Las palabras del Maestro no tendrían que sorprender a nadie. La Selección Argentina si no está en la cumbre del fútbol mundial, pega en el palo. ¿Qué selección podría superarla? ¿Chile porque la venció en la ruleta de los penales en la Copa América de 2015 y 2016? ¿Alemania por haberse consagrado en Brasil 2014, precisamente frente a Argentina en un partido cerradísimo que Mario Götze quebró a 7 minutos del cierre del suplementario con un zurdazo cruzado, cuando ya se anunciaba la definición por penales?
En el plano del resultado, Alemania ganó. En el plano del juego, no. Incluso fue favorecido por el gentil árbitro italiano Nicola Rizzoli al no sancionar con penal la violenta infracción que el arquero Neuer le cometió a Higuaín cuando lo chocó adrede con una torpeza notable. Rizzoli no observó lo que observaron todos (o casi todos) y ni se inmutó.
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Pero por encima de aquella final que se disputó en el estadio Maracaná hace poco más de 2 años, Argentina continuó creciendo a nivel de Selección nacional. Alemania, en cambio, no logró conservar el potencial que había mostrado en Brasil 2014. Y lo denunció con evidencias concretas en la reciente Eurocopa que conquistó Portugal en la final frente a Francia el 10 de julio pasado en París. No porque haya perdido en semifinales ante Francia 2-0, sino por la circulación, la movilidad y el ritmo ofensivo que resignó.
Alemania, España, Italia, Holanda, Francia, Inglaterra, Chile ni Brasil están por encima de Argentina. Y es curioso. Con la AFA vaciada y en ruinas, con dirigentes oportunistas y mediocres a la espera de una bendición que los precipite a la presidencia, con un campeonato insostenible agarrado con alfileres y subordinado a la agenda y al poder económico y dictatorial que impone la televisión, la Selección, increíblemente, supo mantenerse al margen del colapso.
Y lo hace aún con un cambio de técnicos permanente. En los últimos 12 años (desde la renuncia de Marcelo Bielsa en septiembre de 2004, planteando que se había quedado "sin energía") se hicieron cargo de la Selección 7 entrenadores: José Pekerman, Alfio Basile, Diego Maradona, Sergio Batista, Alejandro Sabella, Gerardo Martino y hace unos días Edgardo Bauza.
Tantas modificaciones y libretos y modelos futbolísticos distintos en apenas una docena de años no perforaron ni debilitaron la vapuleada institucionalidad de la Selección. Por el contrario; se mantuvo en pie.
La mención destacadísima a los jugadores es impostergable. Porque fueron los jugadores en diferentes etapas los que sostuvieron la estructura y sobre todo el prestigio. Como bien dijo Javier Mascherano por estos días: "La Selección es un oasis dentro del fútbol argentino".
En virtud de ese "oasis" que reivindica Mascherano en una síntesis inobjetable, la marcha de la Selección nunca se detuvo. Con un técnico o con otro técnico. Trascendiendo a los técnicos en definitiva. No ignorándolos. Pero tampoco endiosando a nadie. El factor fundamental del crecimiento sostenido que viene experimentando la Selección (a pesar de no coronar) se enfocó y se enfoca en las luces que irradian los protagonistas. En los de ayer y en los de hoy.
Esta es la principal garantía. La que perdura a pesar de todo. Es la que con desprecio exitista se la califica como la generación perdedora. La que lidera Leo Messi. Y la que viene de antes, corporizada en la figura y en la palabra de Mascherano. Alrededor de ellos, las sucesivas renovaciones de jugadores. Con más o menos capacidades. Pero dentro de un microclima superador.
Así se terminó protegiendo el núcleo duro de la Selección. Y así creció. Adquiriendo una mística aún sin poder abrazar una Copa del Mundo ni una Copa América. Lo que lo hace más valioso. Porque en la festividad de la victoria queda servida en bandeja la posibilidad de atrapar la mística futbolística. En las frustraciones que viene padeciendo Argentina, en cambio, es muchísimo más complejo.
Pero ocurrió. No se atomizó la Selección. No se ablandó. No se borraron los jugadores. Messi se fue pero en realidad no se había ido nunca. Mascherano siempre se quedó. Otros también. Se juntaron todos. En la decepción y en la construcción de los sueños que hay que construir para seguir viviendo. Quizás allí precisamente radica una de las grandes fortalezas de la Selección. En lo que pudo haber sido y no fue. Y en la búsqueda, sin pausas ni claudicaciones, de ese objetivo tan deseado y tan negado.
"Argentina es la mejor selección del mundo", afirmó convencido Oscar Washington Tabárez. La realidad es que transmite eso el equipo. Que tiene algo más que el resto. Que por supuesto la podemos criticar. Que podemos encontrarle fisuras. O relieves insuficientes. Pero sigue ahí. En la cumbre. Y hay que reconocerlo.
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