Se la conoce como la enfermedad silenciosa, y si bien siempre se la asocia a los seres humanos, los gatos también pueden padecerla, por lo que hay que tomar ciertos recaudos. Cambios de conducta, pérdidas de peso, cegueras temporales y problemas en los riñones pueden ser algunos síntomas a los que hay que prestarles atención.

La hipertensión es una enfermedad conocida como silenciosa ya que no aparenta tener síntomas físicos muy claros y evidentes, lo que la convierte en un problema con altos riesgos para aquellos que la padecen. Si bien siempre fue asociada a los seres humanos, pocas personas saben que los gatos también pueden padecerla por lo que el cuidado y tener en consideración algunos signos que evidencien que algo puede estar sucediendo, es lo más recomendable.

Alberto Jiménez, veterinario especializado en felinos, argumenta que “con el paso de los años, va aumentando la probabilidad de que un gato sufre de hipertensión. Se comienza a considerar como grados de presión alta cuando se supera el piso establecido de 160/95 mm Hg. Incluso, la historia clínica del animal tiene que ser considerada dentro del análisis ya que algunas enfermedades pre-existentes pueden aumentar las probabilidades de que sea afectado por este mal. En casos como hipertiroidismo, insuficiencia renal crónica y acromegalia, enfermedad que produce un crecimiento excesivo, son factores determinantes para que el animal sufra de aumento excesivo de la presión”.

Al ser consultados por los síntomas, el especialista opina: “Antes que entender cómo nos damos cuenta de que algo puede estar pasando, es más importante tener en claro que los chequeos médicos son fundamentales. Al visitar al veterinario regularmente es posible, entre otras cosas, chequear su presión arterial, además de las vacunas de rigor y los cuidados requeridos. La edad del gato influirá en la frecuencia de dichas visitas, así como la historia médica del animal. En la mayoría de los casos, las señales de alarma vienen dadas por otros padecimientos asociados, más que por la presión arterial en sí”.

Luego de muchos años de experiencia en el asunto, Jiménez determina cuatro grandes señales de alarma que deben ser atendidas de inmediato por los amos: “La primera es un cambio de conducta en el animal ya que los gatos son animales de costumbres muy arraigadas, por lo que cambios en sus hábitos alimenticios o en la forma de utilizar la caja de arena deben despertar nuestra atención. En segunda instancia, signos físicos como pérdida de peso, hiperactividad, parpadeos frecuentes o problemas al caminar son algunos de los factores que manifiestan inmediatamente con el avance la enfermedad. En tercera instancia, dependiendo de la situación en que se encuentre el felino puede sufrir de cegueras temporales o permanentes a causa del aumento de presión. Finalmente, puede haber daños en los riñones ocasionados por la hipertensión”. Luego, agrega: “En todos los casos y sin importar apreciaciones personales, el dueño debe consultar con un especialista para determinar los pasos a seguir con respecto a la salud del peludo”.

Los tratamientos requieren de un profundo análisis: “El veterinario debe examinar si hay como causa alguna de las enfermedades subyacentes que estuvimos mencionando anteriormente. Una vez que haya sido controlada alguna de ellas, es más fácil mantener la presión dentro de los niveles establecidos como normales. Para lograr esto, el veterinario debe conocer la historia del animal e ir administrando las dosis adecuadas de antihipertensivos hasta que dé con el punto justo que requiere el animal. En muchas ocasiones, se requiere de cierto tiempo prolongado para hallar la medicación y la dosis ideal que se ajusta a cada felino ya que no siempre la salud es una ciencia exacta en la que uno más uno es dos”.

El consumo de sal debe ser lo primero a lo que se ataca: “Modificar la dieta y disminuir el consumo de sal son medidas muy beneficiosas para el animal. Las mediciones de tensión se deben hacer cada dos o tres meses, dependiendo de la urgencia que requiera el avance del tema”.

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