Las latas de conserva antes que se invente el abrelatas, un casco de buceo para bomberos o un fax inventado antes que el teléfono son algunos de las genialidades que se inventaron pero que llegaron demasiado temprano a su tiempo

“Un ejército marcha sobre el estómago de sus soldados”, afirmaba Napoleón, quien fiel sus palabras prometía premiar con una suma importante a aquel que propusiese una forma de conservar la comida para que sus huestes continuasen marchando sobre sus estómagos.

Así fue como Nicolás Appert, un cocinero francés, desarrolló la lata de conserva que permitía mantener la comida en buen estado por meses o años. Un problema se había resuelto, ahora el tema era cómo abrir esas latas. ¿Alguna vez intentó abrir estas tumbas de hojalata sin el debido utensilio? Recién en 1855 se inventó el abrelatas, es decir, que a lo largo de 40 años la gente trató de abrir las endiabladas cajas de hojalata con cuchillos, punzones, cascotes y hasta con los dientes, con diversa o escasa suerte.

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En 1823 los ingleses desarrollaron el primer casco de buceo aunque su destino original era que lo utilizasen los bomberos para combatir incendios. Fue entonces que se percataron que esta opción era como poner la cabeza en un horno. Debajo del mar funcionaba mejor y allí lo dejaron.

En 1843 el escoses Alexander Bain obtuvo la patente de un fax, sí, ¡un fax! Como el que usted tiene en el escritorio (¡bah! tenía). A pesar de que no había teléfonos ni electricidad, el modelo de Bain era técnicamente correcto, solo que resultó ser un poco precoz.

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El primer fax<br>
El primer fax

Y si hablamos del teléfono no podemos dejar de mencionar a Graham Bell, otro escoses que además de padecer él mismo cierto grado de hipoacusia, tenía una madre y una esposa sordas. Naturalmente su ingenio lo empujó a resolver este tipo de problemas comunicacionales (aunque no se limitó a este aspecto, ya que antes había desarrollado una máquina para descascarar trigo).

Si bien otros desarrolladores se atribuyeron el invento del teléfono, fue él quien lo patentó en 1876, pocas horas antes que un tal Elisha Gray, quien por minutos se perdió la oportunidad de entrar a la inmortalidad.

Ahora, una cosa es inventar y otra convencer a los inversores sobre las bondades y usos de sus artefactos. En el caso del teléfono, muchos creían que estaban frente a un “juguete eléctrico”. Bell fue insistente y logró crear su propia compañía aunque el nuevo invento debió esperar algunos años para completarse, porque en un principio se debía levantar el tubo periódicamente para saber si había alguien del otro lado de la línea. Así fue, hasta que un ayudante de Bell inventó la campanilla y evitó que la gente se la pasase levantando y colgando el auricular para saber quien deseaba comunicarse.

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El camino de Bell había sido allanado por Samuel Morse, aventajado pintor norteamericano quien después de una triste experiencia (la muerte de dos seres queridos) había sufrido los avatares de la incomunicación o mejor dicho de los retrasos que implicaba llevar un mensaje a la distancia. Hasta entonces el record de velocidad en la transmisión pertenecía a los romanos quienes habían podido comunicar la muerte de un Emperador por relevos de señales de humo en 30 horas a una distancia de 1300 kilómetros de Roma. En 2000 años poco se había avanzado.

Sin embargo, al igual que más tarde aconteció con Bell y su aparato, no todos entendían los beneficios de comunicarse instantáneamente. La humanidad había subsistido bastante bien sin estos subterfugios.

Los inversores se percataron de las ventajas de estar informados cuando pudieron enterarse de los resultados de una elección estando a cientos de kilómetros de distancia. ¡Estos políticos no se pierden ni una oportunidad de saber qué le pasa a sus contrincantes!

De todas maneras, no siempre la gente se adapta fácilmente a los desarrollos y avances. La línea submarina del telégrafo tendida entre Francia e Inglaterra fracasó cuando un pescador la cortó creyendo que se trataba de una nueva especie de alga.

La inventiva humana, bastante escasa hasta el siglo XIX, sufrió un abrupto despertar de nueva ideas e inventos gracias al hombre que iluminó a la humanidad (en el doble sentido). Con casi 1100 patentes a su nombre, Thomas Alva Edison, el mago de Menlo Park, fue quien cambió la forma de la vida, hasta entonces mal iluminada gracias a la bombilla incandescente (aunque por lo menos otras veinte personas habían desarrollado inventos semejantes).

En realidad lo que hizo Edison fue ofrecer un producto durable, económico y práctico, como la bombilla que se exhibe en una estación de bomberos en California que está en uso desde 1901. El gran promotor de la obra de Edison y sus luces en Argentina fue el ingeniero Eduardo Newbery, responsable del primer tendido para alumbrado eléctrico de Buenos Aires pero más conocido por sus logros deportivos y piruetas aéreas.

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Thomas Alva Edison<br>
Thomas Alva Edison

Edison también fue famoso por inventar el primer fonógrafo capaz de grabar sonidos, sin embargo no previó cual sería su uso más difundido, ya que entre los 10 usos que él imaginaba (como grabar discos para ciegos y enseñar ortografía) no incluyó la difusión de música. En realidad, él barajó esta posibilidad pero le parecía una vulgaridad, casi un desperdicio que un producto de su ingenio se mal usase en tal nimiedad. Tardó 20 años en reconocer que este sería su uso más popular.

Guillermo Marconi se valió de desarrollos de Hertz para la emisión y recepción de ondas electromagnéticas, que el nunca bien ponderado Nikola Testla había patentado previamente. Sin embargo (y vaya uno a saber porqué) fue Marconi quien obtuvo la patente la radiodifusión en Inglaterra cuando recién cumplía los 22 años. En realidad Marconi tampoco estaba muy interesado en la emisión de música. Como él era un creyente en el espiritismo, estaba buscando una frecuencia para comunicarnos con el más allá.

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Guillermo Marconi<br>
Guillermo Marconi

No se moleste en buscarla ya que Marconi, a pesar de su interés y motivación, no obtuvo respuesta a esos mensajes.

BIO

Omar López Mato es oftalmólogo, escritor e investigador de la historia y el arte. Es columnista y colaborador en varias publicaciones, revistas y diarios. En radio fue conductor del programa radial Hablemos de Historia (desde 2006 a 2009), y actualmente participa del programa Tenemos Historia. En televisión dirigió y condujo de la serie Males de Artistas y del programa Ojo Clínico, ambos emitidos por canal Metro, además realizó la columna “Historias de la Historia” en el programa Alto Nivel. Es padre de cinco hijos.Su sitio web es https://www.historiahoy.com.ar/

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