La periodista, sobreviviente de la ESMA, escribió junto a Olga Wornat el libro "Putas y guerrilleras", donde denuncia las brutales violaciones a las mujeres en los campos de concentración durante la última y feroz dictadura militar. Reflexiona sobre el accionar de Montoneros y sobre lo que, a pesar de la atrocidad, no pudieron llevarse los militares: la memoria.

Cuando a Miriam Lewin, la ferviente militante montonera de 19 años que aún no había 'caído', le dijeron que a una de sus compañeras secuestrada le permitían llamar a su casa, ella se sorprendió. Y no dudó en juzgarla. "Lo que pasa es que se acuesta con un represor", le completaron. A Miriam no se le ocurrió poner en duda esa afirmación y, mucho menos, imaginar la situación desesperante en la que su compañera, seguramente, estaba.    

"Yo realmente era víctima y victimaria a la vez", afirma Lewin a DiarioPopular.com.ar, casi cuatro décadas después, en un bar de San Juan y Lima, en el barrio porteño de Constitución.   

"Yo misma, cuando una compañera dentro de la ESMA me dijo que la habían violado, la interrogué y le dije '¿Pero cómo te violaron?', pensando que una violación dentro de un centro de concentración tiene que ser con un arma de fuego o con un cuchillo. Sin entender que, en ese contexto no se puede hablar de consentimiento", aclara.

"Putas y guerrilleras" (Planeta, 2014) surgió, en parte, como un exorcismo de ese (y otros) prejuicios que, aun siendo víctima de los más atroces vejámenes, Lewin conservaba. Lo idearon y escribieron con la también periodista y en aquellos años dictatoriales militante (aunque no secuestrada) Olga Wornat.  

"Teníamos la necesidad de comprender qué es lo que había pasado", apunta Miriam, quien "tenía una concepción de que lo que había pasado en algunos casos tenía que ver con la voluntad, con el libre albedrío que podía haber tenido la prisionera".

Ni Miriam ni Olga –ni tantas otras, seguro- entendían hasta qué punto las mujeres tuvieron su voluntad y su subjetividad "absolutamente arrasada". "No teníamos (las prisioneras) ningún derecho: comíamos, dormíamos, nos vestíamos, como y cuando ellos querían", recuerda Lewin.  

No es casualidad, tampoco, que el libro se edite en épocas en que la veracidad del testimonio de las mujeres continúa siendo endeble y los medios son, muchas veces, propulsores de ese discurso machista y patriarcal.  

Comprender la naturaleza de la violencia sexual incluso en la actualidad es otro de los objetivos de este trabajo conjunto. Porque así como a las mujeres sobrevivientes de los campos de concentración les decían "por algo será" y "se habrá acostado con el represor", las víctimas de violencia sexual de estos años también están bajo sospecha. "Siempre es la víctima la que ofrece un flanco y el hombre aparece como un animal irracional que no se puede contener ante la mínima 'insinuación', entre comillas, que le hace una mujer", detalla Lewin y se pregunta, en este bar pero también en el libro, qué hubiese pasado si los roles hubieran estado invertidos, si las represoras hubieran sido mujeres y los hombres hubiesen aprovechado la atracción sexual que ejercían sobre alguna de ellas para sobrevivir. "¿Hubieran dicho, como de nosotras, que son unas putas? No, lo hubieran esperado en el bar de la esquina para levantarlo en andas, al grito de 'pero qué vivo, qué macho", imagina.

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El infierno contado en primera persona

"Putas y guerrilleras" recopila cientos de testimonios de mujeres sobrevivientes de los que a los militares les gustaba llamar, casi como un eufemismo más de tantos, "centros de detención", pero eran en realidad campos de concentración. Con crudeza, pero con una veracidad que desgarra, las autoras logran poner en palabras (estampadas en más de 500 páginas) lo que muchas otras no pudieron verbalizar. Por miedo, por vergüenza y también por culpa, sólo pudieron callar.   

Diario Popular: Después de tu liberación ¿cómo viviste el hecho de, a diferencia de miles de compañeros, haber sobrevivido?

Miriam Lewin: La culpa siempre está presente en todas las situaciones, no necesariamente en los campos de concentración. El que sobrevive, se siente culpable, no entiende qué hizo para sobrevivir. Lo que pasa es que en nuestro caso, cuando salimos al mundo exterior, como mujeres, fuimos objeto de una doble estigmatización: porque si de todos los sobrevivientes de los campos de concentración argentinos se sospechaba que habían delatado a alguien y que por eso habían sobrevivido, de las mujeres, se sospechaba que además nos habíamos acostado con un represor. Éramos traidoras y también putas.

