarar que las personas no son autistas, sino que tienen autismo, viven con autismo). Hay que reafirmar que el personaje se inspira en un chico real, diagnosticado con autismo, que actualmente tiene 23 años, ama el fútbol y tiene novia, y que un día le llevó a su madre una revista con la imagen del Buba de la vida real, metido en el agua, y tocando una armónica rodeado de orcas. Allí, en ese aparente pequeño pero gigantesco acto revolucionario de una persona con problemas para comunicarse, está la génesis de una obra que explora sobre nuestro propio acontecer. Como aquello de “todas las hojas son del viento”, en la voz del imprescindible Luis Alberto Spinetta. Muchas veces, no nos damos cuenta, no sabemos, nadie nos enseñó, que el otro, la otra, es un o una igual, con sus distancias, colores, músicas, poesías y características propias. En el viento (la vida), todas y todos somos iguales. Lo dice Tristán cuando rompe con lo que se esperaba de él, tras meterlo en el grupo de quienes no escuchan, ni sienten, ni se comunican. En este punto, el actor Joaquín Rapalini le pone intensidad y pasión a su personaje, se mete en sus miedos y deseos, con una suavidad y ternura que recuerda el vuelo de un ave sobre el mar (y, de paso, en su actuación surgen paralelos con aquella obra maestra llamada “¿A quién ama a Gilbert Grape?”, con un Leonardo Di Caprio estableciendo para siempre de qué se trata eso de actuar con el corazón).

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6) Pero es Lola (gigante la actriz española Maribel Verdú) y sus ganas incontenibles de hacer desde el amor lo mejor para su hijo, lo que representa, seguramente, el mayor tesoro del filme. Esta mujer lanzada a un sueño y su mirada de esperanza, primero, y luego de satisfacción una vez que el chico conecta con su alrededor, en un todo tan conmovedor como auténtico, convierten la historia en un gran abrazo, en una zona de confianza, un grito de aliento y, aun más, en una firme y contundente certeza de que al final siempre hay recompensa, a pesar de los tropiezos o caídas estrepitosas.

6) ‘Mira el mundo con sus propios lentes. Nadie mas los tiene‘, le dice Buba a la madre del niño. Ella lo sabe. Ya lo aprendió. Y por eso transita por la vida despojada de prejuicios y mandatos. Aprendió y aprende del niño, su verdadero maestro.

7) “El faro de las orcas” está repleta de momentos bellos, con movimientos de cámara y planos asombrosos (muy talentoso el director Gerardo Olivares) que piden pantalla grande, sin embargo hay un instante que resume el sentido de irse a filmar al medio de lo inhóspito, allá en la Patagonia brava. Con Tristán y Beto, sentados en la cima del faro contemplando el amanecer, el adulto respeta y comprende la sabiduría del silencio cósmico del chico y lo mira con brillo en los ojos. Ahí es cuando Buba (Joaquin Furriel está impecable en toda la película, sin embargo es en ese momento cuando emerge el gran actor que es como una fuerza de la naturaleza) también termina de aprender que todas y todos somos puentes.

8) Y que no hay nada mejor en este tránsito breve por el mundo que conectarnos desde la empatia, el compromiso, la solidaridad y el amor.

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