En 2008 fue atropellado durante una picada callejera, en San Martín. El asesino recibió una condena ejemplar e inédita, y todavía le quedan cuatro años de prisión en Olmos. La mamá de la víctima, Noemí de Cardozo, creó la ONG Malditas Picadas. Así fue el último día del pibe de 23 años al que le arrebataron la vida a casi 100km/h
Noemí está preocupada. Su hijo Matías salió hace más de una hora a comprar una tarjeta de teléfono a una estación de servicio a una cuadra y media de su casa y todavía no volvió. Adalberto, su marido, agarra la bicicleta y va a buscarlo. 

Un grupo de veinte personas se acerca al lugar. Adalberto pregunta qué pasa: "Mataron a un chico", es lo único que dicen. Él conoce a sus vecinos y se da cuenta de que algo ocultan. "¿Por qué no vas con los policías para que te ayuden a buscar a tu hijo?", le recomienda una vecina. 

— ¿Cómo es su apellido? —le pregunta el oficial de manera tosca. 

— Cardozo —contesta Adalberto. 

Hay un silencio largo e incómodo. 

— Vamos a hacer la denuncia. —La voz del policía se suaviza drásticamente. 

Adalberto acomoda la bicicleta en la parte de atrás de la camioneta policial, mira hacia un costado y ve unas zapatillas Vans con cuadraditos blancos y negros. Las mismas que llevaba Matías cuando se fue de su casa. 

No atina a nada. La lengua se le seca y no puede hablar. A pesar de la sirena del patrullero y la voz de las personas, lo único que percibe es silencio a su alrededor. Un silencio horrible y un vacío insoportable que lo acompañará durante años. Mira al cielo y piensa: "No me podés estar haciendo esto". 

  

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El despertador sonaba desde las 4 de la mañana aquel 16 de junio de 2008. Hacía mucho frío y, aunque era feriado por el Día de la Bandera, Matías "Pato" Cardozo, de 22 años, se levantó para ir a trabajar en una empresa de limpieza. Hacía horas extras para llegar a su tan deseado 0km. 

Al mediodía, después del trabajo, pasó a saludar a sus amigos que no fueron a trabajar. Entre gastada y gastada empezaron a jugar de manos como siempre lo hacían. Matías lo hacía con cuidado porque era grandote y tenía mucha fuerza: practicaba kick boxing. Su amigo Patricio sabía su punto débil: las cosquillas. Esa era la única forma de ganarle en las peleas. Patricio y Matías eran amigos de toda la vida. Jugaban juntos a la pelota en las inferiores de Chacarita y eran compañeros de colegio. Todo el día juntos. Desde chiquito, a Matías su abuela le decía que tenía boquita de pato. Por eso cuando Matías y Patricio estaban juntos les decían "Pato y Patito". 

La última tarde que se vieron hicieron pizza en la casa de su amigo Rafael, pero Matías tenía que volver temprano para ir a buscar a su novia Ivanna. Aquella tarde vio a casi todos sus amigos. Como si supiese que era la despedida y que ya no se verían nunca más. 

Llegó a su casa y se acostó casi automáticamente en la cama de su mamá a mirar televisión. Noemí entró a la habitación y le dijo que ya se quería acostar. Pato, cariñoso como siempre, la empezó a joder. Luego le dijo que iba a ir a comprar una tarjeta de teléfono a la estación de servicio para llamar a Ivanna antes de encontrarse con ella esa misma noche. Abril, su sobrina de cuatro años, entró en la habitación. Matías le hizo upa y le preguntó: 

— ¿Vos venís a comprar con el padrino? 

— No, no quiero —contestó la nena. 

— Bueno, está bien —le dijo Matías con cara de sorprendido. Ella siempre quería ir con él. 

Faltaban pocos minutos para las once de la noche. Matías se levantó de la cama y se puso sus zapatillas Vans a cuadritos. Antes de abrir la puerta le sonrió a su papá. 

  

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En Pancho 46, veinte minutos antes había empezado la tan premeditada picada. Tres autos tuneados arrancaron en Avenida Illia, siguieron derecho hacia Avenida de Mayo hasta agarrar a fondo Avenida Presidente Perón para terminar el encuentro en los bares de Villa Bosch. 

Verde, amarillo, rojo. Un auto frenó para que Matías pudiese cruzar en Presidente Perón y Alvear, a una cuadra y media de su casa. El Fiat Bravo azul que venía ganando la picada tomó la mano contraria para no llevarse puesto el auto, sin saber que Matías había quedado parado en el medio de la avenida. 

En la retina de los testigos quedó grabada la imagen del cuerpo de Matías volando frente al semáforo en rojo hasta quedar tirado en la vereda a más de 30 metros, mientras el responsable escapaba. Su corazón dejó de latir por el paro cardiorrespiratorio que le provocó el impacto. 

Sonó el timbre en la casa de Noemí. Ivanna llegó preocupada porque Matías no la había ido a buscar. Noemí le dijo que había ido a comprar una tarjeta y que no había regresado. Adalberto, camino a la estación de servicio, tampoco contestaba los llamados. 

Ivanna salió a buscarlos. Cuando llegó vio dos patrulleros y unos policías que hablaban con los testigos. Preguntó qué había pasado. Una mujer le contestó que habían matado a un chico y que su papá estaba en la camioneta de la Policía. Miró hacia el patrullero y vio que el que estaba parado en la parte de atrás agarrado de su bicicleta era Adalberto. 

