Alejandro Simiuk atesora cámaras fotográficas y las exhibe en las vitrinas de su bar de La Chacarita. El local se convirtió en un museo y en un espacio de cursos y talleres

A pocas cuadras de la estación Federico Lacroze, en el barrio de Chacarita, existe un verdadero paraíso para quienes celebran el culto a las imágenes: se trata del Museo Fotográfico Simik, ubicado en las instalaciones del bar Palacio, un tradicional reducto que fue destacado como bar notable y patrimonio cultural hace pocos años, y en cuyo interior, hay una veintena de vitrinas que exhiben cámaras fotográficas de todos los tiempos y tamaños.

El padre de esta “criatura” es Alejandro Simik (59), un fanático de la fotografía, casado, con dos hijos y un nieto muy pequeño, cuyo interés comenzó cuando era joven, y en su tarea como perito del Cuerpo de Bomberos en el que trabajaba iba a los operativos para conocer las causas de un incendio o un accidente junto a fotógrafos que sacaban imágenes de los hechos.

Simik

De a poco, descubrió los secretos de esta actividad, y la vio como una nueva puerta a la creación. Cuenta que “yo había comprado este bar con un socio, que antes había sido una cantina y luego pasó a otros dueños españoles, y como uno de ellos había nacido en la ciudad de Palacio, le puso ese nombre al lugar, y ahí quedó”.

La primera vitrina que se habilitó en el bar fue en 2002. “Era una época de gran crisis económica, con mi socio nos habíamos separado, y el negocio no era fácil de sustentar. Yo comencé a recorrer en mis ratos libres el mercado de pulgas de Dorrego, y de a poco fui comprando a precios irrisorios viejas cámaras de fotos, de distintas épocas y formatos”.

De esta manera, en febrero de 2002, con la ayuda de un amigo, habilitó una vitrina dentro del bar. “Pero en poco tiempo, al conseguir más cámaras, fui ampliando la cantidad de vitrinas, y tuve que derivar muchas al sótano, y ubicarlas en un depósito”.

Asi fue que el bar Palacio, a su oferta gastronómica y de encuentro para tomar café o cerveza, se convirtió también en un “hogar” de viejas cámaras de fotos. Y nació el Museo Simik.

Quien llega a la esquina de Fraga y Federico Lacroze no puede llamarse a engaño: en la puerta es recibido por la estatua de un fotógrafo de los años 30. Al entrar, contra las paredes, se apoyan una veintena de vitrinas que exhiben los distinos modelos de esta técnica artística que nació a mediados del siglo XIX y que fue evolucionando junto a los avances tecnológicos.

Alejandro calcula que es propietario de unas dos mil cámaras, pero además, posee una gran colección de más de 4 mil fotografías que en forma rotativa, van decorando las paredes del bar a la manera de muestras temporarias temáticas.

Entra varias rarezas, hay un visor de imágenes estereoscópicas tridimensionales, también más de 600 antiguas cámaras de galería y de cajón de estudio y con ruedas para hacerlas portátiles, utilizadas entre 1870 y 1950, casi todas originarias de Europa.

Simik

Alejandro cuenta que “de chico y adolescente ayudaba a mi viejo en su taller de herrería, luego me independicé y trabajé en una fábrica de trofeos, grabando medallas y copas, mientras hacía la escuela vespertina”.

Señala que “a los 19 años me atrajo la idea de ser bombero, me capacité y llegué a ser oficial ayudante, trabajé en tres cuarteles diferentes, primero en el área siniestros, y luego en el sector de pericias, entonces iba junto a un fotógrafo que registraba el hecho, y ahí comencé a interesarme y aprender fotografía”.

Con el tiempo, Alejandro se dedicó a otras actividades, ya que el sueldo de bombero no alcanzaba para la subsistencia. “Me dediqué a comprar, restaurar y vender autos antiguos, hasta que con un socio compramos este bar y otro en Colegiales, con pool y billar, lo convertimos en un bodegón y además teníamos hasta salón de juegos en el primer piso, hasta que llegó la nueva etapa.

“LA VIDA DE LOS CARTONEROS”

En la misma época en que Alejandro se interesó en adquirir máquinas de fotos, empezó a dar cursos de fotografía en el bar, y destaca que “en 2002 hice un curso de fotografía documental, con Gustavo Molinari, un gran profesional y elegí como tema la vida de los cartoneros”.

Recuerda que “durante un tiempo, los acompañaba a todos lados, viajaba en el tren con ellos, y registraba su vida, y sus movimientos, quedé en muy buena relación, las fotos se exhibieron, y a veces algunos de ellos recogían cámaras viejas abandonadas y me las traían, con lo cual me ayudaron a ampliar la colección”.

A las más de 2 mil cámaras de todos los tiempos que atesora, Alejandro le suma una colección de 4 mil fotografías. Pero además, en el Museo una vez por mes hay exposiciones, temáticas o dedicadas a profesionales de la imagen, se dictan cursos de foto y hay un laboratorio disponible de blanco y negro en forma gratuita para quien lo necesite.

Pero no es todo. En el bar-museo también se hace música: cuatro veces por semana tocan grupos de jazz y arman verdaderas jams, en un ciclo que organiza su amigo Luis Pérez, un músico que años atrás ayudaba a Alejandro en la restauración de autos viejos.

UN MUSEO DEL CINE, EL SUEÑO PENDIENTE DE ALEJANDRO

El Museo Fotográfico Simik tiene su propio sitio y su FB en Internet, que puede ser consultado, y en 2005 fue declarado por la Legislatura como patrimonio cultural y bar notable, y su creador señala que “muchos turistas se acercaron aquí porque tenían referencias de sus características”.

Simik no deja de rescatar una iniciativa realizada junto al Gobierno de la Ciudad: una muestra de fotos denominada “Personalidad. Cámaras de ayer, imágenes de hoy”, en la cual se hicieron fotos de artistas muy diferentes, desde León Gieco hasta China Zorrilla y Carlos Alonso, en distintos ámbitos, pero siempre en relación con su obra o sus esencias, y que se exhibió en el Centro Recoleta”.

Destaca que “la idea fue dejar una huella en lo cultural, a través de las fotos ir viendo el pasado, como se vestían, como vivían, y pensé eso para el futuro. A mis alumnos les hacia retratar personajes actuales con entornos antiguos, buscando reflejar cosas que marcan un estilo de vida”.

Pero además, hay un sueño que Alejandro tiene en mente: el de crear un Museo del Cine, y señala que “en un galpón a un par de cuadras del bar guardo decenas de máquinas de cine, y otros elementos que testimonian el avance del séptimo arte”.

“Mi objetivo - remarca- es mostrar la evolución del género a través de cámaras, aparatos, las viejas linternas mágicas, filmadoras antiguas, proyectores grandes de los que había en las salas, algunos de ellos muy grandes y que me costó bastante trasladar”, aunque reconoce que “para concretarlo necesitaría mayor apoyo económico, y no es fácil”.

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