Yo creo que este libro puede contribuir a la comprensión de las distintas situaciones y matices en que las mujeres fuimos sometidas sexualmente en los centros clandestinos. Había muchas formas diferentes de este sometimiento: desde el más brutal, que responde a lo que todos pensamos de una violación, a otros muchos más sutiles y perversos. La abusada sexualmente en un campo de concentración, que recibe a cambio un abrigo, una llamada telefónica dentro de la clandestinidad a su familia, también fantasea con que ella pudo haber dicho que no. Seguramente, si se hubiera negado, se hubiera ido en un vuelo de la muerte... pero ella no lo sabe, cree que podría haberse resistido. La culpa genera vergüenza y la vergüenza, silencio.

En un pasaje del libro, decís que "hubo tantos campos como personas pasaron por él". ¿Crees que esto también fue parte del plan macabro de los militares?

Yo creo que sí. En una parte del libro yo digo que algunos represores que eran supuestamente protectores con una secuestrada eran acosadores o violadores con otra. Y esta locura, esta contradicción permanente, es inherente al campo de concentración. Entonces, yo creo que esto es parte del plan que ejecutaron, y forma parte de este terrorismo sexual, porque no está sólo dirigido a la mujer, sino a su marido, a su compañero de militancia, a las otras mujeres, a su familia, a la sociedad toda...

Muchos compañeros, que hicieron recorridas con la Justicia por los campos de concentración, no se acordaban dónde los habían torturado pero sí donde habían violado a sus compañeras... la virilidad del hombre, que tiene el mandato cultural de proteger a la mujer, se vio también totalmente arrasada y esto es parte de este terrorismo sexual.        

Muchas veces la imaginación supera a la realidad. ¿Qué te imaginabas vos, antes de ser secuestrada, en base a lo que te contaban o lo que se hablaba en la militancia? ¿Resultó peor la realidad que la imaginación?

Nosotros creíamos que el destino ineludible era la muerte, después de tremendas sesiones de tortura, la muerta inmediata. Nosotros nunca nos imaginamos una sobrevida. Y eso es lo que hace más difícil la sobrevida, sobrevivir con dignidad. Porque nosotros estábamos preparados para no caer vivos, pero no para caer con vida y después de la tortura permanecer en el lugar. Es este después lo que lo hace más inesperado. No teníamos el manual de instrucciones sobre cómo comportarnos en esa situación. Teníamos instrucciones de no caer vivos. Yo, como mujer, pensaba que todas las mujeres íbamos a ser víctimas de violación. Y, en cierta forma, todas fuimos víctimas de violencia sexual: el estar atada en la mesa o en la cama, mientras te picanean, desnuda, frente a diez tipos que te insultan; el bañarse y hacer tus necesidades frente a ellos; la picana en tu vagina, en tus pechos. Pero si vos me preguntas qué pensaba yo, yo estaba convencida de que iba a ser víctima de violación, era como lo que nos correspondía por ser mujeres.

¿Crees que, por parte de Montoneros, hubo una subestimación de lo que eran capaces los militares?

Creo que sí, yo creo que hubo una subestimación. Nunca nos imaginamos que iban a secuestrar a nuestros padres, a nuestros hermanos menores, que se iban a apropiar de nuestros bebés... No imaginamos que iban a apropiarse de nuestras casas, nunca pensamos que iban a llegar a estos extremos. Por otro lado, no los imaginábamos tan corruptos. En ese sentido creo que superaron nuestras expectativas.

En varios pasajes del libro, hacés referencia a tu desilusión con respecto a la cúpula de Montoneros ¿Cuándo empieza a hacerte ruido eso y por qué?

Había compañeros antes de que yo cayera, que habían dejado de militar y se habían ido al exterior. Y para mí eran traidores, para mí habían traicionado la sangre derramada, eran cobardes. Yo me sentía muy comprometida con el proyecto, al que no podía abandonar, y cada caída era un nuevo compromiso, en lugar de ser una señal de la inminencia del aniquilamiento, para mí era otra cosa. Pero yo no pensaba lo mismo acerca de la cúpula, que ya estaba en el exterior, protegida. Creo que era una especie de mecanismo de defensa justificar la conducta de los dirigentes de Montoneros, porque si yo pensaba que todos mis seres queridos, todos los compañeros que había perdido y mis compañeros de la secundaria habían caído y habían dado su vida por un proyecto conducido por gente que huía, me hubiera sentido mal, era algo del orden de lo insoportable, seguramente. Por eso nunca pensé en condenar a los dirigentes que estaban en el exterior.

