En Brasil, Luiz Inacio Lula Da Silva está a la expectativa de cómo se dará el año político, aunque mantiene una gran ventaja en la opinión pública con respecto a su rival.

En Brasil se desarrollan, en paralelo, una carrera electoral y otra por la vía judicial, que tienen en el centro de la escena a Luiz Inacio Lula Da Silva. Y cada movimiento, sea en cualquiera de los carriles, condiciona el sistema político y genera un cimbronazo en la palestra pública, todo rumbo a los sufragios para elegir presidente pautados para el 7 de octubre y concretar, así, el reemplazo de Michel Temer, actualmente en el poder tras la destitución de Dilma Rousseff hace un año y medio.

En las últimas horas el ex mandatario recibió un duro golpe al confirmarse la condena que pesa sobre su figura luego de las acusaciones por corrupción en el marco de la investigación por sobornos de la constructora OAS, favorecida en contratos con Petrobras, la empresa petrolera más grande del país vecino. Y no sólo se certificó la acusación sino que, en segunda instancia, el Tribuna Regional Federal de San Pablo extendió lo pautado por el juez Sergio Moro de 9 años y medio a poco más de 12.

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Ese mandoble, difícil de digerir, sin embargo, no cortó las aspiraciones del metalúrgico para ir por una nueva oportunidad en el Palacio de Planalto, pues el sistema todavía le permite estar vigente. Más aún, redobló la apuesta y lanzó su diatriba al indicar lo siguiente: “No quieren que sea candidato porque, cuanto más me persiguen, más subo en las encuestas”.

El razonamiento, expuesto mediante una videoconferencia para el Congreso de la FAO, una organización que lucha contra el hambre y que se sostiene por estos días en Etiopía, sacó a relucir una carta que, dados los números, es cierto. Es que las cifras muestran una diferencia considerable entre el propio Lula y su rival inmediato, el ultraderechista Jair Bolsonaro, rondando el 20 por ciento.

Allí es donde entra en cortocircuito la estructura que contiene a ambas pistas, la judicial y la política. El líder del Partido de los Trabajadores está acorralado en la faceta legal pero cobijado por un gran sector del pueblo brasileño que entiende que, con las medidas durante su periodo presidencial logró una mejora relevante en su calidad de vida.

¿Y entonces? El PT, sacando rédito de las circunstancias, aclaró que no hay Plan B. Su candidato es Lula o es Lula. Y los encendidos discursos del protagonista sacuden el tablero con fuerza, mientras, en el estrado jurídico, se aguarda para que se defina la imposibilidad que haya postulación. Para eso se requiere que el camino quede allanado y la condena, hoy en boga, sea confirmada por un Tribunal de Apelación, pauta establecida en la ley denominada Ficha Limpia, paradójicamente impulsada por el propio Lula cuando estaba en el poder.

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Un derrotero con obstáculos es el que los abogados del ex mandatario quieren confeccionar para dilatar lo más posible la decisión de inhabilitación para ser candidato y, más aún, el encarcelamiento. ¿Pasos a seguir? Se especula, entre los recursos legales disponibles, con una apelación al Superior Tribunal de Justicia y un recurso extraordinario al Supremo Tribunal Federal.

La premisa radica en extender los plazos y llegar a fechas cercanas a la elección todavía con Lula con fortaleza, a sabiendas que del otro lado, como adversarios, no hay un exponente sólido que pueda arrebatarle la popularidad, muchos de ellos, incluso, más complicados todavía con la corrupción, ese mal endémico que sacude a Brasil.

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