Ellos dos jamás perdieron su buena relación. Compartieron el vestuario en la dorada década del '90. Pero Enzo, en ese entonces, no le veía capacidad para dirigir. Ni siquiera un buen ojo para ver el fútbol. Su opinión sobre él cambió con el tiempo: allegados al "Muñeco" le hablaban sobre cómo trabajaba en Uruguay. Empezaron a reunirse para hablar del juego. Y se convenció de que era el indicado para, en algún momento, sentarse en el banco de suplentes más caliente de todos, el de River.
Aquella mirada de Enzo no estaba errada. Mientras jugaba, rulos al viento, Gallardo no quería ser técnico. No le interesaba. No se acercaba a sus entrenadores para preguntarle por qué planteaba los partidos de tal o cual manera.
Ni siquiera tuvo buenas relaciones con la mayoría de quienes lo dirigieron.
Francia fue el primer terreno bélico. En 2001, cuando Didier Deschamps se convirtió en el técnico del Mónaco, el "Muñeco" era el "10" titular. Hasta que "Didi" lo borró. Gallardo, filoso, salió a decir que "si él seguía como entrenador, se quería ir". Y disparó: "Podrá saber mucho de fútbol, pero no es una persona derecha".
A los meses recaló en River.
Segunda batalla. Enero del 2005. Pretemporada en Mar del Plata. Reinaldo Merlo acumulaba pocos partidos al mando del "Millonario". Gallardo lo citó a su habitación:
-No estoy cómodo con tu propuesta de juego. Te vengo a decir que me voy—, le confesó, inquebrantable.Merlo proponía un juego mediocre: primero sostener el cero, después pensar en el arco rival. Fue uno de los equipos más feos de River de los últimos años.
Horas después, "Mostaza" llamó a una conferencia de prensa. "Me voy: los jugadores no están cómodos con el proyecto", señaló. Gallardo quedó marcado como el responsable de su salida.
La tercera pelea fue con Daniel Passarella, el padrino de Nahuel, su hijo. El "Kaiser", sucesor de Merlo, ante las incontables propuestas europeas que tenía el ídolo, le pidió que no se vaya: "Hasta voy a hablar con tu mujer", le dijo.
Ese año fue suplente: Passarella decidió jugar sin enganche. Gallardo, otra vez, se fue en el siguiente mercado de pases.
La vocación por la dirección técnica le picó a los 28 años. Desde entonces, se venía preparando para su primer gran objetivo: entrenar a River. Viajó, leyó, se juntó con muchos colegas y, todavía hoy, se jacta de hacer lo que muy pocos hacen: "Mirar mucho fútbol".
La metamorfosis en su personalidad es íntegra y profunda. Ya no reacciona como en aquel arañazo al "Pato" Abbondanzieri o en la mordida a Gary Medel. Tampoco se pelea con los árbitros ni les grita como un loco a sus jugadores. Tiene una receta infalible: trabajar, trabajar y trabajar.
A diferencia de cuando jugaba, generó un vínculo extraordinario con el plantel. No estalló ningún conflicto en el vestuario. Y logró lo más difícil de conseguir en el fútbol: mejorar lo que ya era muy bueno. Potenció al campeón. Convenció a sus futbolistas de establecer una nueva línea de juego: más vertical, más ofensiva, más arriesgada.
Ahora está rodeado de aduladores. Están la dirigencia del club, el periodismo y las tribunas. Y por eso, al "Muñeco" le esperan desafíos aún más difíciles: sostener lo conseguido, no confundirse con el exitismo de los halagos constantes y focalizarse en seguir perfeccionando a un equipo que tiende a la excelencia.
Gallardo cambió. Y llevó a River a la cima de América.