Convencido desde joven del camino a seguir, el doctor Miguel Pedrola se especializó en el tratamiento del HIV e instaló esa lucha desde una ONG que desarrolla tareas de ayuda, prevención y búsqueda de una mejor calidad de vida.

Hay caminos en la vida que parecen indefectiblemente trazados por un destino imposible de cambiar. Y este es el caso del médico rosarino Miguel Pedrola, hijo de un pediatra que atendía en su propia casa de Venado Tuerto, la ciudad que eligió la familia para vivir, y que hoy, a sus 49 años, es uno de los principales motores de la lucha contra el Sida desde la ONG AHF Argentina, de la que es coordinador.

“Nunca pensé en no ser médico, creo que mi crianza tuvo mucho que ver, porque mi casa era un consultorio, yo era chico, y mientras en una sala la gente esperaba, yo jugaba con los hijos de los pacientes, y crecí en ese ámbito que me marcó”, asegura Miguel en charla con Historias de Vida.

Terminado el primario, Miguel fue a parar a la ciudad de Funes, lindera con Rosario, para estudiar en el Liceo Aeronáutico Militar. “A mí no me gustaba mucho, pero mi padre, como muchos de la época, pensaban que esa formación me ayudaría a crecer. Pero fueron años duros, de mucha disciplina, y viajar todos los fines de semana para estar con mi familia. Mis padres creían que era lo mejor para mí, pero yo no mandaría a mi hijo a un lugar así”.

Convencido de que su camino era la medicina, Miguel hizo la carrera en pocos años, y su ilusión era especializarse en Endocrinología. A los 18 años falleció su padre, su madre debió salir a trabajar, y luego de probar suerte por apenas tres días en el hospital Ramos Mejía de Buenos Aires, no se adaptó y volvió a Rosario.

Así, siguió el consejo de un amigo y empezó a trabajar en el hospital Eva Perón de Granadero Baigorria, ciudad pegada a Rosario, donde se dedicó a medicina interna, y ahí fue que las necesidades del momento lo llevaron por otras prioridades.

Comenta que “en 1996 aparecen los primeros cócteles anti HIV, teníamos muchos pacientes de Sida, una enfermedad que hasta entonces provocaba una gran mortalidad, o se podía neutralizar con varias pastillas, pero eran costosas y el tratamiento muy complicado”.

Explica que “los pacientes se trataban, pero se iban y volvían a caer. Además era una época de mucha desinformación, mucha gente tenía miedo de cuidar a los pacientes por temor a infectarse, y los sanatorios privados no siempre los aceptaban. Entonces, de a poco me fui involucrando en esta lucha y viendo que había mucho por hacer y muchos prejuicios por vencer . Y de a poco la endocrinología fue dejando de ser mi proyecto”.

Este camino se profundizó cuando Miguel pasó a ser el joven mayor responsable del área en su hospital, a la hora de elegir referentes para el primer Congreso sobre Sida que se realizaría en Rosario.

Luego vino una valiosa experiencia en Vancouver, Canadá, donde Pedrola presentó una serie de trabajos junto a otros profesionales. Y al retornar Miguel volvió a Venado Tuerto, donde había grandes necesidades y poca asistencia. “Al mes ya tenía 10 pacientes, y todavía era una época de mucha estigmatización”.

Tras largos años como un sólido luchador que siguió avanzando en esta problemática, Miguel Pedrola fue uno de los iniciadores en el país de la actividad de AHF Argentina (iniciales de Fundación de Lucha contra el Sida, en castellano) una ONG cuya matriz está en Estados Unidos, y que opera desde 2012, cuando realizó en Rosario un operativo de 3733 tests en ocho horas, hecho que mereció el record Guinness, y que trabaja en conjunto con otras entidades y gobiernos provinciales, además de repartir información y preservativos, y organizar redes de atención y servicios para pacientes que padecen esta enfermedad.

Mucho trabajo con aborígenes

Cuando algunos pacientes entraban en una fase terminal, un par de décadas atrás, las familias de Los Angeles buscaron un lugar para su mejor atención. Allí surgieron algunas clínicas especializadas, y profesionales que sabían e indagaron mucho sobre los problemas del HIV. Esto dio origen a una fundación que al crecer, se expandió por varios países. Uno de ellos fue Argentina, donde la ONG se desarrolló en base al aporte de una veintena de médicos, a especialización en testeos, informes, atención, servicios y otros aportes a la problemática de esta enfermedad que aunque lejos de la mortalidad de los ‘80 y ‘90, aún requiere de mucha acción preventiva. Miguel Pedrola comenta que “actualmente se invierten 2 millones de dólares, y además de la permanente actividad que realizamos, buscamos ir a cierto tipo de poblaciones de riesgo, entre ellas los pueblos aborígenes, con quienes trabajamos mucho en la conciencia y en la prevención, pero respetando sus tiempos, ya que es lógico que tengan sus dudas y no se les puede imponer nada, por eso el trabajo en conjunto es fundamental”.

“En Argentina el índice sigue siendo alto”

Según comenta Miguel Pedrola, uno de los impulsores de los mayores avances en la lucha contra el VIH fue el médico Julio González Montaner, cuyo padre había sido tisiólogo en el Muñiz, y señala que “él descubrió en Canadá que el elemento fundamental para bajar el índice de transmisión (que no es contagio) era la prevención, para bajar el nivel de personas enfermas”. Miguel - 49 años, dos hijos, una esposa también médica, y con el corazón futbolero repartido entre River y Rosario Central- afirma que a mediados de los 2000 los avances fueron notorios, al lograr concentrar el tratamiento en una sola pastilla, con lo que, con tiempo, el mal se puede cronificar y posibilitar una calidad de vida muy digna, aunque es necesario tener mucha constancia y no dejarlo”. Pedrola enumera que “en Argentina hay hoy unas 6500 infecciones anuales, por desgracia aún es uno de los países con un índice alto” y remarca que “unas 1.500 personas mueren por año, pese a que hay un acceso gratuito y más amplio” pero estima que “las condiciones sociales son fundamentales para lograr una constancia en seguir el tratamiento, ya que una persona que vive en zonas alejadas tiene mayores impedimentos para acceder a las drogas”. Actualmente, Miguel estima que los sectores de riesgo son jóvenes de entre 15 y 20 años, porque no vivieron la peor etapa y creen que con una pastilla se soluciona todo, y los mayores de 50 a 60, porque creen que ya no les va a tocar, y no es tan así, por eso el uso del preservativo sigue siendo necesario”.

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