El show triste y decadente que brindó el delantero de Boca frente a Vélez pareció inspirado en una dinámica muy compatible con las actitudes más reaccionarias y revanchistas que recuerde el ambiente del fútbol argentino.

Transcurridos unos días del bochornoso e infrecuente episodio que protagonizó ese provocador profesional que es Mauro Zárate en La Bombonera durante el cruce de Boca ante Vélez el pasado jueves, quizás se hace necesario mirar un poco a la distancia para interpretar la conducta reaccionaria del delantero xeneize.

No es que haya que dinamitar todo e invisibilizar lo que hizo y dijo Zárate desde que abandonó Vélez para llegar a Boca y convertirse en una especie de vulgar y primitivo transgresor que le termina mordiendo la mano a la gente que lo idolatró.

Zárate, que no es ningún pibe porque ya tiene 32 años, es probable que exprese a una multitud de seres anónimos o reconocidos por el universo mediático que en una circunstancia parecida hubieran hecho lo mismo que él. En todo caso ese perfil tan desangelado e irritable que construyó el futbolista fue un espejo gigante en el que muchos logran identificarse por razonas muy diversas.

Si lxs hinchas de Vélez el último domingo le hicieron sentir en pasajes del Himno nacional una reprobación total casi nunca observada en un estadio del fútbol argentino al sentirse estafados por la decisión de dejarlos en banda en un altar imaginario, la respuesta estratégica y sobreactuada que elaboró el jugador en la definición por penales y después con el resultado favorable en el bolsillo, fue apelar a los más bajos instintos cuando afirmó que “pasó el equipo grande”, subestimando al club que lo formó y a la gente que lo recibió en su regreso como a un auténtico hijo pródigo.

Esta actitud no puede formar parte de ninguna anécdota irónica que podrían recoger en el futuro las memorias del fútbol. Es una actitud clasista la que reivindicó y festejó Zárate en una noche impiadosa, que por supuesto trascendió el pase de Boca a las semifinales de la Copa de la Superliga.

El clasismo futbolístico que invocó Zarate es también en realidad un clasismo que excede los límites de una cancha. Por eso se transformó en una chicana de altísimo impacto que incluso superó el territorio de Vélez y el escenario del fútbol.

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Allí se metió Zárate, seguramente sin proponérselo. Y agredió sensibilidades que no lo van a olvidar. Y quizás despertó empatías de aquellos eternxs revanchistas de causas perdidas o ganadas que esperan el lugar adecuado y el momento preciso para envenenar a los que tienen enfrente. Son los oportunistas que están en todas partes.

En nombre del oportunismo también manifestado por Zárate en otros episodios, valdría la pena recordar a modo de testimonio que va en esa dirección cuando actuando para Lazio el 14 de marzo de 2010 en el marco del partido frente a Bari, estando lesionado concurrió al Estadio Olímpico de Roma ubicándose con el ala más radicalizada y racista de tifosis en la Curva Norte, haciendo el típico saludo nazi-fascista con el brazo derecho (como lo acreditan las fotos del momento), lo que le valió una multa de la Federación Italiana de 10.000 euros y un severo apercibimiento.

En definitiva, el rol que viene ejerciendo Zárate es el viejo rol de los hombres capturados por el ego y el individualismo cerril, más allá de sus buenas aptitudes como jugador. Decir como dicen algunas audiencias que “es un profesional que va donde le pagan más”, es de una liviandad apabullante. Entre otras cosas, porque no contempla ningún contexto. Y cualquier hecho despojado de un contexto no puede analizarse seriamente. El contexto influye y hasta determina.

Y fue el contexto de su vuelta festejadísima a Vélez en enero de 2018, en la que Zárate participó derramando lágrimas y palabras sentidas que parecían conmoverlo, lo que le terminó explotando en sus manos.

No supo manejar Zárate el peso de la gran contradicción. No supo o no quiso. Y nadie pudo ayudarlo. O él no quiso escuchar a nadie. Ni a sus familiares más directos. Y actuó en soledad. Los errores extradeportivos que fue sumando desde que se vinculó a Boca, claramente lo ubican hoy en un lugar no deseado. Es el lugar de las personas ingratas, despechadas y lejanas.

En Boca lo van a proteger y avalar. Fuera de las fronteras de Boca, de ninguna manera va a encontrar las mismas respuestas. Y Mauro Zárate lo sabe, aunque por ahora asuma la falsa postura del hombre incomprendido y victimizado.

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