Entré en crisis con esto ya estando secuestrada. Porque empecé a reflexionar acerca de todas las vidas que se habían perdido, de mis dos mejores amigas asesinadas, embarazadas a término, de 19 y 20 años. Entonces empecé a pensar que yo misma me había querido hacer matar o suicidar en la caída y cuál era la racionalidad de esta conducta suicida, que implicaba seguir militando cuando la inevitabilidad de la derrota era evidente, ya en mayo del '77 lo ineludible de la derrota era evidente. Sin embargo, yo seguía, con otros tantos, más aun los que llegaron con la contraofensiva, cuando la derrota no sólo era inevitable, sino irreversible.

La militancia y los derechos humanos

Después de la imborrable experiencia en Montoneros, Miriam no volvió a entusiasmarse con ningún otro proyecto político. Sí militó, en el exterior, en grupos de derechos humanos. Y tuvo un intento de acercamiento, en los '80, con "determinado dirigente peronista", pero se desilusionó rápidamente. Eso la terminó de "desenamorar" de la política.

Sin embargo, la emociona ver "muchos pibes jóvenes enamorados de la política". "Con todas las críticas que uno puede hacerle a esta nueva ola militante, creo que es muy positivo esto de preocuparse por el otro y ser parte de un proyecto colectivo", considera.

¿Qué opinión tenés de la política de derechos humanos que inició el kichnerismo? ¿Crees que hay una continuidad de esas políticas?

Creo que ningún país ha llegado tan lejos en las políticas punitivas a criminales de lesa humanidad. Después, te puedo decir que estoy en contra de la Ley antiterrorista, creo que la Policía bonaerense sigue siendo un problema, no me explico cómo puede seguir ocurriendo que fusilen a chicos en democracia, las cárceles en su mayoría son todavía una vergüenza.

Me parece que en el sentido más amplio de los Derechos Humanos todavía queda mucho por recorrer, mientras que lo que se hizo para castigar lo que sucedió en los '70... eso es indiscutible.

¿En qué triunfaron los militares y con qué te parece que no pudieron?

Lo que no pudieron llevarse es la herencia de esa generación. Creo que lo que no se pudieron llevar es eso, la herencia, la solidaridad. Creo que a pesar de que saltó una generación, la década neoliberal de Menem, lo que podemos decir es que la memoria está viva. Y eso es una reivindicación a todos nuestros muertos.

Y, por otra parte, creo que los milicos se vieron reivindicados en el desguasamiento de la estructura productiva nacional en los '90, porque en realidad eso es lo que ellos quisieron ejecutar con la represión. (El ex ministro de Economía, José Alfredo) Martínez de Hoz tenía una política extranjerizante, la destrucción de la industria nacional, y eso finalmente se ejecutó durante el gobierno de (el ex presidente, Carlos) Menem, que se decía justicialista y que había estado preso durante aquella época. Todo ese período, todo el menemato estuvo signado por la destrucción de lo que había ocurrido, como herencia, y en el plano económico por la ejecución de lo que habían querido implementar.

Pero lo que no pudieron llevarse es la memoria, eso me parece lo más fuerte.

Frente a la recuperación de los nietos ¿cómo tomás el discurso de un sector de la sociedad que asegura, entre otras cosas, que es campaña política o que los desaparecidos están, en realidad, en el exterior?

Esto que vos decís es como una sombra, porque uno se olvida de que la gente que piensa así, existe. Fue un sacudón y una emoción tan fuerte el día que apareció el nieto de Estela (de Carlotto)... no porque fuera especial, sino porque uno pensaba que Estela no iba a llegar a conocerlo. Fue como una reivindicación a todas las Abuelas que aún están esperando. Me parece que lo que me da toda esa gente tan agresiva y que levanta ese discurso del odio es miedo. Te hace sonar la alarma de que todavía existen. Es un miedo un poco irracional, porque creo que no están dadas las condiciones para que vuelvan, pero están ahí.  

Y la recuperación de cada nieto me genera mucha emoción, a pesar de las dificultades, porque son historias difíciles, porque esas abuelas se están reencontrando con adultos que fueron criados por familias que, en muchos casos, estaban en las antípodas en cuanto a valores. Son historias duras, en muchos casos. A pesar de eso, para esos hombres y mujeres es un regalo de la vida conocer la verdad. La verdad cura siempre, a pesar de que pueda demorar, a pesar de la rabia, la bronca, la negación, las ambigüedades. La verdad cura siempre.


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