Cuando se habla de ídolos en el fútbol se trata de aquellos jugadores que enloquecen a los hinchas con su carisma, talento y logros deportivos, al punto de elevarse casi a la categoría de semidioses. Carlos Tevez es uno de ellos, sin lugar a dudas, pero en su caso todo se potencia aún más. Forjado en el barro de Fuerte Apache, conocedor del esfuerzo y el trabajo, se ganó todo a pulmón como le marcó su viejo desde chico. Y desde ese mensaje, pese a que la varita lo tocó mágicamente otorgándole notables condiciones con una pelota en los pies, jamás renuncio a su esencia, a sus orígenes. Una rara virtud en un personaje público, que lo llevó a ser el mejor en todos los clubes que jugó y a conquistar el corazón de todos los fanáticos.
Un ganador nato, un crack, que supo adquirir una personalidad avasallante sin dejar de lado la humildad que le marcaron a fuego, la que deja bien sentada en cada gesto de su vida cotidiana. Es ejemplo aunque no quiera serlo, lidera sin levantar la voz y enamora por su ángel. Es "el jugador del pueblo", tal vez el apodo mejor ganado en la historia de este deporte.
Boca lo necesitaba, lo pedía a gritos. En un plantel sin líderes, ni adentro ni afuera de la cancha, se necesitaba de alguien que marcara el camino. Y entre tanto desacierto de la dirigencia hay que valorar esta movida genial. La llegada de Carlos Tevez resultó fundamental, no sólo para la conquista del título, sino también para recuperar la identidad de un club que se había acostumbrado a la palabra fracaso.
Como se esperaba, Carlitos enamoró a los hinchas. Lo hizo con su fútbol, su talento, sus goles, sus asistencias, su coraje y su carisma, al punto de ser clave en un antes y un después del equipo en el torneo. Pero además de todo eso, conquistó a cada uno de sus seguidores demostrando que para ser ídolo se necesita algo más que jugar bien a la pelota. En cada partido, en cada práctica, en cada presentación pública, paró ante cada fanático que le pidió un autógrafo, una foto, un abrazo o un beso. Sin importar el tiempo que le demandara, se ocupó de cada exigencia de la gente.
"¿Cómo no lo voy a hacer si cuando yo era chico me pasaba lo mismo y me ponía mal si no conseguía un autógrafo", dijo Carlitos Tevez, aunque enseguida aclaró que "esto no quiere decir que mis compañeros tienen que hacer lo mismo. Es lo que yo siento". No hizo falta escuchar más palabras, "mágicamente" el mismo plantel xeneize que solía pasar de largo, empezó a pararse y atender la solicitud de cada hincha que enfervorizado e ilusionado hacía "guardia" a la espera del final de las prácticas en Casa Amarilla.
Fue una de las tantas cosas que contagió Carlitos a un equipo al que potenció con su fútbol y al que le sacó presión para asumirla toda en su figura. Todos empezaron a rendir más y a ser mejores, adentro y afuera. Y desde su grandeza, hasta tuvo tiempo para "ver lo que sucedía en el país", como cuando se dio cuenta de la pobreza que había en algunas provincias del interior. No calló y lo criticaron, pero no le importó.
El Apache también tuvo que bancarse fuertes críticas por haber fracturado al pibe Ezequiel Ham, de Argentinos, en una jugada desafortunada en una tarde en Paternal. Pero ahí también apareció su don de gente, reconociendo el error y poniéndose a disposición del chico.
Por todo esto Tevez es ídolo. Revivió a un Boca planchado, levantó a su gente y le dio la alegría que tanto añoraba. Un crack en el fútbol y en la vida, para disfrutarlo eternamente