Por SERGIO TOMARO
Las plataformas menos concurridas de la Terminal de Omnibus de Retiro tienen desde hace cuatro meses una presencia habitual. Un hombre joven, atlético y munido de un bolso negro de tamaño mediano, aguarda todas las noches la llegada de la mañana para, como corresponde a un trabajador que se precie de tal, emprender junto a ella la rutina laboral con la que se gana dignamente la vida.
No se trata de un pasajero que espera la salida de un micro, ni de alguien que aguarda el arribo de algún afecto demorado en eso de remontar la distancia, ni es un viajero en potencia víctima de un paro inesperado de choferes o de servicios reprogramados de las empresas de transporte. En su caso, las instalaciones de la estación de buses le permiten pernoctar porque carece, por ahora, de otro techo que no sea el que le propone la terminal.
Román Gamarra, de 41 años, parece reeditar el rol que Tom Hanks jugó en la película La Terminal, aunque ese film narrado por Steven Spielberg transcurra en la ficción en un aeropuerto estadounidense. Pero el trabajador cuentapropista de esta historia circunscribe su problemática a una más común para muchos argentinos: la de poder acceder a una vivienda.
“Sinceramente no quiero que me regalen nada ni que me hagan donación alguna. -señaló a DIARIO POPULAR- Sólo pretendo que algún propietario que tenga un departamento deshabitado confíe en mi palabra y me permita pagar un alquiler sin la garantía, porque es la imposibilidad de acceder a ese aval -precisó- lo que me impide formalizar una operación del modo convencional”.
No le alcanza para la garantía
Con su trabajo como cuentapropista dedicado a la destapación y desagote de cañerías, Román podría pagar la mensualidad de un alquiler, pero no puede hacer frente a la garantía ya que la persona que habitualmente le aportaba ese aval viajó al exterior y no ha encontrado otra.
“No me puedo quejar de cómo me va en el trabajo porque tengo una buena cartera de clientes y trabajo con varios consorcios” destacó, con mención a una característica central de sus servicios: “estoy disponible las 24 horas”, afirmó mientras extendía el imán con su teléfono celular que emplea como propaganda
Nacido en Carlos Casares, donde actualmente reside su familia la cual desconoce de sus avatares en la gran ciudad, Román, que es soltero, rememoró sus años de estudiante en la universidad como estudiante de mecánico dental, primero, y de marketing, después, y sus ocho años en una empresa en la que aprendió el oficio que hoy ejerce y de la cual un dia decidió independizarse.
No imaginaba las complicaciones que iban a surgirle cuando la imposibilidad de obtener una garantía para alquilar lo llevaron a alojarse en distintas pensiones hasta que en una de ellas, situada en el barrio de Almagro, en su ausencia le abrieron la pieza y le robaron toda la ropa.
“Por suerte las herramientas con las que trabajo las guardaba en otro lugar y me salvé” explicó, ya que para llevar adelante las tareas de destapación emplea máquinas eléctricas y bombas sumergibles que, confesó, “llevarlas en colectivo de un lado para otro es todo un esfuerzo”.
Pasajero de la noche
El ajetreo diario a que se somete Román encuentra el relax a partir de las 23 cuando entra al que es su alojamiento desde hace cuatro meses, ubicado en un lugar estratégico para llegar rápido a los consorcios con los que tienen vínculo laboral y con transportes de variado tipo para dirigirse al lugar en el cual lo convoquen.
“Soy consciente que tengo una vida distinta, digna de un libro que vaya uno a saber si algún día escribo. Lo que sí sé es que esta circunstancia por la que estoy atravesando deberá que tener un final. Mientras tanto - afirmó- seguiré trabajando y esperaré una oportunidad”.
¿Pero cómo es eso de dormir en la terminal de ómnibus? “Es venir -respondió-, comer algo, ver que dan en los televisores que hay dispuestos y sentarme en un lugar relajado donde, eso sí, dormito hasta que a las 6.30 -apuntó- me higienizo en el baño y salgo a trabajar”.
“Elegí este lugar porque es más seguro que Constitución, que se puso muy bravo. Aquí hasta el personal de seguridad a veces pasa y me despierta si es que mi despertador personal no lo hizo todavía”, dijo, y reconoció que algunos porteros de edificios en los que trabaja le facilitan el baño para ducharse.
El bolso negro que transporta es en realidad su escritorio en el que lleva el cargador del teléfono celular, facturas autorizadas que entrega por sus trabajos, pequeñas herramientas y el listado de sus clientes. “¿La ropa? La tengo limpia y esperándome en distintos lavaderos y tintorerías -acotó- hasta donde conservo un traje por si por alguna obligación debo contactarme con estudios o arquitectos”.
Hasta ahora la salud lo ha acompañado y piensa que lo seguirá haciendo mientras espera que algún dueño le dé la posibilidad de hacer valer su palabra como garantía. En tanto, acerca de cómo ha transcurrido su vida de relación en los último cuatro meses, manifestó que como la de cualquiera: “tengo la ventaja que si una chica decide acompañarme hasta la terminal, sin saberlo está viniendo a mi casa” aportó entre carcajadas.
Por último remarcó que a la terminal va sólo para dormitar hasta la mañana siguiente y que prefiere no establecer vínculo con la gente del lugar. “Aquí vengo a descansar unas horas como otros lo harían en una plaza” dijo, para disparar una queja: “el único problema es que acá con los precios te matan y en mi caso, a pesar de estar adentro, estoy obligado a comer todas las noches afuera”, concluyó mientras elegía en la plataforma 43 un asiento en el cual iniciar entre sueños su viaje medianamente reparador hasta la mañana siguiente.