Tras una hazaña de película lograda hace 51 años por la cual se convirtió en recordman, un vecino de Morón se dedica de lleno a bucear en las raíces del distrito y a impulsar un museo que honre al deporte local.
  SERGIO TOMARO
Los 76 años que Alejandro Valsuani lleva transitados han sido realmente intensos. En todo este recorrido compartido en su mayoría con su esposa Catalina, la actividad desarrollada lo llevó a ser deportista nato, convertirse en un apasionado historiador vocacional, despuntar su vicio de coleccionista de documentos, alcanzar reconocimiento como vecino ilustre de Morón y destinar una dependencia de su casa para atesorar libros y recuerdos. Pero si por algo ganó notoriedad fue a raíz de su pasión por el paracaidismo, el deporte de riesgo ejercido desde niño, cuando ya realizaba proezas para nada recomendables, y con el que accedió a la categoría de hombre récord.
“Tenía 8 o 9 años cuando vi saltar a Tomás Picasso (el paracaidista que murió en 1942 tras un fatídico lanzamiento en el Río de la Plata) y me gustó mucho. Me acuerdo que en la casa de mis padres subía al techo de un baño y saltaba con un paraguas grande” contó Valsuani a HISTORIAS DE VIDA sin olvidar, como apuntó, “los porrazos que me pegaba”.
Más tarde, Valsuani compartió horarios de trabajo en la ex fábrica La Cantábrica con el paracaidismo que practicó entre 1956 y 1962, año que decidió retirarse tras no haber obtenido apoyo oficial para ir a Estados Unidos a intentar el record mundial que no había podido alcanzar unos meses antes, cuando sí se quedó con la mejor marca para Sudamérica. Sin duda, la crónica del record logrado el 12 de abril de 1960 es realmente de película. Ese día, un avión Avro Lincoln lo transportó desde la base de Palomar hasta la altura de 9 mil metros desde la cual, de haber podido saltar, hubiera significado arrebatarle el registro mundial ostentado por entonces un paracaidista ruso cuyo nombre es unos de los pocos datos que logra burlar la memoria de Valsuani. Pero allí arriba, comenzaron a desencadenarse una serie de hechos desafortunados como el incendio de uno de los cuatro motores de la aeronave, lo que le hizo perder altura.

Marciano en la mira
“Con un motor menos, el avión cayó 200 metros por lo que decidí lanzarme cuanto antes para no perder la altura necesaria para el record. Fui a la compuerta de la tripulación -narró- me tiré, pero el viento me metió adentro de nuevo, por lo que tuve que hacer un esfuerzo enorme para llegar a la abertura y saltar”. Por efecto del viento, el paracaidista quedó pegado al fuselaje de la máquina con el avión volando a 400 kilómetros por hora y una temperatura ambiente de 58 grados bajo cero.
Finalmente se desprendió y saltó desde 8.152 metros. Pero había más. “El primer paracaídas se rompió y me envolvió el cuerpo y para colmo, se me venía encima una tormenta de granizo. Por suerte, pude cortar el paracaídas y abrir el de emergencia mientras pasaba la tormenta” rememoró Valsuani a quien todavía le esperaba en tierra una aventura más.
“Descendí en un campo que después supe era Cañuelas, y un arriero que se asustó al verme, me disparó con una carabina. Es que justo por esos días en la zona habían visto un plato volador y el hombre pensó que yo había bajado de uno de ellos” subrayó Valsuani al revivir con vivacidad aquella aventura que le significó, a la postre, el record sudamericano de altura, no el mundial, por los metros resignados a raíz de los problemas del avión. “Después me alejé y ninguno de mis cuatro hijos que de chiquitos dormían en mi paracaídas, se dedicó a la actividad”. Tampoco, es cierto, a tirarse de algún techo de la casa sustentados con un paraguas, como alguna vez lo hizo el padre. 

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