Hipócrates, considerado el padre de la medicina, en el siglo V antes de Cristo ya aconsejaba a sus discípulos hablar con las plantas, que eran la base fundamental de su botiquín médico.
Al igual que cuando llamamos o acariciamos a nuestros animales de compañía, las plantas reaccionan ante nuestra voz y estímulos de maneras diferentes, salvo que no pueden expresarse de una manera tan clara y no podemos percibirlo tan claramente como cuando les sucede algo a nuestras mascotas caseras.
Si la planta es silvestre, agradecerá inmensamente no ser aplastada ni cortada. Si se trata de una planta domesticada, a la que no incomoda nuestra vecindad, nos considerará responsables de todo lo que le suceda, por ejemplo si el terreno sobre el que está plantada no es lo suficientemente fértil o no posee los nutrientes necesarios para un correcto y completo desarrollo, o el que tenga un aporte escaso o excesivo de luz solar o abono.
En realidad, es el propietario de la planta el responsable de que se encuentre en un terreno de reducidas dimensiones y al que difícilmente llegarán los elementos necesarios para su correcto desarrollo, por lo que habrá de comprometerse a ofrecerle los cuidados necesarios por el capricho de tenerla siempre “prisionera”.
Las plantas son muy sensibles a todo tipo de vibraciones y, por lo tanto, también lo son a las vibraciones sónicas como la voz humana y la música. Por ello, el botánico de origen alemán Nicolás Culpeper aseveró que “amar las plantas y cuidarlas no basta en absoluto. Es además necesario hablarles con voz suave y pausada, a corta distancia y con mucha persuasión”.
No obstante no sólo es necesario hablar con nuestras plantas sino que también es preciso saber escucharlas a través de nuestra vista y comprender lo que quieren expresar con el objetivo de poder atenderlas con la mayor prontitud.
Las investigaciones realizadas por científicos soviéticos, japoneses y estadounidenses confirman que las plantas pueden habituarse a la voz de su cuidador habitual y encontrar con ella unos niveles de armonía superiores a los que lograrían con cualquier otra. Según los expertos, la voz humana, junto con el zumbido de los insectos polinizadores, es el sonido más tolerado. Curiosamente, la voz femenina de las jardineras sale mejor parada en estos estudios ya que tiene mayor capacidad de facilitar la curación de plantas enfermas al ser, generalmente, más melódica. La música melódica y armónica también les hace bien. Es, según indica la investigación, como si les acariciaran las hojas.