Hace dos décadas, en Italia, el ex jugador de River y la Selección nos decía con un tono de cierto desaliento y nostalgia que quería regresar a la Argentina para volver a ser feliz, en sintonía con lo que hoy plantea desde Rusia, Sebastián Driussi y desde México, Maxi Meza

Atardecer del martes 19 de octubre de 1999. Dos días antes River había derrotado 2-0 (goles de Pablo Aimar y el colombiano Juan Pablo Angel) a Boca en el Monumental. Enviado por la revista El Gráfico ese martes estuvimos en Italia y fuimos a buscar a Ariel Ortega a Parma para entrevistarlo, después del triunfo de Argentina sobre Colombia 2-1, en Córdoba, cuando en aquella jornada del miércoles 13 de octubre el Burrito había clavado un golazo espectacular. El otro fue de Gabriel Batistuta.

Lo esperamos a la salida del entrenamiento del Parma, en el que tenía como compañero a Hernán Crespo y nos invitó a su casa para charlar sin apuros. Allí, nos recibiría su esposa Danesa y su hija Sol, de apenas 14 meses. En tránsito hacia el departamento en que vivía en la Via Catalini, en la zona de San Lazaro, nos dijo algo que no olvidamos: “La verdad, no la paso bien acá. Me quiero volver para ser feliz con mi gente. Extraño todo. Pero todo. Hasta las puteadas de los hinchas rivales. Me fui de la Argentina para estar mejor y la realidad es que estoy peor. Lo mío siempre fue darle alegría a la gente. Y no sé si acá la gente se alegra con mi fútbol, con mis gambetas. La prensa, seguro que no. Pero igual yo no voy a cambiar”.

Las definiciones certeras y filosas de Ortega nos llevan a tantas otras experiencias de jugadores argentinos que se van pero siempre están pensando en el regreso. ¿Por qué se van? Por plata. Para ganar lo que acá no ganan. Para asegurarse el futuro, reiteran los futbolistas como si fuese una consigna aprendida en el pasado, luego de escuchar en repetidas oportunidades esa frase resignificada como un desactualizado lugar común. Pero la adoptaron antes y la siguen adoptando ahora.

El Burrito Ortega, de mínima, quintuplicaba en Parma lo que ganaba en River. Pero en Parma, como antes en Sampdoria, acumulaba más desconsuelos que alegrías. Sebastián Driussi dice algo parecido. Se fue de River hace tres años en pleno etapa de consolidación, desoyendo las sugerencias explícitas de Marcelo Gallardo.

Driussi, sin embargo, fue fiel a sus impulsos y a su representante. Y partió al Zenit de Rusia. Ahora, en la nota que hace unos días le dio a Olé, entre otras consideraciones, afirmo: “El otro día un amigo me preguntó como iba llevando el encierro y yo le respondía que acá hace tres años que estoy en cuarentena. Salimos muy poco. Las temperaturas que hay acá no te dan ganas de salir. Es un sacrificio para todos, pero lo hago por el bienestar de la familia. A veces mariconeo un poco y se me hace complicado. Pienso, quiero volver a River, quiero volver a River, quiero volver a la Argentina, hasta que después de unos días de entrenamiento y con la cabeza un poco más fría, se me pasa un poco”.

Maxi Meza, quien se despidió de Independiente a fines de 2018 para arribar al Monterrey de México, expresa otro caso testigo. Y en radio La Red, volcó sus deseos: “Hoy mi desafío pasa por el Monterrey, pero todo jugador profesional piensa en volver donde se inició o donde tuvo alegrías. Y me haría muy feliz regresar a jugar Independiente o a Gimnasia”.

Hace poco más de dos décadas Ortega y ahora Driussi y Meza, coinciden en sus miradas, más allá de las diferencias. Se fueron como tantos otros en búsqueda de la salvación individual como si en el fútbol argentino recibieran ingresos muy poco atractivos. Nada más lejos de la realidad. Y se fueron sin preocuparse ni conocer demasiado sus destinos. Las distintas circunstancias que atravesaron y atraviesan (lo que no significa que en el plano del fútbol les vaya mal), los empujó a sublimar la perspectiva del regreso.

Los tres, cada en su tiempo y en su contexto, es muy probable que revelen el perfil del hombre que un día se despide con urgencias de su geografía sin saber muy bien porque se despide. El horizonte fundamental es el dinero. No la realización personal. Es una de las praxis del hombre globalizado. El que va y viene. Quizás sin entender ni interpretar para qué ni porque va y viene.

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