La letra chica de la historia.

El ex presidente Raúl Alfonsín pasó a la historia como el mandatario que desde una débil estructura democrática enfrentó a las cúpulas militares responsables del genocidio que enlutó a la Argentina contemporánea. Con escaso respaldo para adoptar semejante iniciativa, el líder radical convirtió a su gobierno en el primero en el mundo en condenar a militares autores del exterminio de militantes, políticos, trabajadores y estudiantes y que como si fuera poco, se apoderaron de niños hijos de las víctimas a las cuales torturaban y asesinaban con métodos atroces.

Sin embargo, no le fue fácil a Alfonsín impulsar su política reivindicatoria de los derechos humanos mancillados durante los siete oscuros años de vigencia del nefasto Proceso de Reorganización Nacional y hasta le significó el repudio expresado por sectores castrenses y civiles identificados con la ultraderecha.

Fueron algo más que intentonas “destituyentes” las que afrontó e en su mandato acotado por la debacle económica que aceleró su salida en 1989. Tanto en el cargo como en el llano, la vida del ex presidente más de una vez estuvo en peligro.

La primera oportunidad fue el 19 de mayo de 1986, once meses antes del levantamiento carapintada de Semana Santa, cuando la policía cordobesa detectó un artefacto explosivo colocado debajo de una alcantarilla en un tramo del camino por el cual debía pasar la caravana que trasladaba a Alfonsín a una visita protocolar a la sede de Tercer Cuerpo de Ejército. Un efectivo del Comando Radioeléctrico de la policía cordobesa encontró la bomba disimulada entre unos pastizales y dio el aviso pertinente. Más tarde, el personal de la Brigada de Explosivos detectó que la amenaza letal estaba compuesta por 2,5 kilos de TNT y dos panes de trotyl de 450 gramos cada uno. La autoría del hecho nunca quedó del todo clara y mientras las miradas caían sobre el Ejército, otros no dejaban de lado a la propia policía de Córdoba.

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El segundo atentado fue en octubre de 1989, cuando Alfonsín ya había traspasado tres meses antes el gobierno al justicialista Carlos Menem y un amigo le había prestado un departamento en un edificio situado en la calle Ayacucho, a metros del Congreso de la Nación. En ausencia del ex mandatario, una bomba estalló y causó destrozos en buena parte de la locación.

El tercer episodio fue en el que la vida de Alfonsín corrió riesgo extremo, cuando en un acto partidario en la ciudad de San Nicolás, en la provincia de Buenos Aires, un “lobo solitario” intentó asesinarlo a balazos pero operó una increíble falla en el arma del agresor accionada a una decena de metros del palco desde donde el ex presidente hablaba ante unos cinco mil correligionarios.

El 23 de febrero de 1991 Alfonsín llegó hasta la ciudad de la Virgen para intentar reflotar a un radicalismo que caía en picada. En esa ocasión, cerca de las 22.25, Alfonsín desarrollaba su discurso cuando un hombre joven extrajo un revólver de entre sus ropas, apuntó al escenario y disparó.

El disparo efectuado por Ismael Eduardo Darío Abdalá, de entonces 29 años, no salió porque la bala quedó atascada y trabó, el tambor, por lo que milagrosamente quedó inutilizada. No obstante, en el palco, la custodia de Alfonsín arrojó al ex presidente al piso para cubrirlo con su cuerpo mientras el agresor era reducido por los asistentes.

Abdalá, que trabajaba en Somisa y había tenido un breve paso como gendarme, quedó detenido. Luego se comprobó que sufría trastornos psiquiátricos por lo que fue internado hasta que en 1993 se quitó la vida abrumado por su mente atormentada. Superada la tensión del momento y tras calmar a la concurrencia, Alfonsín retomó su discurso con la misma enjundia con que lo había iniciado, como si nada hubiera pasado.

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