El viento, que rotó de Norte a Sur cuando arrancó la tarde, hizo volar un poco de arena pero no desalentó a los turistas para volver a copar su pedacito de playa predilecto junto al mar. La máxima llegó a los 28 grados.

Décimo día consecutivo de playa. 'No nos podemos quejar -le dice Marcelo a un amigo mientras se encamina al mar, con una sonrisa en el rostro- llegué el 2 de enero y, hasta ahora, vinimos todos los días a la playa. Los días están muy lindos'.

Es cierto que hay algunos que se quejan: 'está fresco', 'hay demasiado viento', 'se nubla y en cualquier momento llueve', porque el protestar es el deporte nacional para muchas personas, pero lo cierto es que el sol, a fuerza de insistencia, fue el principal protagonista de esta primera parte del año y, con su enérgica presencia, le permitió a turistas, residentes y visitantes ocasionales, no privarse de la habitual excursión diaria a las playas.

Ayer, es verdad, el viento ganó un marcado protagonismo en Mar del Plata, fenómeno que se acrecentó en las cercanías del mar. Sin embargo, no fue impedimento para que grandes y chicos volvieran a cumplir con el ritual de disfrutar de las bondades de la arena bien caliente, el sol imponente y hasta el mar con una temperatura muy agradable.

'El problema es al salir -dice Jimena, mientras se abraza a si misma como protegiéndose de la brisa- porque el mar está divino... me quedaría todo el día adentro'. A los niños les pasa lo mismo pero, para ellos, el viento no existe y sólo el mar cuenta como hábitat para las vacaciones.

Esta vez, no hubo tanto apuro. Sobre el mediodía, el termómetro trepó hasta los 28 grados pero con ese viento intenso que, por momentos, superó los 30 kilómetros. Durante la mañana sopló desde el norte, porque el aire era bastante cálido, pero un rato después del mediodía rotó al sur y las condiciones cambiaron un poco pero sin afectar el entusiasmo de la gente por disfrutar de la jornada.

Este panorama modificó algunas costumbres y recuperó otras; por un lado, los juegos con pelota se vieron suspendidos en su gran mayoría. En los balnearios donde todavía hay canchas de voley, la práctica de esta actividad se vio limitada y dependió de la voluntad de los jugadores; el fútbol, en cambio, tuvo escasos episodios, ya que el hecho de correr la pelota impulsada muy lejos por el viento, fastidió hasta los más fanáticos.

En cambio, muchos visitantes habitué de las playas, sobre todo los más previsores, volvieron a recurrir a una vieja estrategia para extender su lapso de descanso sobre la arena. Se trata de una artimaña para la que hace falta una sombrilla de porte y estructura sólida y una o dos lonas de considerable extensión para armar una especie de carpa o barrera de contención para el viento. Para un correcto armado de estas tiendas de campaña, hace falta también llegar a la arena provistos de estacas de una buena longitud (más de veinte centímetros) para evitar que el viento, al embolsar las lonas, las saque de la arena.

En este rubro, los más conocedores del clima y sus cambios, no levantaron las instalaciones de estos campamentos hasta ese momento de la tarde en que el viento rotó; es decir, llegaron con el viento soplando desde el norte y lo soportaron estoicamente, sabiendo que no molestaba tanto y que en cualquier momento habría que cambiar la orientación de las lonas. Por eso, cuando el viento rotó, las sombrillas se enterraron en forma oblicua y, dando espaldas al sur, se colocaron las lonas que dieron unos cuantos metros de reparo que, templados por un sol insistente, le dieron a la estadía en la playa un marco perfecto. Allí se pudo cumplir con el ritual del mate, el truco y hasta la generala.

En cambio, para los que no tomaron esta previsión, la sombrilla inclinada no fue suficiente. Entonces, el tiempo de playa se acorta porque, más tarde o más temprano, la insistencia del viento gana por cansancio y la gente termina por rendirse y abandonar la playa antes de lo planificado.

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