Pudo ser rockero o futbolista pero un día terminó seducido por el arte popular callejero con el cual expresó el extraordinario don que tiene para hacer reír no sólo a los chicos.
Esta tarde, cuando promedie el Día del Niño, Eduardo Cavarozzi, o mejor dicho su otro yo, el payaso Chacovachi, dará dos funciones en Tecnópolis reeditando los inicios en una actividad repleta de magia e ilusión que lo llevaron a montar espectáculos callejeros aquí y en 25 países más.

Además de esta tarde, Chacovachi destinó 30 de sus 52 años a la actividad que lo cautiva y con la cual hace lo propio con chicos que descubren su frescura y originalidad planteada desde el costado de un payaso supuestamente malo, que divierte, entretiene y en una propuesta de perfil docente, planta semillas en cada uno de sus pequeños espectadores.

"He llegado a recibir mails de gente grande que me dice el chiste que me hiciste en público cuando tenía 8 años recién lo entendí y valoré cuando tenía 15", apuntó Chacovachi a HISTORIAS DE VIDA, a pocos metros de uno de los primeros escenarios que eligió para montar sus espectáculos callejeros: Parque Lezama.

"La verdad es que nunca imaginé que iba a ser payaso pero cuando me dí cuenta de lo que sentía al hacerlo, supe que no iba a dejarlo nunca más", afirmó más adelante.

Chaco, como también lo llaman sus colegas de la expresión artística popular, sostiene que en realidad "Chacovachi es una exageración de Fernando Cavarozzi", aquel que nació en la cortada Argañaraz del barrio de Almagro, el lugar donde proyectó de adolescente una carrera como integrante de un grupo de rock.

"La banda se llamaba Clericó y tocamos en años jodidos, como lo fueron 1977, 1978 y 1979" pero, puntualizó, "no era buen músico y para colmo por aquellos años no tenía buena oreja".

Su abuelo también lo tentó por el lado del fútbol para que probara en River Plate sus condiciones de diez o nueve de área. Pero tampoco lo atrajo eso de entrenar seguido, sobre todo, porque a los 13 años ya fumaba, hábito que ya abandonó.

La locura de Malvinas lo ubicó entre los primeros conscriptos de 18 años convocados para la acción, pero en su caso pasó todo el conflicto bélico en el Regimiento de La Tablada.

Sedujo a una señora rica

Después de la conscripción apareció la actividad que lo iba a coptar para siempre, o quizás haya sido a la inversa. Comenzó a ir a las plazas y montar espectáculos callejeros e inspirado en un capítulo de la serie televisiva Fama, incorporó el método de pasar la gorra para asegurar sus ingresos.

"Al poco tiempo ganaba en los fines de semana más que mi vieja como maestra trabajando en doble turno" contó quien soñaba por aquellos días de juventud en conocer a una señora rica que allanara las dificultades de la vida. "Y tuve suerte, conocí a una mujer rica que fue la calle".

Más allá de lo rentable de su oficio, los parques Centenario o Lezama, la plaza Francia, las villas en la Ciudad y el conurbano, las favelas en Brasil y cualquier espacio abierto en el mundo, incluso Marruecos, le permitieron demostrar que, como dice, "un payaso no es solo el chico; también es el viejo, el loco y el adolescente".

Pero este payaso irreverente que corporiza la alegría que llevó hasta a hospicios y cárceles, confiesa que no puede actuar en hospitales porque, avisa, "los chicos me pueden". Es que aunque no cree en los payasos tristes, teme que las carcajadas siempre frescas de su auditorio le arranquen alguna lágrima capaz de despintar un surco en la risa eterna expresada en su rostro.