Cuando el papá de Matías llegó a la comisaría, los policías le pusieron el DNI de su hijo en las manos. "Este es el chico que mataron", dijeron. Otra vez se sintió agobiado por ese silencio interno, cada vez más intenso. 

Noemí escuchó abrirse la puerta de abajo de su casa. Mientras bajaba por las escaleras, a mitad de camino vio que Adalberto, Ivanna y sus padres subían. 

— ¿Qué pasó? —preguntó asustada. 

— Mataron a Matías. 

  

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Víctor Hugo Altamirano siguió a fondo por Presidente Perón. No paró a ver qué había pasado con su víctima, pero sí se detuvo a ver cómo le había quedado el auto. Se agarraba la cabeza. Esta vez al "Gran Chicho", como lo conocían todos los habitúes de las picadas, las cosas no le habían salido bien. Arrancó de nuevo su Fiat Bravo hasta la casa de su mamá en Loma Hermosa y lo dejó escondido dentro de una habitación, donde lo encontraría la Policía tres días después. 

Apenas se enteraron de lo ocurrido, los hermanos de Matías se dirigieron a la casa de Noemí. David estaba trabajando de policía y Ayelén llegó con su novio. Toda la familia y algunos vecinos se quedaron en la puerta de la casa. David entró en un ataque de pánico. Agarró su arma reglamentaria y empezó a gritar: "No me podés decir esto. No puede ser verdad. Ese no era Matías". Su vecino Dante le sacó el arma de las manos. 

Llamaron de la morgue: había que reconocer el cuerpo. Dante y David se ofrecieron a ir. Sebastián, un amigo con el que Matías llevaba un tiempo peleado, le pidió permiso a Adalberto para ir él también. En realidad, lo que quería era despedirse de su amigo y pedirle perdón. Cuando los tres vieron el cuerpo perdieron la mínima esperanza de que se hubiesen equivocado de persona. 

Al día siguiente casi cien personas fueron a despedirlo. Fue a cajón cerrado. Su mamá no entendía lo que pasaba. Caminaba para todos lados con los ojos entreabiertos. No sabe bien quiénes fueron esa noche. Sólo podía ver zapatos que iban, venían y se paraban delante del cajón de su hijo. La de Sebastián era una de las caras más tristes. Se quedó sentado frente al cajón horas y horas sin decir una palabra.  

Esa misma noche los amigos de Matías cortaron la avenida donde fue atropellado. Imprimieron volantes con su foto y abajo la frase: "¿Quién mató a mi amigo?". Dejaron números de teléfono para cualquiera que pudiera aportar datos. La casa de Noemí se convirtió de golpe en una especie de call center. Perdieron la cuenta de la cantidad de gente que llamó para decir que había visto lo sucedido. Todos coincidían en lo siguiente: esa misma noche, en ese mismo lugar, quisieron testificar ante los policías presentes, que se negaron a tomarles declaración. 

Así empezó la ardua tarea de buscar al asesino de Matías. Tres días después, gracias a los datos que aportaron los testigos, la Policía allanó la casa de la mamá de Altamirano y secuestraron el Fiat Bravo. 

Altamirano se fugó. Nunca tuvo pedido de captura. Se presentó ante la Justicia cuando su abogado consiguió que le dieran la excarcelación. Durante los tres días que duró el juicio se negó a declarar. El suspiro de toda la familia y los amigos de Pato llegó cuando los tres jueces del caso estuvieron de acuerdo en que se trataba de un homicidio simple con dolo eventual. Fue una condena ejemplificadora para un hecho de tránsito. El 4 de junio de este año, "El Gran Chicho" cumplió su cuarto año preso, a la espera de los otros cuatro que le restan en la Cárcel de Olmos. 

Adalberto pasó mucho tiempo sintiéndose literalmente partido. Como si un corte oblicuo le hubiese partido el torso en dos. A pesar de tener sólo 50 años, se sentía muy viejo. Que la ropa le quedaba grande y fea. Cada paso que daba sentía como si la calle estuviese cubierta de una brea chiclosa que no le dejaba levantar los pies para caminar. Pasó muchas noches sentado en el living de su casa esperando que Matías volviera. Se paró horas y horas en la esquina donde lo atropellaron para esperarlo. Vio cómo en esa esquina pintaban una estrella amarilla en su memoria. La ONG Malditas Picadas que fundó Noemí logró que colocaran lomos de burro en el lugar para desterrar las picadas. Sentía que ese iba a ser el punto de encuentro. Cuando paraba algún auto, pensaba: "Acá va a bajar Matías". Se imaginaba lo que le iba a decir a su esposa cuando se descubriera que todo había sido mentira, que su hijo no estaba muerto. 

Pasaron los años y una tarde Sebastián fue a visitarlo. El amigo de su hijo subía por la escalera mientras Adalberto bajaba a su encuentro. En un momento lo paró y le preguntó: 

— ¿Te acordás de que vos fuiste a reconocer el cuerpo de Matías? 

— Sí. 

— ¿Era él? 

— Sí, cabezón. Era él. 

Adalberto soltó un suspiro que parecía interminable. Ahí lo aceptó: lo dejó ir.