Tofiq había sobrevivido a las penurias de la Batalla de Stalingrado, donde cientos de soldados azerbaiyanos habían dado sus vidas para contener el avance alemán.

No hay oficio más ingrato que el de referí, y si se debe elegir el deporte más problemático de dirigir para un árbitro, sin duda es el fútbol. No porque sus reglamentos sean intricados, sino por la pasión de los hinchas y la vehemencia de sus jugadores, más cuando defienden los colores patrios.

Algunos árbitros temen por su integridad física ante la posibilidad de verse agredidos por un fallo controvertido, como le pasó a Rudolf Kreitlein en esa tarde para el olvido, cuando en 1966 debió ser escoltado por los bobbies ingleses para salir del estadio de Wembley al finalizar el partido entre Inglaterra y Argentina, aquel que nos ganó el epíteto de “Animals” en los periódicos de Gran Bretaña.

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Rudolf Kreitlein expulsando al jugador argentino Antonio Rattín
Rudolf Kreitlein expulsando al jugador argentino Antonio Rattín

En ese mismo mundial, un árbitro (para ser más preciso, un Juez de línea) tuvo una actuación tan destacada que sus coterráneos lo inmortalizaron en el bronce. Esta es la historia de Tofiq Bəhramov.

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Tofiq Bəhramov

Tofiq no había tenido una vida fácil, había sobrevivido a las penurias de la Batalla de Stalingrado, donde cientos de soldados azerbaiyanos habían dado sus vidas para contener el avance alemán.

Como soldado, había sido testigo de las barbaridades cometidas por los nazis dispuestos a todo con tal de acceder a los pozos petroleros de los soviéticos. De esos años de fuego conservaba las ansias de venganza y una pierna maltrecha que había esfumado su sueño de jugar profesionalmente al fútbol… pero Bəhramov había superado sus limitaciones y por años se había desempeñado como árbitro en su Bakú natal. Tal era su profesionalismo que fue elegido como árbitro para el mundial del ’66 en Inglaterra. Ni en sus sueños más salvajes Tofiq había imaginado que en el estadio de Wembley sería la mano secreta de la justicia divina.

El 30 de julio de 1966 se enfrentaban Inglaterra y Alemania en la épica final. No era solo el campeonato lo que estaba en juego, había fervor patriótico entre los jugadores de dos naciones que solo 20 años atrás se habían batido en el campo de batalla.

El tiempo reglamentario había llegado a su fin. Dos a dos. Iban a tiempo suplementario. Una final para el infarto.

La camiseta olía a sudor y sangre

Geoff Hurt, el autor del primer gol inglés, remató de primera al arco. Un tiro feroz golpeó el travesaño y con efecto endemoniado, la pelota picó sobre la línea. Después del grito contenido de miles de gargantas sobrevino la duda: ¿Fue gol? Se preguntó la hinchada. El mundo se detuvo. El árbitro dudó. El suizo Gottfried Dienst perdió su aplomo. Los jugadores lo rodearon, hubo gritos y forcejeos. Dienst tomó una decisión. A grandes zancadas se dirigió al lineman. ¿Fue gol, o no? Preguntó con la miraba. No hablaban el mismo idioma, pero el gesto de Tofiq fue más que elocuente. El suizo hizo sonar el silbato y la hinchada estalló.

Para disipar dudas, antes que termine el partido, Hurst marcó el gol definitivo. Inglaterra 4 –Alemania 2. El equipo local había ganado por primera vez la Copa del Mundo. Los ingleses que habían inventado el balón-pie, se consagraban campeones en su patria gracias al arbitraje de un azerbaiyano…

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Tofiq Bəhramov volvió a Bakú donde fue recibido como un héroe. Él había vengado a sus amigos, a sus parientes, al millón de rusos que murieron en las heladas calles de Stalingrado.

Bəhramov se convirtió en una leyenda viviente hasta su muerte en 1993. Cuarenta años más tarde, cuando Stalingrado solo era una pesadilla y su patria se había separado del abrazo del oso soviético, Tofiq subió al bronce. En el 2006, en ocasión de un partido entre la nueva Azerbaiyán e Inglaterra Sepp Blatter, Michel Platini y Geoff Hurst (el autor del gol definitorio) descubren el primer monumento a un árbitro, un héroe entre aquellos que ejercen el oficio más odiado del mundo.

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La hinchada inglesa fue hasta su tumba a dejar flores. Tofiq había dejado de ser un mito azerí, ahora los ingleses también lo veneraban a punto de dedicarle un anuncio de televisión. Una marca de chocolate inglesa reprodujo en una publicidad la famosa jugada de este gol tan agónico. Cuando el árbitro se acercó a preguntar su dictamen, Tofiq Bəhramov aparece comiendo una barra de chocolate mientras consagra el gol que le daría la victoria a los locales… y, sobretodo, la derrota a Alemania.

Sic transit gloria mundi.

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